¿La última vanguardia musical del siglo XX? Repasamos algunas obras fundamentales del género que irrumpió en el modelo de bienestar nórdico.

Por Juan Alberto Crasci y Gabriel Reymann

Foto de portada por Peter Beste

A fines de los años 80, en una Noruega próspera social y económicamente, en la que las familias poseían todos los bienes necesarios para mantener un buen nivel de vida, comenzaron a aparecer algunas grietas: un grupo de jóvenes disconformes y, por qué no, aburridos, hizo todo lo necesario por trastocar las reglas existentes. Con un conocimiento amplio de la escena pesada y metalera de los setenta y ochenta, en lo que respecta a la NWOBHM, el punk, el metal extremo primitivo (Venom, Bathory y Celtic Frost) y el thrash —sobre todo el alemán de Sodom, Destruction y Kreator—, estos jóvenes, no más que adolescentes, se propusieron crear la música más fría, violenta y misantrópica jamás hecha.

Para subvertir los valores establecidos se centraron en dos grandes pilares: el anticristianismo –devenido en satanismo, término complejo de explicar, ya que no hablamos de la hollywoodense “adoración al diablo” (sic)– y el retorno a las raíces puramente nórdicas, vikingas y paganas de la península escandinava, intentando quebrar la dominación europea continental católica y protestante. Al mismo tiempo, en muchos casos, casi sin proponérselo, con esta nueva música brutal y extrema estaban forjando la última vanguardia musical del siglo XX.

Su oposición a la cultura de masas, al capitalismo y a la creación artística como pura mercancía realizada para agradar iba de la mano de la cuestión ideológica religiosa, por momentos (mal) simplificada a la ideología nacionalsocialista. Cierta filiación a la pureza de la raza nórdica, la predilección por la violencia y las guerras y la utilización de su idioma –el noruego, el sueco, el danés– para expresarse en uno de los géneros que más rápido adoptó el inglés como idioma universal, extremó no solo la posición de los músicos sino la recepción por parte de la sociedad.

El modo en que estas bandas conmocionaron a la época no se circunscribió solo a los aspectos artísticos. Los actos vandálicos –las quemas de iglesias realizadas por el Inner Circle, los disparos con escopetas a los locales de McDonald’s– y los brutales crímenes (algunos pocos asesinatos y suicidios), pusieron al black metal en boca del mundo. Muchos artistas se fastidiaron ante la moda del mal comportamiento social, porque indicaron que por ello los músicos jóvenes poco conocedores de la filosofía y el modo de vida black metal se acercarían al género, convirtiéndolo en algo frívolo y ligero. Otros, aprovecharon el espaldarazo mediático para posicionarse dentro de la escena musical. A pocos años de su origen, los escándalos quedaron de lado y la escena se fortaleció desde su costado artístico e intelectual.

Foto: Peter Beste

 Samael – Worship him (1991)

Surgidos a fines de los 80 e influenciados por sus compatriotas Hellhammer, los hermanos Vorph y Xytras Locher volvieron a poner a Suiza en boca de todos los adictos al metal extremo. Su primer disco, Worship him, se transformó en un imprescindible del black metal, aun difiriendo por completo de las tendencias predominantes dentro del género, especialmente en Noruega. Abundan los midtempos, o directamente los tiempos lentos, con un estilo tosco, seco, por momentos machacón ―esto los emparenta con los griegos Rotting Christ, de quienes Xytras luego fue productor― y con un sonido crudo, tratado de forma austera. Títulos de temas como “Rite of Cthulhu” o “Into the Pentagram” pueden dar una idea de por dónde va la cosa. A partir del año ‘96 la banda mutaría hacia sonidos góticos e industriales, con preponderancia de los sintetizadores, y las líricas se volverían cósmicas, astrales, sin perder oscuridad. Juan Alberto Crasci


Immortal – Pure holocaust (1993)

