Del 19 al 26 de agosto tuvo lugar la edición número 14 del Santiago Festival Internacional de Cine (SANFIC). En esta primera entrega de la cobertura, seis películas que se pudieron ver en el festival de la capital chilena.

Lima en la piel, María José Moreno (Perú)

Una prostituta sexagenaria que vive en una habitación de 2×2. Una vendedora ambulante de caramelos que, además, destripa pescados para mantener a sus hijos, ya que su marido está preso y es su único sostén. Un matrimonio anciano de artistas que cuidan su casa colonial más que a un tesoro, apasionados por la pintura y el clown. Estos son los pilares de la creación forjada por María José Moreno en este documental en donde su huella como narradora está, prácticamente, invisibilizada. Pero a la vez es sumamente omnisciente gracias al recorte que construye.

Lima en la piel no sólo cuenta la Lima de los desclasados sino que también la muestra en la voz, la carne, los huesos y los pesares de sus protagonistas. Ana María Parra Gallegos, Gloria Herrera Solano, Juan Piqueras y Carmen Piqueras enternecen y emocionan con sus historias de vida. En primera persona, van narrando sus peripecias para sobrevivir en una Lima que se muestra salvaje, al mismo tiempo que fascinante y encantadora. Con una fotografía sutilmente elegante, estas tres historias de vida se  entremezclan dejando espacio a la pasión y el sufrimiento en partes iguales. El amor en los tiempos del cólera. A la vez, el filme, que ya había pasado por el BAFICI 2018, es una lección de cinematografía acerca de cómo emocionar sin necesidad de caer en golpes bajos. Pablo Díaz Marenghi

Trastornos del sueño, de Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra (Chile)

Joel (David Hernández) es un derrotado. Un trabajador precarizado que acaba de perder su empleo, de salario mínimo, y debe reconstruirse para no perecer en las garras del villano más villano de todos los tiempos: el sistema capitalista. Padece su vínculo con su madre y su abuela senil. En el medio, se enreda con Mari (Carla Gaete) y experimenta un vínculo tóxico con un sexo brutal y explícito como epicentro.

Esta película, estrenada en el SANFIC y dirigida en dupla por Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra, intenta narrar la vida cruel de un hombre solitario y profundamente miserable. Sin embargo, peca de ambiciosa en su propuesta, que no por el hecho de ser austera y minimalista desde lo visual deja ser ser compleja. La película intenta recurrir a una subtrama onírica que nunca llega a desarrollarse del todo. El relato parece, por momentos, un documental o piezas de material found footage. Por momentos el tono se diluye y todo se vuelve monótono, con una paleta de colores lavados y grises que acentúan la personalidad decadente del protagonista y dificulta la empatía con el espectador. Recursos como el cuasi sexo explícito o los planos híper cerrados, que resaltan hasta las imperfecciones en la piel de los actores, no alcanzan para redondear una propuesta narrativa que se queda a mitad de camino entre el drama sórdido y el monólogo abúlico y apático. Pablo Díaz Marenghi

Petit-Frère, de Roberto Collío y Rodrigo Robledo (Chile)

Con una puesta de cámara hipnótica, el documental de Roberto Collío y Rodrigo Robledo cuenta, a través de la familia Frère, la historia de la comunidad haitiana viviendo en Chile. Un acercamiento a un lado poco conocido del país trasandino y, por supuesto, al del colectivo migratorio del castigado país centroamericano.

La audacia de Petit-Frère se evidencia en los primeros planos del documental. El desierto en pantalla no perdona con su tierra roja y sus siluetas marcianas. Un vehículo futurista de juguete recorre el horizonte con una pequeña cámara en su techo. No estamos seguros, como espectadores, si nos confundimos de película: ¿estamos por ver un documental sobre el colectivo haitiano que vive en el país trasandino o una ciencia ficción futurista sobre androides y extraterrestres?

Cuando el dúo Collío – Robledo puso en marcha el documental, no tenía en mente encontrarse con la historia de la familia Frère. Buscaban, simplemente, contar la realidad de algún colectivo social de los márgenes de Santiago. El puntapié inicial del proyecto fue fortuito: cuando se cruzaron con Wilner Petit-Frère, un dirigente social haitiano que cuenta los vaivenes de su comunidad a través de un periódico, entendieron que el camino tenía que seguir por ahí.

