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Este domingo es la 90° ceremonia de los premios Oscars. Analizamos a las nueve nominadas a mejor película. 

 

Dunkerque (Dunkirk) – Christopher Nolan

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Una masa de 400 mil soldados británicos aguarda desesperanzada sobre la playa francesa que su gobierno logre hacerlos cruzar el Canal de la Mancha, rodeados por el Blitz alemán, a fines de otro Mayo francés famoso, el de 1940, el de la capitulación de París a los pies de Hitler, apenas un año después del inicio de la Segunda Guerra. De alguna manera, y aquí está el énfasis que Christopher Nolan elige deliberadamente, es el pueblo el que logra salvar a sus muchachos del desastre continental: son los botes particulares manejados por personas comunes los que logran el milagro, porque los grandes calados de los barcos de la Marina encallan en la baja costa. Un triunfo colectivo, imposible de lograr desde los planes pero realizado con el sacrificio sin heroísmos que quizás sea el principal mérito visual del film, repartido el protagonismo entre varios escenarios que se dan en simultáneo y son retratados con maestría desde ángulos diferentes. Esto que fue historia, también puede ser leído como presente; si me permiten, Dunkirk es –voluntariamente o no- la primera película sobre el Brexit. Ahora mismo suena descabellado, pero piénsenlo un momento si ya la vieron y después me cuentan. Sebastián Rodríguez Mora

El hilo fantasma (Phantom Thread) – Paul Thomas Anderson

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Que en su octava película Anderson (PTA en adelante) elija salir por primera vez de suelo estadounidense es un primer indicio de por qué Phantom thread es (algo) diferente a todo lo que filmó el californiano anteriormente. Reynolds Woodcock -un papel escrito exclusivamente a la medida de Daniel Day-Lewis- es un prestigioso modisto en la Inglaterra de los ’50 que se encarga, junto a su hermana Cyril, de vestir a mujeres de la familia real, actrices de cine y celebridades de la alta sociedad. Como suele suceder en el cine de PTA, y en donde puede notarse su gusto por la narrativa clásica, es en las primeras escenas de la película donde aparece algo de la psicología de los personajes y donde se puede intuir, en este caso, que esa relación simbiótica entre hermanos que llevan adelante un negocio familiar tiene su lado retorcido. Si en sus anteriores obras, sobre todo a partir de Magnolia, PTA fue dejándose llevar por la grandilocuencia (una destreza estilística que reforzaba con una fotografía impecable y una banda sonora muy importante para el manejo de la tensión), en Phantom thread apela al minimalismo. La historia transcurre casi siempre en lugares cerrados, sobre todo en la mansión en la que viven y trabajan los Woodcock, y en las pocas salidas que hacen -restaurantes lujosos, fiestas de la alta alcurnia- a los personajes se los nota fuera de lugar, como si fueran arrastrados por una vida acostumbrada al respeto por las convenciones sociales. El elemento disruptivo en la trama, con el que PTA refuerza sus obsesiones y lo que lo emparenta al resto de su trabajo, se llama Alma, una joven que trabaja en una cafetería y que Reynolds conoce cuando va a descansar unos días a un pueblo en las afueras de Londres. Alma empieza a servirle a Reynolds, que ha llegado a la mitad de su vida siendo un soltero irrenunciable, como musa para sus diseños. Llevada por la inocencia y la búsqueda de cambio en su vida, otro elemento muy presente en los personajes de PTA, la joven deja que Woodcock la lleve a vivir con él y se genere entre ellos una relación de dominio que, en apariencia, ejerce el hombre. Si tanto en Sydney/ Hard Eight, Boogie nights, There will be blood o en The Master la figura paternal tenía un peso (casi siempre opresivo) sobre los personajes principales, en Phantom thread  es la madre, en este caso su recuerdo, la que funciona como el eje sobre el que Reynolds ha formado su personalidad y sobre el que puede entenderse la relación con las mujeres que pasaron por su vida. En Magnolia, en una de las tantas escenas inolvidables en la obra del californiano, el policía que interpreta John C. Reilly le toca el timbre a una mujer. Y lo que ella, pasada de merca y desesperada, en verdad está queriendo cuando lo invita a pasar y a estar un rato con él es lo que todos los personajes de PTA buscan en algún momento, alguien que los rescate y los saque de una vida construida a base de malas elecciones. Y aunque la relación entre Alma y Reynolds tenga aspectos enfermizos quizás no haya en toda la obra de PTA una historia de amor tan genuina como la de Phantom thread. Alejo Vivacqua

