Weezer vuelve al ruedo en Everything Will Be Alright In The End y trae la tranquilidad prometida en el título con su mejor disco en más de una década.

Por Santiago Farrell

Adorables parias en medio de la onda grunge de los noventa, Weezer se hizo un nombre con una fórmula bien delineada: letras estructuradas sobre un desborde confesional adolescente casi bochornoso (y más allá) junto a una base sonora que combina en partes iguales instintos de predador pop y una distorsión tan furiosa como exquisita, virtud menos reconocida de lo que se debería. Es una combinación ganadora, y como tal, una camisa de fuerza. Cuando su líder Rivers Cuomo elimina la primera variante, como en el Álbum Verde (2001), la banda suena genérica; cuando altera demasiado la segunda, caso de prácticamente toda producción de Weezer en el siglo XXI, los resultados son aun peores, una especie de autoparodia difícil de digerir. Cuomo viene bailando en ese campo minado desde Make Believe (2005), hasta ahora con resultados bastante descorazonadores.

Everything Will Be Alright In The End está ineludiblemente marcado por este dilema. El disco divide las canciones en tres categorías temáticas (la relación de Cuomo con su padre, con las mujeres y con los demás) y pone al timón a Ric Ocasek, productor del maravilloso Álbum Azul (1994) y del Verde. Apenas arranca, Cuomo engrana un machaque hostil para quejarse de todos los anteriormente mencionados en una sola letra (“Ain’t Got Nobody”) y por las dudas, retoma la interminable relación de amor-odio con los fans de la banda en “Back to the Shack” (“perdón, chicos, no me di cuenta de que los necesitaba tanto”), donde pide “volver a rockear como en el 94”. ¿Recuerdan lo de “bochornoso”?

Pero entonces aparece un estribillo impecable, con timing de misil teledirigido, en “Eulogy for a Rock Band”, que impide frenar la reproducción. A partir de ahí, Everything Will Be Alright In The End encontrará un cauce, con algunos desperfectos pero muchísimos más aciertos que cualquier obra posterior a Maladroit (2002) y, lo que es más importante, una nueva actitud respecto a los dos elementos de la fórmula Weezer, en la que es posible vislumbrar un rumbo para el futuro.

En el plano sonoro, se advierte una consolidación. En sus últimos discos, la banda sonaba desorientada, como denotaba la omnipresencia de productores de hits y raperos como co-compositores. En este disco, Cuomo parece haber reencontrado el norte; hay invitados en siete de las trece pistas, pero casi no se notan, porque su impronta se yergue inexorable, retomando el rock hitero al que quiere volver pero con vueltas de tuerca inéditas. “Lonely Girl” toma el Álbum Verde y le pone dientes con un riff tan elemental como rabioso, dejos grunge y coros de doo wop. “Eulogy…” une estrofas dignas de Queen (influencia notable en todo el disco) a ese estribillo explosivo à la Killers. Y “Cleopatra” es el mejor tema de Weezer en más de diez años, con una voltereta rítmica brillante, desvíos metaleros y un solo armonizado sencillamente precioso.

Y después está el cambio mental implicado en el título. Pasaron veinte años desde el debut. Cuomo está casado, hizo las paces con el padre y promedia los cuarenta. O sea, más allá de no poder controlar a los fans (que la ligan de nuevo en otro tema cuyo título podría traducirse como “me tienen hasta acá”) y del paso de los años, nada le queda para traumarse, por lo que tunea también el tormento lírico. Sí, “Back to the Shack” cita más o menos la mitad de “In the Garage” y “Go Away” tranquilamente podría ser el capítulo siguiente de “Butterfly”, con la respuesta de la chica y todo. Pero ahí se quedan, restableciendo el equilibrio que da a algunos clásicos de Weezer el impacto emotivo que nos avergüenza confesar, como se nota en la sentida “Foolish Father”, himno de perdón apoyado sobre una base rockera inusualmente clásica.

No todo funciona: el disco entra en una meseta alrededor de “The British Are Coming”, y la trilogía instrumental final, si bien es otra señal de un futuro posible, bien podría haberse acortado un par de minutos. Pero hay ganchos como para llenar cinco álbumes, y entre la renovada inspiración y la mano de Ocasek, que aporta claridad pero le permite andar por caminos menos lineales, en Everything… el malogrado Weezer del siglo XXI por fin se redime. Tenían razón al asegurarlo: al final, todo estará bien.//z

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