En esta columna analizamos el ¿ocaso? del formato discográfico en la era del streaming. Rock, indie, género, plataformas digitales y otras derivas en torno a la música a partir del fin de una década.

Por Sebastián Rodríguez Mora

 

1. La última década del formato álbum y el género rock

Probablemente 2010-2019 sea la última década en la que hayamos escuchado discos completos. Un género de géneros, una actividad cotidiana que ya no lo es tanto. El fin de una época a puro buscar “full album” en YouTube.

La caída del rock abrió un espacio -traccionado por la crítica internacional primero- que nunca fue tan omnívoro en géneros y estilos. 2010-2019 es la primera década de consumo retromaníaco. Retromanía sonora, estética, artística, en ciertos aspectos también moral. La década agrietada tuvo todos los sonidos y las palabras que parecían ya jubiladas. El cambio se operó, de nuevo, en la explosión de las plataformas. Literalmente fue volver al futuro.

Los tótems del rock que parece (tras sesenta años de gloriosa agonía) ahora sí dispuesto a morir tuvieron momentos de gracia y altura, pero no muchos. Quizás su mejor expresión esté afuera en Mojo, de Tom Petty & The Heartbreakers, y acá en Divididos.

A pesar de todo, y anudado al cóctel de retromanía y catch-all de géneros, 2012-2013 puede que hayan sido los últimos grandes años para el disco perfecto por metro cuadrado. Arcade Fire, Arctic Monkeys, Él Mató, Tame Impala, Illya Kuryaki, Jack White, QOTSA, Foals, Bruno Mars, Lorde, Los Reyes del Falsete, Bowie, The National, Kanye West.

Discos que funcionan como tales, que funcionan enteros. Hoy vivimos un mundo de canciones sueltas, de algorítmicos Grandes Éxitos.

2. El indie argentino, un tamiz demasiado fino

La década que se fue vio un auge y caída para una época de la escena independiente argentina. Es extraño, o quizás no tanto: el apagón súbito y la renovación actual llegaron casi en simultáneo con el inicio del gobierno de Mauricio Macri.

Otra vez, las plataformas son aliadas primero (Bandcamp) y luego filtros por los que el statu quo permite que pase un mínimo porcentaje a la siguiente etapa. Spotify invita a todo el mundo a sumarse, pero en lo real opera como un tamiz en el que quedar eternamente de un lado. ¿Cuántas bandas del universo del indie que este medio cubrió durante casi una década hoy sobreviven a pesar de la plena disponibilidad multiplataforma? Pocas.

Santi Motorizado tocando con su banda, El Mató, en Tecnópolis, 2018. Foto: Nadia Guzmán.

En diez años, la industria del artesanado musical cambió su foco de ganancias. Cambiando la metáfora, la música independiente pero también el mainstream debieron llevarse sus animales hacia otra zona de pastura: si antes el disco era el que enriquecía o permitía sobrevivir, hoy es el show en vivo y sus derivados la principal posibilidad de ingreso. En el camino de esa doble migración (hacia los escenarios y hacia las plataformas) hay joyas que se perdieron. Y hoy resultan difíciles de encontrar porque resultan poco accesibles –y por poco accesibles hoy entendemos una distancia de más tres o cuatro clics.

3. Las plataformas: de la gratuidad al disciplinamiento

En una década pasamos de los últimos rescoldos del discman a Spotify. En el medio sucedió un efímero throwback al formato cassette, a la vez que se establecía el vinilo como objeto de consumo musical suntuoso, no linealmente relacionado con su escucha. Hoy en día la bandeja y la colección de discos es algo que se tiene pero en un porcentaje mucho mayor de lo que se las usa.

Hemos participado de una especie de evolución de imperfecciones hacia la digitalización: de la fascinación por YouTube mencionada antes a imperios momentáneos como Grooveshark, que brillaron y se consumieron, mientras que el torrent duró bastante más, en buena parte porque el fanatismo por el sonido perfecto implica siempre una mayor cantidad de bits que descargar; la importancia de la plataforma Bandcamp todavía está lejos de mensurarse del todo. Hoy Spotify ha logrado estandarizar –y sobre todo, monetizar- la ecualización con la que musicalizamos nuestras vidas.

