Quince bandas en vivo y ocho horas ininterrumpidas de shows pasaron por la tercera edición del FestiLaptra en una jornada para el recuerdo, y que deja testimonio del excitante momento actual de buena parte de la escena independiente.
Por Claudio Kobelt
Fotos por Nadia Guzmán
Todo arrancó a las cuatro de la tarde, con el noisepop de los peruanos Los Zapping y su frenesí punk rock. La primer chispa del fuego se hacía visible. Con elementos de Weezer, Pavement, Beach Boys y mucho punk rock, los muchachos del Perú desplegaron un show melódico, furioso y urgente con final shoegazer incluido. Ojalá tengamos pronto de regreso a esta gran banda latinoamericana que promete, y cumple. Luego, en el escenario al aire libre, fue el turno de Antolín, el hacedor de melodías plenas de belleza, oscuridad y sensibilidad. En ese espacio enorme, con su delgada humanidad, Antolín parece débil, pero tiene la fortaleza suficiente para protegernos a todos en sus canciones de amor. Primero solo con su guitarra, luego con la incorporación de una tecladista, y finalmente con su banda plena, Antolo repasa clásicos de toda su historia y entonces queda claro: esas canciones se cantan fuerte y a los gritos, o bien en un profundo silencio de contemplación zen, ambas reacciones resultado del desborde de emoción ante la honda gracia de la palabra cantada.
Inmediatamente después, en el escenario interior, Koyi Kabutto desgranó sus finas melodías de amor y experimentación. Cierta mirada nostálgica se respiraba en ese sonido oscuro, envuelto de una profunda ensoñación, como un dream-pop prendido fuego. Suavidad, calor, días dorados y melancolía en la banda de sonido perfecta para nuestros mejores recuerdos y la esperanza perdida. Una vez terminado el set de Koyi, afuera comenzó a sonar “El Héroe”, tema ya clásico de Mi Pequeña Muerte. Repasando canciones de toda su discografía, M.P.M. demostró una vez más ser una agrupación sin fallas en su armadura de melancolía post-punk y kraut pop sensible. Sonoridad imbatible y naturaleza única, con el dorado componente de la voz de Julián Perla en sus filas, quizás una de las más bellas y personales que se han escuchado en mucho tiempo. Finalizado su show, en el escenario cubierto inició Mapa de Bits.
Los Mapa dispararon canciones como balas calientes, impactando en los corazones alertas y generando el primer pogo del festival, dejando claro que no fallan en sus disparos, que cada tonada da en el blanco de nuestra memoria visual activando imágenes, películas, épocas y recuerdos que, aunque ajenos y atemporales, sentimos nuestros y eternos. El cierre con “KGB”, canción perfecta de magnitud épica, dejó latiendo a los pibes y pibas del púbico que piden más emoción de bits, pero ya lo sabíamos: hoy no hay tiempo para bises.
Afuera comenzaba a extenderse un inmenso manto de folk-noise al mando de Reno y los Castores Cósmicos. Reno ofreció su garganta en llamas a ese rocanrol salvaje y sin destilar, y sus Castores Cósmicos son la maquina perfecta para eso, con combustible hirviendo en las venas. Como toros exhalando pasionales melodías de amor, galoparon en el sonido de ese blues desbocado pisoteando nuestras cabezas y dejándonos felices de ello.
De vuelta adentro. Habían comenzado Los Japón y sus himnos para pandillas. Cadencia suave e hipnótica, dueñas de un beat melancólico y un sonido sin época. La voz y el baile de Juan Pablo Bava marcaron el norte y contagiaron un clima festivo y febril. Además de sus clásicos presentaron algunas canciones de Los Subterráneos. Nueva agrupación con los miembros de Los Japón pero con otra búsqueda y un sentir más furtivo, profundo, oculto. Bienvenidos los Subterráneos y vida eterna a los Japón. Afuera, arrancaban Las Ligas Menores.
Y no está de más decir que el pop alternativo y cancionero encontró un exponente de calidad en Las Ligas. Sus canciones, de una profunda dulzura y ritmo, explotan en este grupo cuyo secreto radica en la suma de sus integrantes, su labor en conjunto, y sus personalidades y sonidos bien marcados por separado. Y mientras cae el sol y la noche gana terreno al cielo, Las Ligas Menores pusieron luz, baile y pogo al atardecer. Al cantito pelado de “Vamos Las Ligas la puta que lo pario” por parte del público que pedía más, no hubo mucho que hacer. En el escenario del interior acababa de arrancar “Multimillonario”, en la voz de Javi Punga. A la que le pegaron “Ahora soy vegetariano” y “The Cure”, hits de culto que las chicas y chicos cantan y bailan con fervor. La banda que acompaña a Javi ejecuta a la perfección ese pop and roll tan brutal como radiante. Su sensibilidad, su ritmo contagioso, y su talento innegable para la creación hacen de Javi Punga uno de los artistas más interesantes y divertidos de ver. Inundados en sudor y placer, no aprendemos la lección y queremos más y más, pero no hay más. Ya estaba por estallar Bestia Bebé.