https://www.youtube.com/watch?v=e0O4kcuMC9M

¡Huye! (Get Out) – Jordan Peele

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Un consejo antes de ver este filme: cuidado con las expectativas. Si uno se deja guiar por las etiquetas, pensará que Get Out es una más de terrror. Sin embargo, la opera prima de Jordan Peele es algo más. Nominada al Oscar como Mejor Película (una de las grandes sorpresas) cuenta la historia de Chris (Daniel Kaluuya) y su novia Allison (Rose Armitage). Esta lo invita a pasar unos días en la casa de sus padres para presentárselos y, al principio, a él la idea lo inquieta. “¿Les contaste que soy negro?” dice y ella afirma que sus padres son súper abiertos, que no será un problema. Al principio todo parece normal. Sin embargo, todo comienza a desbarrancar y el relato toma rumbos inesperados que lindan con lo surreal, lo onírico y hasta con el culto vudú. Producida por Blumhouse, acostumbrados a generar cintas de terror atípicas, le da una vuelta de tuerca atractiva al género, perturba al espectador y lo corre de su zona de confort. Hasta hay momentos para la comedia negra y lo bizarro. Todo puede leerse en clave satírica ya que trabaja sobre cuestiones étnicas que dan en la fibra más podrida de la cultura estadounidense. Con un presupuesto de 4 millones y medio de dólares, lleva recaudados más de 252. En tiempos de hiper abundancia de pochoclo, esta película se vuelve un gesto de irreverencia encantador. Pablo Díaz Marenghi

Lady Bird – Greta Gerwig 

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Greta Gerwig llegó este año a un lugar históricamente reservado para los hombres como es el de la categoría de Mejor Director en la entrega de los premios de la Academia. Con una historia sumamente personal y de un candor inusualmente independiente la californiana logró la quinta nominación para una mujer en noventa años de premiaciones, y se pone de pie frente a titanes como DunkirkThe Post o The Shape of Water, todos dirigidos por hombres. Es imposible pensar en esto sin tener en cuenta el aura que rodea al evento más importante de la industria, luego de que el movimiento #MeToo desenmascarara casos de violencia de género contra decenas de actrices, directoras y productoras. Es válido preguntarse qué hizo Lady Bird para resaltar en la industria en el último año. Poco espacio hay en los encuadres de Gerwig para las historias que recuerdan a las masacres raciales en Estados Unidos o para la biografía de algún gran prócer. Sin embargo, también es cierto que la ópera prima de la protagonista de Greenberg (Noah Baumbach, 2010) pone el foco en ese personaje que fue ganando peso en la historia norteamericana reciente: el middle-class hero. Lady Bird (Saoirse Ronan) no es el nombre de la protagonista. Es un pseudónimo que toma para ocultar su verdadero nombre: Christine. Ominosamente cristiana, su identidad es algo que intenta esconder constantemente, así como también los lazos que la unen a Sacramento, su ciudad natal. La historia de Lady Bird, de Christine, es la historia de la fachada que van tomando ella y todos los miembros de su familia en algún momento u otro, ya sea por la delicada situación financiera que los persigue como por la culpa cristiana de una comunidad en la que la religión pisa fuerte. La dirección de Gerwig resalta los gestos y motivaciones de una porción de la sociedad que suele ser olvidada por otros directores (generalmente hombres) más grandilocuentes y avasalladores en su propuesta. Las mujeres de Lady Bird son tan intrépidas como fuertes, mientras que los hombres son inseguros, débiles y por momentos tediosos. Y es allí donde la película despliega sus alas. Iván Piroso Soler

