La Biblia del último mártir del rock and roll

A 30 años de Nevermind (1991), repasamos el legado del clásico de Nirvana que le dio voz a una generación y devolvió a los charts al rock de guitarras.

Por Bernardo Diman Menéndez

El suceso de Nevermind (1991) es la historia de esos alaridos culturales que se vienen gestando bajo tierra y que, en determinado momento y a través de diferentes artistas o personajes, impactan y cambian paradigmas dentro del mundo del arte. La aparición de los Beatles y los Rolling Stones reflejó el espíritu de la generación beatnik, encarnada en gran parte por Jack Kerouac o Allen Ginsberg. Transcurridos gran parte de los años 70, los Sex Pistols hicieron famosa mundialmente la filosofía punk que años antes habían difundido artistas como Iggy Pop & The Stooges o los Ramones. Finalmente, a comienzos de los ’80, Depeche Mode popularizó el legado de la música electrónica que se había iniciado una década antes con los alemanes Kraftwerk.

Nirvana iba a continuar esta línea de explosiones culturales que generaron un antes y un después en la historia de la música cuando, en septiembre de 1991, editó Nevermind. El disco rescató y puso ante la vista del mundo entero todo el legado del no wave norteamericano (que casi una década antes había comenzado a desarrollar Sonic Youth) y también gran parte del espíritu de la movida hardcore y thrash metal alternativa de artistas como Fugazi o Slayer. A estas influencias le agregó la frescura de la canción pop sesentosa, para lograr así condensar y modernizar treinta años de cultura rock en un sólo álbum.

¿Cómo fue el proceso de gestación del disco, que implicó la última gran revuelta joven que tuvo la cultura rock? En primer lugar, es importante dar cuenta del contexto cultural en el cuál se encontraban Estados Unidos y el mercado mundial de la música hacia fines de los años ochenta. Concluidos los setenta, el mundo comenzó un nuevo proceso de reordenamiento económico y social: las nuevas políticas neoliberales, comandadas primero por Ronald Reagan y luego por George Bush, definieron una línea de pensamiento donde lo habitual era asociar a la cultura con la conformidad del establishment político y tomar a la misma como una mera herramienta de diversión. Así, se dejaba de lado cualquier intento de utilizar el arte como un instrumento al servicio de la transformación y el progreso del imaginario social.

A esto se sumaba el crecimiento de la tasa de desempleo de los sectores sociales medios y trabajadores, junto al descenso de su calidad de vida en forma paulatina. Por otro lado, la epidemia del SIDA había cambiado el optimismo juvenil de otras décadas por un profundo desencanto con el mundo, que terminó alienando y aturdiendo a la mayoría de jóvenes de aquellos años. Ese malestar quizá se expresa en el ruido usado como un elemento de construcción y experimentación artística -que formó parte de la creatividad musical de Sonic Youth y otras bandas del movimiento no wave- y en la intensidad musical que surgió con la aparición del hardcore y el thrash metal.

Kurt Cobain y Nirvana forman parte de este proceso de alienación, decepción y marginalidad de oportunidades que iba a terminar conformando la identidad de la denominada generación X. La banda se formó en Aberdeen (Washington) en 1987 y en 1898 editó su ópera prima Bleach. En abril de 1990 y todavía con el título tentativo de Sheep (Oveja), Nirvana comenzó a ensayar y delinear lo que sería Nevermind en los estudios Smart de Wisconsin y allí lograron definir los demos de lo que serían canciones fundamentales del disco como “Lithium”, “Breed” o “In Bloom”.

En esos ensayos parecieron quedar definidos dos aspectos musicales claves que diferenciarían a Nirvana del resto y la posicionarían en un futuro cercano como la banda más importante de su generación. El primero de ellos tenía que ver con la influencia que tomaron de los Pixies: al unir dentro de cada canción climas intensos y tranquilos, perfeccionaron las melodías de las canciones a partir de dinámicas sonoras distendidas y nerviosas a la vez. El segundo elemento se centraba en que, mientras la mayoría de las bandas de esa generación enfocaban sus melodías en la tradición punk, Nirvana las orientaba hacia la tradición del pop. El resultado era un ADN musical superador que barría con viejas dicotomías.