Sigue resultando sorprendente cómo estas plataformas fueron asumidas, consumidas intensivamente y de pronto desechadas ante la emergencia de la siguiente, que siempre ofreció una mejor adecuación a la portabilidad, aunque el costo fue creciendo cada vez más. Si a principios de la década todavía creíamos que consumir en internet era gratis por default, hoy entramos a un mundo de múltiples débitos automáticos en tarjetas de crédito estresadísimas, para utilizar plataformas que hacen alianza indirecta con las compañías de telefonía y así recaudar a través del agotamiento del magro crédito que nos ofrecen en sus planes. ¿Cómo es que en diez años migramos entre modelos de consumo tan, tan distintos que parecieran opuestos? Bueno, me animo a plantear una intuición generalizadora: el destino de la música en formato digital resultó ser un camino de aprendizaje disciplinador para el público que fuimos y somos.

Resulta útil hacer foco en la consigna de los Spotify Awards: Play, Save, Share y luego Repeat, Shuffle, Forward. Esta publicidad para el evento que tendrá lugar el 5 de marzo en Ciudad de México –elegida por ser la urbe que tiene la mayor cantidad de oyentes en esa plataforma a nivel global, sobrepasando a ciudades como Nueva York, Londres y París- resume algunos de los conceptos sobre esa evolución disciplinada para el consumo musical.

En la primera parte de la publicidad: escuchá, guardá, compartí. Ahí el dogma regente a principios de la década. Lo que te ofrecen o encontraste tenés que conseguirlo y hacerlo comunidad, convivir la música.

En la segunda parte: repetí, mezclá, pasá. En otras dramáticas palabras, 1. aumentá las métricas de tal producto, permití que el algoritmo te venda lo que tiene planeado, descartá al instante lo que no te posea.

Si me permiten la primera persona, me parece un cambio de reglas demasiado atroz e hiperviolento para ser expresado en una publicidad oficial. Quizás podamos leer mejor lo que viene en este funesto y disfrazado imperativo del capitalismo de plataformas. Otras apps ofrecen la misma posibilidad de análisis para sus discursos, carnavales de la opresión mandatoria en tu celular.

A todo esto, ¿hay quien esté pensando otras maneras? Sí, pero todavía no es posible escucharles la propuesta. Hay que gritar más alto o tomar las calles del sentido como ya están tomadas nuestras calles de asfalto.

4. Una explosión ilegible (para algunos)

Esta columna nació como una sucesión de stories de Instagram donde fui poniendo discos (desde mi perspectiva) icónicos de los últimos diez años. Y esa enumeración, sin ránkings ni tops, mostró la flor del paréntesis, el texto más allá de las palabras: me fue muy difícil incluir discos de bandas o solistas mujeres. Sólo aparecían forzando la escucha, traccionándola a partir de las coordenadas morales y los razonamientos éticos que desencadenó la arrolladora perspectiva de género de los últimos años. Y eso, antes que un problema, lo interpreto como un hallazgo, una frontera superpuesta a la frontera de la segunda década del siglo.

No descubro nada al expresar esta idea –más bien, el descubrimiento es propio, íntimo- pero considero que muchos hombres coexistirán con situaciones interpretativas de este tipo. Fui incapaz de valorar productos culturales, todavía lo soy, por lo que todo análisis debería detenerse ahí.

Lo que explotó fue la división entre lo masculino y lo femenino, la masculinización como síntoma del triunfo. Ante el error no forzado de arriesgar que fue la “década de las mujeres”, sería preferible decir que entre 2010 y 2019 se cristalizó una enorme deuda de reconocimiento genuino en la industria musical.

Marina Fages en el Festipulenta edición 2017. Foto: Flor Alborcén.

Un último párrafo. Antes nos preguntábamos cómo salir de la encerrona ante el disciplinamiento del algoritmo spotifiano, youtuberiano y sus seguros sucesores próximos. La única explosión positiva, la violencia benéfica es de las mujeres. Si la música está hecha de tiempo, habrá que componer tiempo recobrado en una lucha que puede manifestarse de múltiples maneras. La más prístina, la que tenemos más a mano, es la que late y se organiza desde las disidencias. Allá vamos, porque por algún lugar se empieza. //∆z