Los motores rugen su canción de despedida para Paul Walker en Furious 7. Tras casi quince años de acción llega el último viaje.

Por Martín Escribano

Furious 6 supuso la despedida del taiwanés Justin Lin, director que además de revivir la saga allá por el 2006 filmó la que hasta el momento es la mejor de todas las entregas: Fast Five. Mientras otro asiático, el malayo James Wan (Saw, Insidious, The Conjuring), tomaba la posta, la noticia de la muerte de Paul Walker (ni más ni menos que a bordo de un auto) enfrentaba a los fanáticos a otra despedida decididamente más trágica y definitiva.

Cuando restaba filmar media película, los guionistas tuvieron que pegar el volantazo. La fecha de estreno se pospuso y hubo que echar mano de los doloridos Caleb y Cody Walker, hermanos de Paul, para poder completar el rodaje a fuerza de CGI. Curiosamente, gran parte de lo que ocurre en Furious 7 apunta a la liberación de una hacker extremadamente sensual llamada Ramsay (Nathalie Emmanuel, más conocida como Missandei de Game of Thrones), pieza clave para dominar el Ojo de Dios, un programa que permite ingresar a cualquier dispositivo que posea una cámara o un micrófono. Dominic Toretto (Vin Diesel) y los suyos serán contratados para hacerse con el programita que parece ser el único modo de ubicar al malvado Deckard Shaw (Jason Statham), quien busca venganza por lo que nuestros héroes le hicieron a su hermano en el film anterior.

Así, en la primera entrega cronológicamente posterior a The Fast and the Furious: Tokyo Drift, mientras Sean Boswell (Lucas Black) hace una breve aparición luego de nueve años de ausencia, mientras se corren picadas insólitas en el cementerio y en el desierto, mientras se desaprovechan figuras de la talla de Dwayne Johnson y Djimon Hounsou y otras como Kurt Russell amenazan con robarse la película, mientras Letty (Michelle Rodríguez) sigue luchando contra su amnesia y Vin Diesel se debate a fierrazo limpio con Jason Statham, la voluptuosa Ramsay, maestra en el dominio de la matrix, nos recuerda que solo hay un lenguaje que cuenta: el de los unos y los ceros.

Gracias a él leemos mails, pagamos cuentas por internet, nos conocemos por las redes sociales. Gracias a él los autos vuelan y atraviesan los edificios, las chicas se debaten en peleas asombrosas y se corren las más insólitas de las carreras. Nada escapa del Ojo de Dios, apenas una manifestación de ese gran Dios Digital ilimitado por cuya voluntad los muertos pueden volver a la vida.

La primera incursión en el género de acción por parte de James Wan ha sido satisfactoria: las persecuciones son espectaculares y llegan hasta el vértigo pero se ha perdido parte de la frescura que le aportaba la narración de Justin Lin. Quizá sea que se trata de una séptima entrega, quizás se deba a otros factores. El tiempo dirá. Lo cierto es que luego de meter más de un millón de espectadores en cuatro días, Furious 7 bate récords en Argentina y en el mundo.

La más larga de las rápidas y furiosas será inolvidable no tanto por su irreverente ridiculez sino por su emotivo homenaje final. Una vez resuelto quién es el más macho, el que pelea mejor, el que pistea más rápido, es momento de despedirse del Brian O’Conner que durante casi quince años encarnó Paul Walker. Como a un Lázaro del siglo XXI, el Dios Digital le ha otorgado unos minutos más de vida al compañero de ruta y lo ha vuelto inmortal. Y entre tanto motor, tanto músculo y tanta ametralladora puede ser que rueden una o dos lágrimas. Que nadie se avergüence: los hombres también lloran.//z

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