Guachass sale a la cancha con Paladar Negro, su nuevo disco. Rutas, amigos, bajos subterráneos y el Motorhead de las chicas montevideanas.

Por Gabriel Feldman

Me acuerdo que antes de escuchar su primer disco, producido por Sergio Ch. (Los Natas, Ararat), pensaba que, por añadidura, encontraría canciones narcotizadas influenciadas por el rock pesado, el blues y la psicodelia. Sólo las conocía de nombre: Guachass. Y sabía que tres cuartos de sus integrantes eran mujeres. Distinto a mi prejuicio, salieron disparadas del reproductor un arsenal de bombas sucias con pulso garagero y una cantante estridente. La instrumental “Pulpo” volaba un poco más, pero la intención, claro estaba, era otra. El solemne boxeador enmarcado por serpientes, cual tatuaje old-school, ilustraba bien la confrontación. Poder crudo. Mugre y tomar por asalto tu cabeza en menos de tres minutos. “Como Motorhead, pero con chicas”, comentó por ese entonces el flamante productor en referencia a sus protegidas uruguayas.

Seis años después, el combinado femenino abrió una plaza más para otro muchacho (dos y dos), las letras son en español y nos encontramos con una aproximación distinta a la que habían presentado en su combativo debut. Giro de timón. La tapa con el paisaje caleidoscópico nos adelantará algo si queremos jugar con la imaginación… ¿Otra pista?: “viene del desierto, trae mucha arena”.

Yo voy caminando con mi paso lento/Nena no te rías/si camino sola/yo voy muy tranquila”, repite Camila González Jettar en “Nena”, ya promediando la mitad del viaje, mientras la cadencia espesa de un blues va remontando vuelo. Quizás sea esa frase, en ese contexto, con esos compases de fondo, lo que mejor defina a Paladar Negro, su nuevo disco. Mutación hacía un sonido más denso y pesado, con composiciones que parecerían nacer de largas zapadas.

El tranco lento que se expande, se vuelve enorme y se enfervoriza. Pero la velocidad no es la prioridad: la atención está puesta en el avance cautivador y la sensualidad de la voz que parece provenir de un Más Allá, sobrevolando las escenas que narra.

Se abrió la coraza garagera-punk para dejarse penetrar por la ventisca desolada con la que inicia el disco (“Libertad”). La influencia del todo acaparante stoner. Riffs densos y el paso cansino que no se detiene. “Camino” – verbo o sustantivo – será la palabra fetiche. De rutation. Dejarse llevar. Por Montevideo, por bares, hospitales o caminos de piedra. O por una carretera buscando la libertad, a la deriva, al borde de un lago, o entre las cuatro paredes de una habitación que todavía conserva los rastros de la noche anterior. “Si me vienen a buscar, yo voy”, les anuncian a sus compañeros de ruta (“Amistiki”). Alumnos prodigios de la sensualidad patente de Queens of the Stone Age que se materializará en “A ningún lado”. Pero también de la impronta folclórico-stoner-pampeanade la discografía de El Padrino Sergio CH. (“Ojos de lobo”). Y quizás, muy probablemente, prestando un oído al primer disco que produjo Josh Homme de Arctic Monkeys, cuando les explotó los granos de un saque, enfrentándolos a su encarnación más oscura: climas sombríos, bajos gordos y bases juguetonas.

El final guarda una última sorpresa cuando la marcha fúnebre de “El Tornado” se disipe y, tras unos minutos de silencio, el disco culmine con una frágil coda acústica que enlaza el principio y el final en un círculo infinito. La danza del viento reanudará el camino. Todo grabado en formato analógico, el detalle no menor que sella su nuevo misticismo.//z

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