¿Cómo el diario de un crítico, su experiencia personal, su subjetividad sirve para repensar el papel del arte? Aquí una posible respuesta. 

Por Alan Ojeda 

Para la persona promedio ver una película es un evento totalmente anecdótico. Es decir, un amigo o familiar dice a otro: “¿Vamos a ver esa peli nueva que salió? Parece que está buena”. Acto seguido van al cine, pagan la dolorosa cifra, y al cabo de un máximo de dos horas están liberados. Pasaron por la sala como dos turistas que buscaban perder tiempo y eligieron el estreno de la semana que, bueno o malo, prometía unas horas de suspensión de la conciencia. En este caso, la suspensión es negativa. El espectador se retira tan desnudo como entró, porque no resignó su ego para entregarse a la experiencia, simplemente puso pausa, stop, congeló el razonamiento y también el corazón. Un caramelo visual/virtual que se disuelve y no deja gusto a nada. Por suerte no todo concluye ahí. Existe también el que encuentra en la oscuridad del cine, frente a la pantalla gigante, una experiencia religiosa. En ese ritual se inscribe Subjetiva de nadie (Fragmentos de un diario crítico) de Marcos Vieytes, editado por Entropía.

Marcos Vieytes no vive en la ficción, como bien podría decir algún lector de Subjetiva de nadie, sino que la ficción vive a través de él.  Esto puede parecer una novedad, pero no. Marcos revela algo que le sucede a cualquiera que disfrute del arte, en este caso del cine, cuando se encuentra con la obra. Ésta no está cargada de sentido en-sí, tampoco quien la consume. En el momento del encuentro se produce un diálogo, una experiencia-de-verdad en la que una biografía (en este caso la de Marcos) se significa y se resignifica a través de cada película. El espectador se entrega al placer, desea ser transformado, demanda de la obra un impacto, una señal, como los maestros de la Kabbalah que buscan sin descanso alguno de los tantos nombres de Dios. Luego vuelve y la consciencia cargada de amor asume la reflexión. Lejos de la frialdad del cirujano, Marcos Vieytes asume la imposibilidad de la distancia clínica del crítico promedio y nos invita a sumergirnos en su vida de la misma forma que él lo hace con cada película. En esta mélange perdemos también nuestra identidad y ahí surge Subjetiva de nadie.

Por supuesto que la experiencia del espectador, en el caso del amante-crítico de cine, no se reduce a la pantalla grande. Como una religión privada, el rito también tiene lugar en la calidez su hogar. Ahí, nuevamente, el espectador pone en contacto el más-acá y el más-allá de la pantalla. Las realidades se funden y sólo queda un aura inmanente donde cada recuerdo o cada mueble puede remitir a una película o viceversa. La experiencia total: la vida parece una película en la sala de cine de Dios.

El lector de este libro encontrará tres niveles distintos de lectura: el crítico, el biográfico y el poético. Un recuerdo evoca una observación sobre una película de Ford, que a su vez invoca la presencia de un poema que suspende la narración, dirigiéndose al lector como contándole un secreto al oído. Subjetiva de nadie, lejos de ser un libro para especialistas, se ofrece a cualquier lector que desee sumergirse en el diario de la pasión de un espectador que, como buen esgrimista, en el disfrute también educará al lector, sin que se de cuenta. //z