Los realizadores vieron que la fuerza del documental estaba desnudo frente a ellos a través de Wilner. Dispusieron, para ello, una imponente fotografía y un montaje que asemeja lo documentado a una película de ficción. No hay entrevistas a cámara, voz del narrador en off ni material de archivo, solamente los hechos enmarcados en una puesta de cámara soberbia pero, aún así, natural. A través de esta construcción vemos el oficio que desempeña Wilner, el nacimiento de su hijo y su primer cumpleaños, un tiempo después. Lo que se escucha son grabaciones del propio haitiano, que hace que el documental sea más personal, como si fuera parte de su proyecto informativo. Iván Piroso Soler

Sobre los muertos, de Simón Vargas (Chile)

La ópera prima de Simón Vargas deambula entre lo onírico y el realismo latinoamericano más clásico. De una intimidad abrumadora, Sobre los muertos llega al SANFIC con ganas de demostrar que se puede hacer mucho con poco. Una reflexión sobre el pasado de Chile sin hacer pie en ninguna temporalidad definida.

Pocas locaciones. Pocos actores. Menos diálogos. Lo que hay, de todas formas, es imponente. Los paisajes que nos regala Vargas (a través del potente ojo del director de fotografía, Jeremy Hatcher) nos sitúan en la orilla del lago Riñihue, al sur de Chile. Allí ocupan una casa Alicia y Damián, una pareja de jóvenes que se pasa el día caminando por la casa, por el bosque, los prados y las orillas que rodean el lugar. Se encuentran en ese limbo entre la vida y la muerte, sin poder decidir en cuál quedarse. Aunque, claro, no tienen más que una opción.

Vargas, a través de la película, reflexiona sobre el tiempo, el pasado y el improbable presente. En algunos tramos elige tensionar al espectador con pizcas de suspenso, a través de largos planos movilizados en un drone a lo largo de toda la casa. Pero la mayor parte del tiempo nos ofrece momentos de reflexión a partir de los diálogos de los personajes.

Si bien Alicia y Damián son dos adultos jóvenes, al suspenderlos en ese impasse temporal Vargas los acerca a una inocente niñez casi lúdica. Se repiten algunas acciones, como encontrar un libro con ejercicios para aprender a leer, o dar vueltas en el patio de la casa hasta marearse y tambalearse por el lugar. De esa inocencia el director empuja a sus personajes a afrontar que están muertos y que tienen heridas que los llevaron a ese lugar. Vargas los abraza en su soledad. Iván Piroso Soler

La estación violenta, de Anxos Fazáns (España)

El arquetipo de un escritor frustrado y alcohólico que es expulsado de su cotidiana mediocridad para reencontrarse con los fantasmas de su pasado es el argumento de La estación violenta de Anxos Fazáns. La película cuenta cómo este hombre de letras, que se emborracha diariamente mientras se tira una o dos líneas de cocaína, vuelve a encontrarse con una pareja de amigos que lo llevan a un pasado feliz pero ya inexistente. El rock, las drogas y el reviente eran algo cotidiano para este trío de artistas pero todo eso cambió y ahora hay que pagar los platos rotos.

La ópera prima de Fazáns está basada en la novela homónima de Manuel Jabois que retrata el desencanto de aquellos jóvenes que querían cambiar el mundo y fracasaron en el intento. El film se puede leer como si los protagonistas de Los soñadores, de Bertolucci, volviesen a verse treinta años después llegando a la conclusión de que toda esa rebeldía juvenil fue en vano, un chiste de mal gusto, un eslógan más.

El plus que sin dudas tiene este largometraje es el catálogo de bandas de la escena indie de España que toca en vivo a lo largo de toda la película. De alguna manera el nihilismo y la tristeza que viven los personajes son parecidos a una serie de canciones monocordes que se repiten una y otra vez. Ignacio Barragan

No viajaré escondida, de Pablo Zubizarreta (Argentina, Uruguay)

Blanca Luz Brum fue una mujer que vivió muchas vidas. Después de un comienzo literario como poeta en Uruguay, se traslada a las filas comunistas de Juan Carlos Mariátegui en Perú. En México será amante de David Alfaro Siqueiros y en Argentina se hará peronista para terminar siendo más tarde una fiel seguidora de Pinochet en los años setenta. No viajaré escondida, de Pablo Zubizarreta, es el retrato lleno de contradicciones y matices de esta historia de vida.

Este documental intenta desmitificar la trayectoria de lo que podría ser una Salvadora Medina Onrubia de la clase media. Sin la plata y los contactos aristocráticos de la mujer de Natalio Botana, Blanca Luz es una muchacha que se hace de abajo para después ser protagonista de distintas vanguardias a lo largo de Latinoamérica. Su vida está llena de momentos extraordinarios como la creación de la frase “Braden o Perón” para las elecciones argentinas de 1946 o las tertulias que frecuentaba junto a Frida Khalo y Sergei Eisenstein.

La película de Pablo Zubizarreta es una obra bien documentada que logra visibilizar la historia de una de las tantas mujeres que han sido participes de distintos movimientos políticos y después han quedado en el olvido. Ignacio Barragan