Renton vuelve a Escocia y Danny Boyle nos pone al día con la adultez y melancolía de los cuatro junkies que, con su apatía y excesos, revolucionaron el cine británico de los 90.

Por María Almazán 

Veintiún años después de traicionar a sus amigos y escapar con su dinero, Mark Renton (Ewan McGregor) vuelve a Edimburgo y no tarda en reencontrarse con aquellos a quienes había abandonado. Aunque Spud (Ewen Bremner), Sick Boy (Jonny Lee Miller) y Begbie (Robert Carlyle) estén divididos, en sus cuarentas, y usen sus nombres de pila, no han mejorado mucho desde que Renton se fue.

El grupo está reunido y el elenco original continúa brillando. McGregor sostiene la película, Carlyle sigue haciendo de Begbie tan amenazante e impredecible como patético (aún más patético en su adultez) y Miller sorprende con su química con McGregor, aunque la estrella de la película es, sin dudas, Ewen Bremner. Recordamos la inocencia de Spud en la primera parte, detalle que Bremner trae de vuelta a la perfección, acentuada por sus reconocibles facciones y el tono de su voz: Spud se convierte en un personaje entrañable a medida que la historia avanza, evolucionando a un interesante rol protagónico cuyo desarrollo es crucial para la trama. La película incluye un nuevo personaje, Veronika, interpretado por la búlgara Anjela Nedyalkova, que deja bastante de lado a las veteranas de 1996 como la novia de Spud, Gail (Shirley Henderson), y la enigmática Diane (Kelly Macdonald), ambas con pequeñas apariciones que dejan con ganas de más.

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Gran parte del atractivo de los personajes es mérito de John Hodge, quien adaptó la novela homónima de Irvine Welsh (guión por el que lo nominaron al Oscar en 1997) y se basó en su secuela (Porno) para la vuelta de los junkies escoceses. Diferenciándose de la primera, a la adultez de los protagonistas de T2 le interesa la nostalgia de su juventud y tiempos pasados. Danny Boyle y su equipo ponen nuevas tecnologías al servicio del relato y de la historia; siendo fieles a la estética de la primera, nos encontramos con variedad de trucos de cámara y efectos, quizás de lo más llamativo que tienen ambas películas. Parece inevitable compararla con su predecesora, y es que T2 recurre a ella para enfatizar la nostalgia de una época pasada. Así utiliza escenas de la película anterior y nuevos puntos de vista dentro de aquellas, sumadas a imágenes de los protagonistas de pequeños. Colmada de bellísimos planos artísticos, no solo por los encuadres sino por la iluminación, el trabajo del director de fotografía inglés Anthony Dod Mantle (responsable de la foto de varias de Lars Von Trier y Thomas Vinterberg) es sobresaliente.

Otro detalle importante en el universo de Trainspotting es la banda sonora. Combinando aquellos clásicos que musicalizaron las desventuras de los protagonistas en 1996 con canciones más modernas, T2 va y viene entre Blondie, Wolf Alice, The Clash, Young Fathers y el infaltable Lust For Life, en este caso remixado por The Prodigy.

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T2 Trainspotting presenta una nueva y entretenida historia de la mano de aquellos mismos personajes vertiginosos y decepcionados que nos atraparon en 1996, más adultos pero aún sin rumbo. Como encontrarnos con amigos que no vemos desde hace tiempo, ponernos al día con ellos resulta en la nostalgia de otros tiempos, igual de malos pero colmados de juventud y pequeñas victorias. Probablemente nuevas generaciones conozcan la historia de Renton a través de esta secuela, que obliga a retomar aquella época pasada y mirar la película original. En este sentido, aunque ayude, no es necesario haber visto Trainspotting para disfrutar de su secuela: está presente la información necesaria para que funcione individualmente. Sin embargo, y por más buena que sea (lo es), la sonrisa atolondrada y maravillosa de Renton al zafar de ser pisado por un auto sucedió una sola vez, y Danny Boyle lo sabe.//∆z