La forma del agua (The shape of water) – Guillermo del Toro

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El agua toma la forma de las superficies que recorre. Adopta distintos estados. Es ella la que se adapta. De eso es lo que habla el director Guillermo del Toro en su nueva obra, la décima de su filmografía. Es la historia de Elisa Esposito (interpretada por una superlativa Sally Hawkins), la encargada de limpieza de un laboratorio militar en el Baltimore de los sesenta que se encuentra con algo que la inquieta. En un tanque permanece capturado un anfibio antromórfico que el ejército norteamericano secuestró de las profundidades del Amazonas brasileño. Elisa comparte su ansiedad con Zelda (Octavia Spencer), una compañera de trabajo que es discriminada por sus superiores por ser afroamericana, y con Giles (Richard Jenkins), un vecino que dibuja y está enamorado del vendedor de dulces  de su barrio. Hablar de del Toro es hablar de un director que se diferencia de otros realizadores mexicanos que también juegan en terreno hollywoodense. Entre otras cosas, se aparta de Alfonso Cuarón o Alejandro González Iñárritu porque siempre optó por el género estrictamente fantástico. Del Toro asume su referencia como realizador entrenado en este tipo de historias, aquellas en las que el mundo real se mezcla con lo inhóspito y lo simbólico, lo que juega en los bordes de lo conocido.La narración no teme en mantenerse por la senda correcta. En La Forma del Agua cada elemento está perfectamente colocado. La cinematografía, a cargo de Dan Laustsen, es clásica, con robustos travellings que presentan a la suntuosa decoración comandada por Jeffrey Melvin y Shane Vieau, todo bajo la musicalización de las notas de Alexandre Desplat. No hay riesgos por correr en la película, del Toro va a lo seguro y en ningún momento hay desbordes cuando se trata de un cuento de hadas. Y, quizá lo mejor, en estos momentos en el que el otro corre tanto peligro, lo mejor que nos queda es soñar. Iván Piroso Soler

 Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name) – Luca Guadagnino

call-me-your-name_0Quien diga que la vio venir, miente, porque nadie podía pronosticar que lo último de Luca Guadagnino (The Protagonists, I Am Love, A Bigger Splash) se convertiría en un clásico instantáneo. Extraordinaria, fuera de serie, una trompada asestada con la intensidad y el timing preciso, Call Me By Your Name ya es una de las mejores cintas que entregó el nuevo siglo. En una villa italiana de la zona de Liguria, durante un verano de principios de los ochenta (1983 en la novela de André Aciman en la que se basa) Elio (Timothée Chalamet), de 17 años, conoce a Oliver (Armie Hammer), un estudiante norteamericano mayor que él y “becario” del padre de Elio (Michael Stuhlbarg), profesor especializado en cultura grecorromana. Si hablamos de los griegos, de quienes aprendimos que al amor se lo puede nombrar de muchas maneras, viene bien decir que habrá aquí un erastés (un amante) y un erómenos (un  amado). El primero, por su condición, no sabe lo que le falta, pero algo le falta; el segundo no sabe lo que tiene, porque lo tiene escondido, incluso para sí mismo. El punto es que se encuentran y ese encuentro genera efectos. La casona familiar, en la que prima un ambiente intelectual y bastante liberal para la época, oficiará de paraíso donde empezará a circular de manera creciente el deseo entre ambos. No es fácil filmar esa energía invisible, y la demora necesaria para que esta se despliegue, pero el guión del veterano James Ivory (de 89 años, quien originalmente iba a codirigir) le infunde a sus personajes un respeto pocas veces visto y la cámara de Guadagnino dota al relato de una sensualidad insólita. La cuarta película del director nacido en Palermo desnuda la verdadera naturaleza de esa fuerza continua e indestructible, que causa a ambos personajes y los empuja a vivir incluso, y sobre todo, a pesar de ellos mismos. Call Me By Your Name es el registro de la existencia del Paraíso y también el de su nostalgia Sin ánimos de revelar lo que acontece hay que decir que cerca del final, este coming of age clásico y sensorial, al que cualquier premio le queda chico, hay una escena entre Elio y su padre que contiene uno de los mejores diálogos padre-hijo en la historia del cine. Citaremos esa escena por el resto de nuestras vidas. Martín Escribano