Por otra parte, luego del debut Bleach tuvieron lugar tres eventos que resultarían fundamentales para la explosión de Nevermind: el primero fue la salida del baterista original Chad Channing y el ingreso de Dave Grohl; en segundo lugar, el traspaso de su discográfica original Sub Pop a Geffen Records (sello dónde se encontraban, entre otros, los Guns and Roses y Sonic Youth); y, por último, la salida del single “Sliver”, que marcó el punto de inicio de la nueva dirección musical.

En mayo de 1991 Nirvana comenzó la grabación del álbum. Nevermind se construye conceptualmente a partir de la alienación, la furia y el talento de un Kurt Cobain perfectamente acompañado por las bases duras y sólidas de Krist Novoselic en bajo y de Dave Grohl en batería. La unión del trío generó un universo sonoro contundente que, canción tras canción, soltaba una catarsis épica que combinaba perfectamente el espíritu punk con la tradición de la canción pop.

Esta suerte de agresividad amistosa que atraviesa a Nevermind fue fortificada por las dos personas que formaron parte de la producción del disco: Butch Vig y Andy Wallace. Vig -baterista y productor de Garbage y quien también en 1991 produjo Gish, el disco debut de Smashing Pumpkins- fue clave a la hora de explotar la parte instrumental de la banda y hacerle ganar confianza a Kurt Cobain para encarar la grabación de las voces. Por su parte, Andy Wallace -que había producido junto a Rick Rubin el disco de Slayer Seasons in the Abyss (1990)- se encargó de supervisar las mezclas de Vig y cobró una tremenda importancia en el sampleo de efectos del bombo y el redoblante de la batería (por ejemplo, en “Smells Like Teen Spirit”).

Con respecto a la voz de Kurt Cobain, lo correcto sería comprenderla como un instrumento vital en la constitución de las canciones. El timbre del cantante funciona como un pedal de distorsión (que acelera y potencia los temas) y también encaja con su particular estilo rítmico como guitarrista. Esta aceleración y explosión puede escucharse claramente en “Smells Like Teen Spirit”, “Come as You Are”, “In Bloom” o “Lithium”, canciones en dónde la tensión vocal y los gritos son fundamentales para llevar la composición a un universo de calidad musical único y elevado.

Otro aspecto fundamental es el particular sonido de la guitarra Fender Jag Stang que usó Cobain (un híbrido de la Fender Jaguar y la Fender Mustang). También, la utilización de la afinación en “D” (Re) en canciones como “Drain You” o las mencionadas “Lithium” y “Come as You Are”, además de la contundencia de “Territorial Pissings” (en dónde la guitarra está conectada directamente a la consola del estudio). Otro detalle particular no tan tenido en cuenta, pero fundamental para diferenciar por qué la potencia sonora de Nirvana es mucho más fina que la del resto de sus pares generacionales (Pearl Jam, Soundgarden o Alice In Chains), es que la banda trae de vuelta a escena elementos de doom rock (atmósferas graves y pesadas, que tienen su origen en “Black Sabbath”) sobre los que luego otras bandas como Smashing Pumpkins también indagarían.

El álbum finalmente llegó a las bateas el 24 de septiembre de 1991. Geffen Records, en el mejor de los casos, esperaba vender entre 250 y 500 mil copias (cifras de ventas similares a las del álbum Goo de Sonic Youth). Pero, al mes de ser editado, Nevermind comenzó a vender un promedio de 300 mil discos por semana hasta que el 11 de enero de 1992 llegó al número uno y desplazó de ese puesto a un ícono de los ‘80 como Michael Jackson. El necesario cambio generacional por fin había llegado. Este es otro aspecto fundamental de Nevermind, que rompió con el espíritu de los ochenta y su manera frívola de concebir a la cultura pop y volvió a poner de moda en los charts al rock de guitarras. Así, masificó la cultura alternativa y le dio voz a toda una camada de jóvenes que había sido desplazada durante una década.