Pure Holocaust es uno de los clásicos instantáneos del black metal noruego, aún con las polémicas que desata la banda dentro del ambiente. Abbath (bajo, batería y voz) y Demonaz (guitarra) entregan un disco rápido, furioso, gélido, con líricas centradas en la hostilidad del clima nórdico ―tracks como “Unsilent storms in the north abyss” y “The sun no longer rises” dan una idea de las temáticas tratadas― y con una adscripción absoluta al género. Ortodoxia y canon definen por completo a la placa: guitarra, bajo y batería, sin florituras ―pero con sus complejidades, sobre todo rítmicas― y nueve canciones veloces, tensas, frías y llenas de ira, le sobran a este falso trío ―el baterista Grim figura en los créditos del álbum, pero Abbath estuvo tras los parches en la grabación― para acaparar la atención de la escena hasta la actualidad. Un gran disco para sentirse dentro de una tormenta de nieve devastadora. JAC



Ulver – Bergtatt – Et Eeventyr i 5 Capitler (1994)

Ulver, una de las joyas más preciadas de la corona noruega, debuta en 1994 con Bergtatt… y desestructura la escena. Estamos ante un disco conceptual montado sobre una antigua leyenda nórdica en la que una niña se adentra y se pierde en un bosque. Con tan solo cinco tracks, íntegramente cantado en danés arcaico, el álbum alterna pasajes de black metal despiadado y desafiante, con voces limpias al estilo del canto gregoriano e instrumentaciones folk ―guitarras acústicas y flautas―. Gran forma de presentarse, plantando las banderas de la imprevisibilidad, la heterogeneidad y la vanguardia, valores que persistirían y se acrecentarían a lo largo de toda la carrera de la banda, que, desde hace más de quince años, se volcó a la experimentación electrónica y al darkwave. JAC


Darkthrone – Panzerfaust (1995)

La automutilación como motor estético: tipos con destreza técnica musical que deciden tocar cada vez peor y encima dar en el blanco. El centro compositivo del disco es la batería de Fenriz, con ese beat impedido y frenado de lluvia pareja y continua sobre los temas; más allá del black metal primitivo que los caracterizó durante la mayor parte de su carrera, acá hay también mucho riff tétrico y lento, herencia directa de Celtic Frost. El disco anterior de Darkthrone, Transilvanian Hunger, suele ser considerado el clásico por antonomasia del dúo, pero la maxima puntería a nivel compositivo está acá.  Gabriel Reymann



In the Woods… – HEart of the Ages (1995)

La mejor canción de amor de la historia de la humanidad dura 12:23, comienza con una introducción de tres minutos de un pulso psicodélico que da paso a una letanía semi-gótica, para finalmente desembocar en los gritos primales más feroces jamás documentados en registro discográfico alguno. El resto del disco no le va en zaga a la intensidad a esa primera canción. In the Woods…fundía la crudeza épica de Bathory junto con la psicodelia gótica de Fields of the Nephilim y la melancolía proggie del primer disco de King Crimson (solían versionar Epitaph en vivo, y su tercer disco, Strange in Stereo, vuela muy cerca del malestar febril” de Starless and Bible Black). GR


Rotting Christ – Triarchy of the lost lovers (1996)

Desde Grecia llegan unos de los pioneros del black metal melódico. Fundados a fines de los 80, alcanzan su madurez con su tercer álbum, Triarchy of the lost lovers, que incorpora elementos del metal gótico que contrastan y complementan la rudeza habitual de la banda. De sonido frío y seco, ajustadísimo en la composición y en la producción, Triarchy… sobresale por sus aciertos: riffs de guitarra ultra gancheros ―basta darle play a “King of a Stellar War”, el primer track del disco para entenderlo―, teclados más que necesarios para la apuesta de la banda y vocalizaciones con el grado exacto de brutalidad. Si esperan ortodoxia, no la encontrarán: los griegos beben de todas las aguas y definen su personalísimo sonido desde esa mixtura, que más acá en el tiempo se tornará aún más compleja. No olvidemos que Grecia fue ―y en cierto sentido sigue siendo― la puerta de entrada hacia el oriente medio. JAC



