En su primera novela, la escritora nos muestra el mundo laboral moderno como lo que realmente es: un universo hostil y competitivo en el que sobrevive el más fuerte.
Por Luciano Sáliche
- Trabajo
En 1936 se estrenó Tiempos Modernos, un clásico de la historia del cine, no tanto como su protagonista: Charles Chaplin. Ver hoy esta película es una experiencia de corte surrealista. Chaplin se divierte en el avance de la revolución industrial. Su cuerpo se mueve, gracioso y tragicómico, como si el humor pudiera calmar la hostilidad de la cadena de montaje. ¿Qué cambios se produjeron ochenta años después en la forma que hoy concebimos el trabajo? Para el marxismo ortodoxo –que lee la obra del filósofo alemán sin el elemento clave de las ciencias sociales: el contexto-, el trabajo es el intercambio entre la acción del hombre y las materias de la naturaleza. Un eufemismo pálido y reseco. La Ideología Alemana, un texto de suma exquisitez intelectual, sugiere que el trabajo es la forma de producir los medios de vida, en el sentido más filosófico del término.
El trabajo es, entonces, la forma que tenemos todos de sobrevivir en este mundo, de abastecer nuestra existencia, de reproducir las condiciones sociales que nos permiten convivir en sociedad. La división internacional del trabajo, la proliferación de nuevas disciplinas y la renovación constante del capitalismo financiero favorecieron la posibilidad de crear diversas formas de trabajar. Si las condiciones sociales y geográficas lo permiten, ya no es obligatorio canjear tu futuro por un trabajo de por vida en una mina, en la cosecha, en un taller textil, en una fábrica o encerando un piso en Libertador con cama adentro. Hoy existen esos centros de explotación que, con el avance de la burocracia, se reproducen como conejos: las oficinas administrativas.
Natalia Gauna publicó hace unos meses su primera novela, Workaholic (Milena Caserola, 2015), donde narra la monotonía de una mujer cínica en los pantanos universales que hay detrás de un escritorio, una forma mucho más sofisticada de explotación, donde la alienación es más difusa, pero no por ello menos intensa. En las oficinas aparece la individuación del trabajador, como si tuviera una autonomía: las huellas de clase se borran porque hay un contacto con todos los sectores de la empresa y hay una posibilidad (¡la siempre latente posibilidad!) de ascender. ¿Y acaso no es la búsqueda constante del ser humano dejar de pertenecer a la mediocridad y tener un ascenso social? La primera novela de Gauna construye un universo hostil, competitivo, de supervivencia, donde la oficina es el campo de batalla.
“A veces me pregunto por qué me someto. Casi nunca me respondo. Me convence saber que trabajando pertenezco a un mundo, al laboral, al de mis padres y amigos. Ése que enorgullece, que hace sentir útil y capaz pero que es frágil, mentiroso, perverso y arrogante”, reflexiona la narradora, personaje principal del relato: una mina ambiciosa y sensual.
- Sexo
Varios países nórdicos han cambiado la jornada laboral a 6 horas diarias porque luego de eso, la concentración estalla y todo se convierte en inutilidad. ¿Cuánto tiempo de nuestro trabajo de dependencia lo hacemos con intensidad productiva? Workaholic es una palabra potente, con muchas consonantes, con una H que suena como J refinada -la traducción al español es algo horrible: trabajólico- y designa a las personas adictas al trabajo, pero que no son muy trabajadoras, es decir, que saben cómo perder el tiempo en su jornada. Quienes padecen esta condición mantienen una relación tensa con el laburo. En la novela, la narradora es cínica, competitiva, nihilista y sabe que el trabajo no dignifica, al menos ese; no la hace sentir útil, ni plena, ni humana, entonces busca sobrevivir. Intenta que la jornada pase sin dañar su estabilidad emocional. Pero no es tan fácil: “Las ventanas son impermeables al mundo exterior, alejan, achican, someten”. Y en otro pasaje: “Tengo miedo a morirme, a no trascender. Ese es el peor de todos mis temores. Pero trabajar en una oficina no me hará infinita”.
