Nuestra cobertura habitual del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente empieza con cinco películas nacionales y extranjeras.

En un contexto de ajuste, que se extiende a todos los ámbitos económicos, sociales y morales del país y la región, se llevó a cabo esta nueva edición del festival insignia del cine independiente en Argentina.

Con menos películas, menos salas (la actividad se concentró en el Multiplex de Belgrano), con algunas obras incluidas en la sección “Rescates” que, por su cercanía al mainstream estadounidense, llamó la atención de más de uno, el BAFICI tuvo, sin embargo, y como siempre, películas argentinas e internacionales que vale la pena destacar. Elegimos algunas para esta primera parte.


El diablo blanco, de Ignacio Rogers (Argentina, 2019) – Competencia Oficial Vanguardia y Género

El género terror no es habitual en el cine argentino. Se lo aborda poco, de manera lateral, y muchas veces roza la parodia; resulta ser un producto infructuoso cercano a la comedia o lo bizarro. Por fortuna, en los últimos años nuevos directores jóvenes se encargaron de revitalizar este tipo de películas. Uno fue Demian Rugna con Aterrados (2018) –que tendrá su versión hollywoodense producida por, nada menos que, Guillermo del Toro– y el otro es Ignacio Rogers con su ópera prima El Diablo Blanco.

Filmada en Tucumán, en las inmediaciones del Cerro San Javier, presenta a un grupo de amigos (Ezequiel Díaz, Violeta Urtizberea, Julián Tello y Martina Juncadella) que decide irse de vacaciones juntos. Alquilan una cabaña y atraviesan en auto las rutas argentinas. En el camino se cruzan con unas extrañas cruces de madera con fotos cabeza abajo. Antes, el espectador ya presenció lo que, al parecer, sería una especie de extraño ritual pagano, chamánico, que incluye sangre, fuego y muerte. Todo se irá poniendo cada vez peor para este grupo mientras ambos tópicos se entremezclan y aumenta el misterio. Rogers, quien también escribió el guión, maneja la cámara como un experimentado. Recurre, además, a patrones propios del thriller o el slasher y genera una atmósfera inquietante. El filme es un homenaje al cine clase B norteamericano de los setenta, con John Carpenter a la cabeza. Una prueba cabal de que el terror argentino, embebiéndose en este caso de la tradición y mitología nacional, va camino a convertirse en una realidad. Pablo Díaz Marenghi


Tiro de gracia, de Ricardo Becher (Argentina, 1969) – Sección Rescates

Los trabajos y las noches: la deriva diurna y nocturna, el replanteo de las relaciones afectivas, el jazz, la pintura, la militancia política, el escolaso, la camaradería honesta —o interesada—, la búsqueda de una moneda, los ecos —mínimos- de la Nouvelle Vague. Tiro de Gracia es la película por antonomasia a la hora de documentar la bohemia beatnik argentina de los ‘60 y lo documenta poniendo el cuerpo, o las truchas más bien: Oscar Masotta plays himself, Pérez Celis, Susana Giménez (bueno…no todo es perfecto), la plana mayor del grupo Opium (protagoniza Sergio Mulet haciendo de sí mismo; el film es la adaptación de su novela homónima) y claro, Javier Martinez. Es por la banda de sonido de Manal que es mayormente recordada Tiro de Gracia, pero eso no es necesariamente un demérito artístico, si tenemos en cuenta que junto a Almendra fueron lo mejor que le pasó a la —golpeadísima— Argentina en 1969. Gabriel Reymann


Ray Davies: Imaginary Man, de Julien Temple (Reino Unido, 2010) – Britannia Lado B

Julien Temple sonríe y responde las preguntas del público con tranquilidad. A los 66 años se lo ve jovial, impecable. Es el invitado de lujo de esta edición del BAFICI. Mejor que nadie, supo retratar los principales fenómenos de la cultura rock occidental en general y del punk en particular. Sex Pistols, The Kinks, Rolling Stones, The Clash son algunas de las bandas que componen su vasta filmografía, donde también se dio el lujo de filmar un musical peculiar protagonizado por David Bowie.