Burzum – Filosofem (1996)

Grabado en 1993 aunque publicado en 1996, Filosofem cimienta el sonido granítico de Burzum, la monobanda de Varg Vikernes (voz, guitarra, bajo, batería y teclados), afamado demente nacionalista de la escena extrema nórdica. El disco es un exponente significativo del sonido noruego ―precariedad intencional no solo en la producción sino también en la grabación, crudeza, preponderancia de desborde emocional o ambiental por sobre lo técnico―, pero con diferencias con respecto a la escena por su peculiar método compositivo: temas extensos, monótonos pasajes instrumentales, ruidosas secuencias de acordes reiteradas hasta el hartazgo y tiempos lentos que van sumergiendo al escucha en un trance maligno y ritual, que lo emparentan con facilidad con la música ambient. Indispensable para comprender lo que se estaba gestando. JAC


Emperor – Anthems to the welkin at dusk (1997)

Otra de las maravillas noruegas. Otra banda, que como Ulver o Enslaved, nació madura. Anthems… es su segundo álbum y supuso una revolución en el black metal de la época. Inspiración, sofisticación, calidad y complejidad compositiva e interpretativa, magistral incorporación de los teclados, con un claro corte neoclásico (y no solo como apoyo ambiental ni tampoco con un rol líder como en el black metal sinfónico), violencia inusitada y desprecio total Y vocalizaciones limpias alternadas con los habituales growls del metal extremo hacen de este disco uno de los pilares absolutos de la música universal. Corría el año ‘97 y la idiosincrasia sobre la forma de componer y grabar el género se modificó. En Anthems… escuchamos una producción sólida y sostenida, que realza tanto la furia de las guitarras como la potencia de la batería. Con el surgimiento de esta camada de bandas maduras desde el nacimiento la escena cambió para siempre, gracias a Dio… a Satán. La contratapa del disco reza que la banda toca “sophisticated black metal art exclusively”, porque la humildad, ante todo. JAC



Ved Buens Ende – Written in Waters (1997)

La descarga inicial no es una estampida de ultravelocidad sino una polirritmia de batería y una frase de guitarra —apenas distorsionada— abierrrta y discordante como el mundo mismo. Para mayor inusualidad, ese primer tema dura siete minutos, la voz entra promediando la canción, y es un canto recitado ligeramente desafinado. Ni esto ni aquello: por más que no falten la velocidad y los graznido, esto no es black metal hecho y derecho, pero tampoco hablamos de un trio de metaleros noruegos haciéndose los jazzeros y/o post-rockeros. Como el surrealismo del arte de tapa (¿era Hans Arp?), acá se trata de pintar un lienzo de demencia derretida que, sí, funciona; prueben escuchando el disco entero de corrido. GR


Solefald – Neonism (1999)

Intentar una disección de Neonism arroja como resultado elementos constitutivos más dispares que la mierda: black metal sinfónico, órganos Hammond alla Keith Emerson, arremetidas punkies, secciones drum ‘n’ bass…¡rapeo en francés! El dúo conformado por Cornelius Jakhelln y Lazarre Nedland (este último también miembro de Borknagar) llamaba a su estilo “música roja con bordes negros”, y la influencia del eclecticismo de Mike Patton y sus proyectos (Mr Bungle a la cabeza) es un punto de comparación poco antojadizo, pero los resultados jamás quedaban en demostraciones de versatilidad posmo y carentes de sustancia. Por algo también se autodefinían —de forma pedante, pero con buen criterio— como “rediseñadores del rock and roll”.

Ver también: las discografías de otros dementes desprejuiciados noruegos como Fleurety o Dodheimsgaard. GR //∆z