Con la relajada “Estamos Bien” y la emotiva “Sabés!”, dieron comienzo a un show pleno de salvajia y celebración. Y si el patio del Konex se encontraba a capacidad colmada, cerca de la mitad de ese público se enredó en un baile masivo y excitado. Pogo, mosh & slam, feroz e incontrolable. Sus mantras catárticos sobre amistad, futbol y amor despertaron un festejo que sacudía, como si en sus melodías corrieran 1000 volts de corriente pura. Energía tangible que conmueve y moviliza todo lo que tenemos. Y la certeza de que esos músicos son héroes, peleando la batalla más fatal de todas, ganando siempre por goleada, y dándonos en la victoria himnos para nuestras guerras del mañana. Y entre cantos de hinchada y gritos de aliento, la Bestia se retiró dando paso a un nuevo show.
Era el turno de Atrás Hay Truenos, ese acorazado a base de krautrock y estrellas en implosión. La incorporación de la dulce e intrincada voz líder de Roby al frente dibuja un laberinto circular y sin salida, del que solo es posible escapar con las alas que ellos mismos construyen para vos. Alternando entre la suavidad y la furia, como una caricia con garras, los Truenos generaron un trance insondable del que debemos salir sin más, pues de repente todo terminó. En el escenario al aire libre comenzaba a sonar El Mató a un Policía Motorizado.
Y eso de “la fiesta que te prometí” se volvió real e imparable, y todo el abasto pareció temblar. Las multitudes inquietas saltan y levitan sobre el piso con los cohetes del nuevo rocanrol. “Chica Rutera”, “Chica de oro” y la vieja y querida “Nuestro Verano” estallaron generando una onda expansiva de vehemencia sin par. Para el cierre, el ataque con “Mi Próximo Movimiento”, quemando, empujando lo que no volverá a quedarse quieto, y dejando para el final la conmovedora “El Fuego que hemos construido”. Otro show de El Mató y la repetida sensación de estar ante uno de los máximos responsables de un nuevo y posible rock nacional.
Pero el festival no terminó ahí, y el tigre continúo su ataque con The Hojas Secas y su rock en carne viva. La voz de Lucas Jaubet ardía, y su cuerpo se contorsionaba poseído ante esos rayos de poder sucio que ejecutaban sus compañeros de banda. Los brazos en alto del público son las llamas de un infierno encantador, que The Hojas se encargan se avivar con su sonido áspero y crudo, como lava espesa y dulce que todo lo derrite. De ahora en más, todo sucede en el escenario interno, y era momento de recibir a los Go-Neko!
Sobre la proyección de un documental sobre unos extraños insectos en la selva, el show Neko pareció ser la banda sonora perfecta para ese microcosmos en perfecto caos y armonía. Palpitando al calor de las máquinas y el ritmo de las cosas vivas (Loop y cuerdas, sangre y sampler), Go-Neko! pintó el mapa de mil galaxias con la misma sustancia con que están hechas las nubes en las noches más oscuras. Otra vez las gargantas pidieron otra, pero el final del festival estaba próximo, y era el turno del último show de la noche. La catarsis movilizadora de 107 Faunos.
Arrancando con la instrumental “Fiesta de Cerezas” y la bellísima “La Plata” (también conocida como “El Pueblo”) los 107 iniciaron un set que hizo vibrar el cuerpo y lo que tras él se oculta. La inédita “Jazmín Chino” dejó a varios de los presentes comentando y aplaudiendo lo increíblemente bella que es esa nueva canción con destino de futura romanza fauna. Y en horario y como se había anunciado, todo terminó. Pero los pibes y pibas del público no se querían ir más. Esos amigos y esas canciones son la casa, el hogar, y como una forma de reclamo y reconocimiento a los creadores comienzan a cantar a voz pelada y sin música “Incertidumbre”, “John Henry”, “Calamar Gigante nro. 8”… y así varios temas faunos en las gargantas honestas y agradecidas del público y de músicos de otras bandas, todos conmovidos de fiesta y emoción, corroborando ese espíritu de camaradería y amistad de posta. Cantando fuerte, con el ritmo gritando en las palmas, lenta y pesadamente, nos marchamos del lugar.
Así, tras los quince shows de bandas tan diferentes como hermanas, el festival llegó a su fin. Todo compartido con amigos, familia elegida, hermanos de pasión a los que uno prefiere y abraza una y otra vez. Y esa tarde fue como nuestra Navidad, esa fecha en que la familia ha decidido juntarse y ponerse al día, abrazarse toda en una canción. Con los cuerpos cansados, los huesos ardiendo, y la sonrisa intacta nos retiramos dejando a la bestia en su merecido descanso. Y si hay una canción de The Hojas Secas que dice algo así como “Estoy Solo/ Tengo miedo”, pues ya no. Mis amigos y los del tigre estarán allí, abrazándome con sus garras, mostrándome sus fauces plateadas y, espero, no soltándome jamás.