En una sala pequeña del Belgrano Multiplex presentó y reflexionó sobre el documental que realizó sobre su amigo Ray Davies, el alma máter de los Kinks junto a su hermano Dave (a quien Temple retrató en Dave Davies: Kinkdom Come). Aquí el documentalista muestra a un Ray Davies que abre su corazón de songwriter y expone su sensibilidad hacia su querida Inglaterra. A la vez confiesa cómo siempre se encargó de desmitificar la psicodelia de los sesentas. Davies intentó, mediante sus canciones, quitarle a la juventud el velo de cualquier entretenimiento pasatista, apuntar hacia la podredumbre social pero sin dejar de rockearla. “Puedo ser rebelde en una canción”, afirma, y Temple lo retrata con una calidez envidiable. Lo filma respetando un sentido estético brillante mientras camina por las calles de Londres y se confunde entre la masa. Es anónimo. Un nowhere man. Eso le agrada. Davies toca un piano desafinado en el primer teatro donde se presentó con su banda de toda la vida y explica cómo se les ocurrió el inconfundible riff de “You Really Got Me”. El primer hit, que ayudó tanto al punk y al heavy metal. Ray Davies conmueve por su lucidez y su pasión a la música, dándole vida a uno de los rockumentales más notables de la factoría Temple. En un pasaje, al fantasear con su propio epitafio, Ray Davies es, cuándo no, elocuente y genial: “Aún no, todavía tengo una melodía en la cabeza”. Pablo Díaz Marenghi


Héroxs del 88, de Luis Hitoshi Díaz (Argentina, 2019) – Sección Música

Eran momentos de ebullición. De carapintadas e ídolos muertos a través de un balcón: uno por un resbalón (¿accidente?), otro al convertirse en un femicida. Las heridas que había dejado la Dictadura Cívico-Militar (1976-1983) aún sangraban en 1988. Los pibes y las pibas tenían ganas de gritar a los cuatro vientos sus verdades, corriendo el riesgo permanente de pasar la noche en la comisaría. Todavía eran potenciales “subversivos”. Lugares como Cemento o el Parakultural se convirtieron en epicentro de la movida underground. El punk, que ya contaba con bandas como Violadores, Laxantes, Alerta Roja y Los Baraja en su haber, era algo más que un género o un sonido. Era un escupitajo a la frente del poderoso. Un aullido de libertad. En el medio de semejante batahola, dos pendejos (Walter Kolm y Sergio Fasanelli) deciden embarcarse en la aventura de crear un sello discográfico (Radio Trípoli) y de armar un compilado de bandas punks de aquel entonces. Así nace Invasión 88, y Luis Hitoshi Díaz, que llegó a ese disco por intermedio de un cassette grabado por un amigo, desmenuza su historia en el documental Héroxs del 88.Con un estilo clásico (cámara fija, entrevistas, material de archivo, bien punk) repone la voz de la gran mayoría de los implicados (al menos un integrante de cada banda). Algunas trascendieron (Attaque 77, Flema), otras se volvieron de culto (Los Baraja, Laxantes, Comando), algunas fueron rarezas (Defensa y Justicia, la banda paralela de los Attaque) y otras se quedaron en el camino (las pibas de Exeroica, Rigidez Cadavérica, Conmoción Cerebral, División Autista). “El punk en esos años era un descontrol total. Adrenalina pura”, afirma uno de los entrevistados. Se vivía, también, dentro de nichos y guetos que generaban piñas permanentes. Algo que, por suerte, de a poco fue quedando atrás. Así como Invasión 88 funcionó como el documento necesario de una época de rebeldía y esperanza, el documental de Hitoshi hace justicia para una obra emblemática, que sirvió para abrirle la cabeza a cientos de jóvenes que vieron en el punk rock algo más que crestas, pogo, mosh y slam. Encontraron, más bien, un lugar de pertenencia; contención, identidad, mensajes potentes por medio de fanzines y una contracultura sólida que, hasta el día de hoy, resiste. Pablo Díaz Marenghi


Winter Flies, de Olmo Omerzu (República Checa, 2018) – Sección Hacerse Grande

Un preadolescente rechoncho y rubión juega a acertarle con un rifle de aire comprimido a los autos que circulan a través de una ruta perdida. De pronto, un joven algo mayor, rapado, que parece salido de This is England (2006), avanza a toda velocidad manejando un Audi, con el volumen del estéreo al taco. Ese encuentro es el comienzo de Winter Flies, última película del realizador esloveno/checo Olmo Omerzu que forma parte del 21 Bafici. A partir de allí se desencadenará una historia sencilla y contundente que oscila entre los subgéneros del coming-of-age y la road movie. Ambos jóvenes se embarcan en una aventura en la que ponen a prueba su amistad, se encuentran con una muchacha que los excita un poco, comparten sus miserias, tienen problemas con la ley y, por sobre todas las cosas, forjan una relación inquebrantable. Filmada con inteligencia, con una estructura temporal que oscila entre el pasado y el presente, con planos que evidencian lo emotivo a través de la contemplación, el lenguaje visual y los silencios por encima de los diálogos exacerbados, el filme logra conmover. Se suma, con solidez, a la filmoteca isatera compuesta por aquellas peliculitas (en el buen sentido) en donde resuena una pregunta que quiebra a la adolescencia en dos, identificando prácticamente a todo ser humano: ¿quién soy? Pablo Díaz Marenghi //∆z