Con su decimocuarto disco los londinenses afianzan su identidad en un trabajo que continúa el camino trazado por sus antecesores, mezclando su lado más pop con destellos experimentales.

Por Emmanuel Patrone

Comencemos con una teoría: a los Wire nunca les importó el presente. O mejor, reformulemos y ampliemos la sentencia. A los Wire nunca les importó el presente en su cualidad únicamente de simple hoy y aquí, es decir, en su propia esencia. En esa trilogía insuperable marcada por sus primeros tres discos, que influyeron y seguirán influyendo a generaciones de rockeros alternativos, bichos raros electrónicos y poperos con curiosidad por las extravagancias de las formas, el presente sólo servía para preparar el terreno del futuro. O, para en el peor de los casos, tergiversar ese presente: si el punk eran tres acordes en dos minutos, planteaban, nosotros tocamos dos acordes en veinte segundos, los convertimos en canción y lo llamamos “Field Day for the Sundays” (Pink Flag, 1977).

Esta posición con respecto al presente también vale de modo inverso. La última vez que revisamos en qué andaban los veteranos del post-punk, estaban concentrados en una tarea particularmente extraña para ellos: revisando su pasado. Raro para un grupo que generalmente se niega de manera terminante a tocar en vivo temas de sus primeros álbumes. De allí salió Change Become Us (2013), una colección de canciones rescatadas del olvido y regrabadas por los Wire de hoy. De nuevo, el presente era sólo una excusa para celebrar que el pasado -que, no olvidemos, a su vez renegaba de su presente y atisbaba el futuro- se hacía carne en el hoy en un traje hecho a medida de las circunstancias. Yendo al 2015, en el caso del flamante decimocuarto disco de estudio de la banda, podríamos sugerir que finalmente hicieron las paces con el presente y lo declara sintéticamente: aquí y ahora, esto somos. Y de ahí el título homónimo: a llamar las cosas por su nombre. Wire. Y punto.

No estamos hablando de una banda con problemas de identidad. Para nada. Su actitud ante el mundo siempre fue “Esto es lo que hacemos”. Tampoco descansan y se revuelcan en su status como leyendas de un género. Pero ya casi cuarenta años de carrera pueden llegar a poner las cosas en perspectiva. Es significativo, entonces, que este nuevo disco afiance lo que venían manifestando con sus discos post-salida del guitarrista Bruce Gilbert, Object 47 (2008) y Red Barked Tree (2011). ¿En qué consiste ser Wire hoy, entonces? Consiste en mantener la cancha inclinada hacia el formato pop, pero con la marcada idiosincrasia de la banda, que sostiene las atmósferas enrarecidas, la economía de recursos, una lírica tan absurda como hermética y ganchos inesperados.

El recorrido de principio a fin del trabajo es bastante demostrativo de lo que venimos planteando. El primer track, “Blogging”, mezcla el típico pulso inconmovible/cara de poker del baterista Robert Gray, el bajo robusto de Graham Lewis y las guitarras aclimatadas de Colin Newman y Matthew Simms (nueva incorporación de la banda) con una letra que mezcla citas bíblicas con lenguaje de la red de redes. En manos de una banda menos hábil y sin sentido del humor, un estribillo como “Blogging like Jesus, tweet like a Pope, site traffic heavy, I’m Youtubing hope” sería razón de fervorosas burlas públicas, pero funciona y, de hecho, la canción es uno de los platos fuertes del álbum.

A “Blogging” y su controversial estribillo lo suceden “Shifting” y “Burning Bridges”, que mantienen una cadencia motorizada y accesible. “In Manchester”, a pesar del título, no es precisamente una semblanza de la ciudad representativa de la Revolución Industrial pero se vale de un coro preciso que revolotea entre guitarras y teclados cálidos. La minúscula (en duración y atractivo) “High” apenas sirve para dejarle el camino despejado a “Sleep-Walking”, que en siete minutos y medio enseña que se puede mantener la tensión con sólo tres notas; tensión que, sin embargo, no llega a explotar en un momento de euforia sino que se va consumiendo de a poco.

Para la segunda mitad del disco, “Joust & Jostle” aplica un poco de urgencia contenida y “Swallow” es la joya escondida del disco, con capas y capas de guitarras y teclados que generan un in crescendo luminoso. Más tarde, “Split Your Ends” y “Octopus” devuelven los estribillos fácilmente asimilables entre melodías nerviosas hasta que “Harpooned” arriba como un muro de ocho minutos de guitarras sombrías y un pulso machacante e insistente que se termina erigiendo como la pieza fundamental del trabajo.

Si la aceptación del presente por parte de la banda parece traducirse en el título del álbum, se puede caer en la trampa de sostener que los Wire finalmente se estancaron, se contentaron con ser apenas una banda más con varias décadas al lomo que ya no tiene nada nuevo que ilustrar al mundo. Después de todo, ya mucho han hecho. Y algo de eso hay: canciones como las mencionadas “Joust & Jostle” y “Shifting” son canciones efectivas pero ejecutadas casi en piloto automático. En el otro lado de la balanza, lo que manifiestan canciones como “Sleep-Walking” y especialmente “Harpooned” es que aún queda un resabio de ese Wire que utiliza el hoy para proyectarse a otros espacios sónicos y temporales. La buena noticia, entonces, es que estos experimentandos post-punkeros pueden darse el lujo de bajar un poco la guardia pero que, con las almas de depredadores potenciadas por los años, siguen dispuestos a atacar en el momento menos esperado.//z

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