¿De qué sirve mantener un trabajo estable que sólo da tedio e insatisfacción? ¿Vale la pena el sufrimiento cotidiano del proletario promedio? ¿Realmente ese sueldo percibido mensualmente alcanza, suple, vale la pena? En medio de todos estos interrogantes existenciales decide jugar el juego para tener todo bajo control. ¿Qué se necesita para sobrevivir en un mundo despiadado? ¿Cómo se obtiene el respeto, la distancia profesional, la envidia del resto? En un mundo que funciona como un mercado de valores, ella es “una chica bien”, tiene algo que todos anhelan: belleza, juventud e inteligencia. La sensualidad jugará un rol central a la hora de relacionarse con el resto de los compañeros de trabajo.
La protagonista no es feminista, no le interesa velar por el trato igualitario entre los géneros, tampoco afearse para evitar su condición de mujer, ni poner el grito en el cielo para que dejen de cosificar su delicioso cuerpo. Ella potencia sus virtudes femeninas -lo que la socióloga Catherine Hakin llamó capital erótico- para no transformarse en sus repulsivas compañeras. “No creo en la salvación de mi alma sino en el gemido de mi cuerpo porque cuando gimo soy real”, dice y el sexo comienza a ser la óptica para sobrevivir en los pasillos infames del trabajo mediocre porque “es más fácil progresar cuando un hombre te desea”. Y al igual que explica la psicóloga catalana Carme Freixa, el elemento que sostiene las tensiones entre el trabajo y la sensualidad es el autoestima. Y aquí quizás esté una de las claves para emprender el recorrido del personaje de la novela.
Esta chica bien sabe en qué lugar se metió. Es consciente. “El mundo del trabajo todo lo corrompe” porque impone sus convenciones sociales entonces hay que desatar alguna forma de libertad –ajena para algunos, nostálgica para otros- que aporte vértigo, sorpresa, erotismo. No es casualidad que la bajada del título sea “la rebelión de los mediocres”. La narradora afirma que “la tranquilidad es un bien sobrevalorado” y de esta manera empieza a creer en lo que Michel Houellebecq argumentaba en Plataforma: “Si no hubiera un poco de sexo de vez en cuando, ¿en qué consistiría la vida?”
- Conflicto
En el plano de lo estructural, Workaholic es lo que lo franceses llamaron nouvelle y acá se tradujo como novela corta. Cuando uno lee este libro no se logran dilucidar con suficiente precisión las características formales de la novela tradicional sino más bien las del cuento. Julio Cortázar solía decir que la característica central del cuento es su forma esférica, cómo el autor trabaja desde el interior del relato demarcando el límite de las posibilidades, es decir, luchando con los sentidos siempre dentro de la historia, a diferencia de la novela tradicional que obliga a la bifurcación ilimitada. Una definición más pedagógica suele afirmar que el relato trata de un crimen y la novela, del criminal. Pero, ¿de qué trata Workaholic? ¿Es la historia de una puja laboral por mantener la lucidez? ¿Es el reflejo de una época: una chica hermosa jugando con fuego? ¿Es la ficcionalización de una problemática mundial sobre el desgano de los trabajadores de oficina? Quizás lo mejor sea leer Workaholic como la suma de todas estas puntas formando un conflicto que interpela nuestra cotidianeidad laboral, ese lugar donde la gente pasa la gran mayoría del día aburriéndose, irritándose, enfermándose e imaginándose en otro lugar.
El gran mérito de Natalia Gauna fue establecer un terreno firme y seguro para poder caminar con precisión y construir allí un edificio sólido. ¿Cuántas gigantescas torres literarias se derrumban hoy por la ambición del escritor que quiere cagar más alto que el culo? Muchísimas, y no es el caso de Workaholic: una historia concreta y verosímil que punza en lo hondo de la moral contemporánea y sus mecanismos –cada vez más mediocres- de estabilidad laboral.
Y como toda buena historia, el conflicto tiende a resolverse. Pero no del todo, porque no hay salvación para un alma corrompida, para una chica que se sabe hermosa y utiliza su belleza como imán para los poderosos y repelente para los débiles, que hace apología de la infidelidad, que teme, que llora, que odia, que no tiene credo, ni santos, ni ídolos, ni iglesias. Sólo una eterna voracidad por saciar su deseo. Y qué mejor que hacerlo en el lugar que más la oprime: el trabajo.//∆z