El Festipulenta vol. 18 tuvo lugar en el Zaguán Sur y subió al escenario a Sub, La Hermana Menor, Furies y Go-Neko! Otra bestial prueba de vida del festival emblema de la nueva escena independiente porteña.

Por Claudio Kobelt

Fotos de Matt Knoblauch

Arrancando suave para explotar y volver a bajar, Sub inaugura la primera noche del Festipulenta Vol. 18 con su nueva formación de quinteto, donde se destacan la destreza de José Noise al frente de la voz y la guitarra, y la labor del tecladista, que corta esa pared de sonido dando un mayor vuelo a las melodías.  Mezclando algunas canciones ya editadas y otras de su nuevo material por venir, como la indefectible “El equipo te rescata”, prédica de cancha y amistad, Los Sub muestran ser una verdadera aplanadora, y la voz de su líder, dulce y grave, es poseedora de una potencia caliente y sincera, que todo lo transporta.  “Vamos con Natalia Oreiro” dicen bromeando y arrancan con “Todo lo que quiero en este momento”, su nuevo gran hit de estribillo irresistible, a la que le pegan la flamante “Hippies” y su martillar rítmico, de energía limpia y sentida. “Esta es La historia de nuestras vidas” anuncian y arrancan con la vertiginosa y ya conocida “Ella es peronista”, con Alf de Bencina Disturbio como invitado. José asume su lugar de Guitar Hero y baja del escenario hacia el público sin dejar de tocar, punteando con certeza y velocidad, poniendo en su rostro la expresión de aquel que deja su vida en las cuerdas. Con un show ajustado y poderoso, los Sub muestran su nuevo sonido y refinamiento. Evolución y calidad que agita la espera de su disco por venir.

Con una introducción shoegaze instrumental, arranca el show de La Hermana Menor, el grupo uruguayo de culto que cuenta con una nutrida base de seguidores en nuestro país, que para ese momento de la noche ya llenaba el Zaguán. Con canciones flotando en una suave y oscura melancolía,  LHM mezcla country, psicodelia, funk y postpunk con la esencia del rio de la plata, y su cantante, como un crooner maldito borracho de nostalgia, escupe perlas de sensibilidad cotidiana envueltas en esa rabia salvaje y espesa. Con reminiscencias tanto de  Sumo como de la Velvet Underground, LHM  juega con el clima saltando del éxtasis del baile a una melancolía lánguida de domingo.  Sus fans corean, gritan y bailan cada canción sin dejar de sonreír, felices de esta nueva oportunidad de verlos rockear. Su líder, verborrágico y carismático, baja del escenario hacia el público solo para ver a sus amigos tocar. Bromea con sus compañeros, con el público, anuncia “ahora vamos a tocar un temazo”,  o “vamos a bailar”, poniéndose sonriente y al hombro esa carga de rocanrol hirviendo que los músicos saben cocinar, y que él nos da a probar. El grupo se despide pero el grito popular pide ¡Otra! ¡Otra!, solicitud que agradecen y aceptan, contestando con “Vamos a hacer una canción encantadora”, y atacando con “Eucaliptus”. Baile furtivo y melancolía subterránea para la primer jornada de una banda realmente imperdible y que deberíamos poder ver más seguido de este lado del charco.

No mucho después aterrizan los Furies, y su delicado ensamble de neo-psicodelia y beats precisos que navega entre el dream pop, el trip hop y el dub experimental. Un show impecable, casi matemático por su precisión rítmica sin fallas, y de un ritmo que contagia y despierta los pies al baile masivo. Con voces flotando en el eco y el calor naciente de los cuerpos, cierto aire tropical se percibe en las melodías, como una cumbia down-tempo sostenida entre el beat digital y el parche sanguíneo. Sus hipnóticas armonías y acabada labor sonora, muestran a los Furies como un grupo de arañas tejiendo melodías con cientos de hilos de sonidos, creando una tela gigante de la que nadie podrá escapar. Sin dejar de lado el kraut, la música progresiva y la experimentación, amenazan con terminar su show pero desde la audiencia los gritos y pedidos de bises se sostienen, lo que los músicos obedecen con una impecable versión de un tema de Neu.  Dueños de un ritmo y un sonido compacto, los Furies dejan el escenario  con el Zaguán a punto de estallar de celebración y capacidad.

La cara verde led de Mike Ontry se ilumina en el fondo.  Llega Go-Neko! y  sube la temperatura a infinito, arrancando con “8th Man”, generando el primer pogo de la noche. Una celebración tribal y casi animal tiene lugar y nada la detendrá. Con la novedad de Chatran, tecladista de El Mató a un Policía Motorizado tomando el mando del bajo, Los Neko vuelven a mostrarse como un combo explosivo, con un sonido que no deja de sorprender. Y si en los Furies hablábamos de justa precisión, en Go-Neko! todo es sangre y sudor, caos y peligro, ritmo bestial y pura pasión. La impecable labor de las guitarras y los sintes incendian todo a su paso, como un río de lava sonora que no deja de fluir vivo y ardiente. La batería avanza como un rayo, corriendo salvaje y despiadada por nuestra piel, detonando el calor y el espacio profundo creado por el sonido.  Distorsión, samplers y velocidad crean el fuego, y el pogo que no se detiene, es la prueba de una llama viva que no deja de quemar.

La última banda termina su show, pero fiel a la costumbre el público pulenta no se va, y se queda charlando, bailando, comprando libros en la feria, hablando de lo que acaba de pasar.  El Festipulenta repite el ritual y mantiene la magia que con creces supo crear, ratificando ser un espacio a cuidar, y una parte fundamental de la escena independiente que bien fomenta, apoya, recuerda y construye. Porque más que un festival es una construcción que no deja de crecer, que no se detiene, y que esperamos volver a habitar.