https://www.youtube.com/watch?v=b-8MMBvc10s

Las horas más oscuras (Darkest Hour) – Joe Wright

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En sintonía con otros films pro-británicos como La dama de hierro (2011), El discurso del rey (2010) y La reina (2006), Las horas más oscuras (inexplicable pluralización del original Darkest Hour) se sitúa en el año 1940, cuando la Cámara de los Lores decide reemplazar al Primer Ministro Chamberlain por el extravagante Winston Churchill, cuya dudosa reputación reúne los vicios del tabaco y el alcohol con antecedentes poco felices como la derrota en la batalla de Gallipoli durante la Primera Guerra Mundial, cuando ocupaba el cargo de Primer Lord del Almirantazgo. El ascenso al poder de uno de los próceres ingleses más retratados de la historia del cine (Brendan Gleeson, John Lithgow, Michael Gambon y un largo etcétera), sus reveses ante el brutal avance del nazismo, la Batalla de Calais y la gesta de la Operación Dínamo (que hemos visto en otra de las nominadas al Oscar este año: Dunkirk) son contadas por medio del excesivamente didáctico guión de Anthony McCarten, cuya última película fue La teoría del todo, otra biopic. Por su parte, la fotografía a cargo del exitoso Bruno Delbonnel es demasiado prolija, asfixiante de tan perfecta, y hay que decir que si bien el director Joe Wright se mueve como pez en el agua cuando se trata de cine histórico (Anna Karenina, Orgullo y prejuicio, Expiación), lo más destacado de Las horas más oscuras no es ni su guión (la escena del subte en la que Churchill se funde con el pueblo es absolutamente ridícula) ni su cinematografía ni su dirección. Digamos que Gary Oldman entrega la que quizás sea la interpretación definitiva del “bulldog británico”: su réplica física es asombrosa y existe una agradable armonía entre el maquillaje, la modulación de su voz, sus tics y su motricidad. Las horas más oscuras es demasiado obediente, se pasa de académica y eso es algo que los académicos suelen valorar. Stephen “Stannis Baratheon” Dillane como el vizconde y rival Halifax, Kristin Scott Thomas como su esposa y Lily James como su secretaria acompañan correctamente una película que decidió privilegiar, en desmedro de sí misma, la forma por sobre el contenido. Si Meryl Streep ganó su tercer Oscar interpretando a Margaret Thatcher, que nadie se sorprenda cuando Gary Oldman gane el primero por revivir a otra figura histórica, también británica. Será un reconocimiento tardío para un actor que ha sabido ser Sid Vicious, Joe Orton, Jim Gordon, Lee Harvey Oswald, Drácula y Jean-Baptiste Emanuel Zorg. Uno que decidió no ser del Partido Conservador y salir airoso de este monumento a la corrección. Martín Escribano

The Post: los oscuros secretos del pentágono (The Post) – Steven Spielberg

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El periodista Ryszard Kapuściński afirma en su libro Los cinco sentidos del periodismo: “Nuestra profesión siempre se basó en la búsqueda de la verdad”. Se podría decir que esta máxima oscila a lo largo de los 117 minutos de The Post, la última película de Steven Spielberg. El director, quien junto a Scorsese, Coppola y otros renovó el cine estadounidense en los ‘70, se mostró obsesionado en los últimos tiempos por temas históricos que inspiraron sus películas (algo que trabajó en La lista de Schindler y se acentuó con Atrápame si puedes, Munich y Lincoln, entre otras). Esta vez se propuso recrear el llamado “Escándalo de los Papeles del Pentágono”, que hizo tambalear a la gestión Nixon y cuyo tiro de gracia fue el Watergate, recreado en el excelente filme Todos los hombres del presidente. Aquí se cuenta la historia de cómo la directora del Washington Post, Katharine Graham (primera mujer en el cargo), y el editor del diario Ben Bradlee agarraron un fierro caliente y decidieron publicar los papeles filtrados que revelaron años de conspiraciones y secretos en torno a la Guerra de Vietnam, una causa perdida que despertó cientos de protestas en todo el territorio. Tom Hanks y Meryl Streep se lucen en los papeles principales y le dan cuerpo a un dilema en torno a la ética periodística: la relación entre el periodista y la fuente y el compromiso con los lectores. Ambos fueron amigos de los presidentes Kennedy y Johnson  y de Robert McNamara, Secretario de Defensa, y estas tensiones están presentes. También se luce Bob Odenkirk (el querido Saul Goodman) como Ben Bagdikian, periodista que resulta clave para el avance de esta investigación que también desnuda una pica con el New York Times que será histórica. El Post crecerá y se posicionará como medio nacional mientras lidia con la justicia que busca entorpecer su trabajo y acusarlos de ir en contra de la Seguridad Nacional. La música, a cargo del enorme John Williams, decora una trama que se mantiene sólida con todos los trucos del mejor Spielberg: sobriedad y distinción en cada plano, movimientos de cámara prolijos y minimalismo de recursos. El espectador sabe que, al ver una de Spielberg, verá cine para toda la familia pero filmado con excelencia. No hay sorpresas o rupturas lyncheanas. Quizás algún plano del final, influenciado por un clima de época en torno al feminismo y al movimiento #MeToo, y algunos diálogos que se pretenden intimistas terminan empantanando la estructura dramática. Por momentos la cinta se vuelve un poco pacata y políticamente correcta en exceso. Sin embargo, es un filme que expone cómo el periodismo a veces es un verdadero cuarto poder dispuesto a desnudar las podredumbres de los gobiernos de turno. Las apariciones de Nixon, observado desde afuera de la Casa Blanca sin que se le vea el rostro hablando por teléfono, son también un punto alto desde lo estético. La adaptación a la época es correcta, respaldada por la fotografía de Janusz Kaminski (otro asiduo colaborador de Spielberg). Dice Kapuściński, en el libro citado anteriormente: “Hoy el soldado de nuestro oficio no investiga en busca de la verdad, sino con el fin de hallar acontecimientos sensacionales que puedan aparecer entre los títulos principales de su medio”. Es cierto. Transpolar el periodismo de investigación que despliega The Post a la actualidad sería una torpeza. Más bien el filme sirve para repensar que prácticas periodísticas de una época que ya quedó atrás aún sirven para desempeñar con honestidad y solvencia el oficio periodístico. Que, en su carne, mantiene la esencia que verbalizó Rodolfo Walsh: “Dar testimonio en tiempos difíciles”. Pablo Díaz Marenghi 

https://www.youtube.com/watch?v=Z1mG54uyO-Y

Tres anuncios por un crimen (Three billboards outside Ebbing, Missouri)  – Martin McDonagh

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El comienzo de la última película de Martin McDonagh (Londres, 1970) tiene algo de instalación artística de denuncia que se vuelve efectiva. Mildred Hayes (Frances McDormand)  decide colocar tres carteles en una ruta poco transitada en los que se leen las frases “Violada mientras moría”, “¿Y todavía no hay detenidos?” y “¿Cómo puede ser, jefe Willoughby?” en grandes letras negras con un fondo rojo. Los anuncios no solo logran incomodar al jefe de policía mencionado sino que provocan un malestar general en todo el pueblo de Missouri donde transcurre la historia. En Ebbing nadie quiere hablar sobre el asesinato, y la mayoría de sus habitantes preferiría no ver los carteles que fueron colocados en el lugar exacto donde fue asesinada la hija de Mildred. A partir de esta premisa es entonces que se abre una partida de ajedrez donde la violencia desmedida de sus piezas crea una serie de eventos motivados por la venganza y la intolerancia. McDonagh es un inglés que conoce muy bien a la sociedad norteamericana y la retrata de una manera exacerbada para lograr un impacto en el espectador. Más allá de la siempre estricta e injusta agenda de la temporada de premios, en la que Tres anuncios por un crimen viene arrasando, no es exagerado calificar a este filme como una obra maestra que tiene ciertas reminiscencias a Pulp Fiction (1994) y a toda esa violencia que nos acostumbramos a ver en el cine estadounidense. No se puede sentir más que empatía por el anti héroe encarnado por Mildred Hayes y por estos personajes que en un principio aparecen como un cliché pero que más tarde, con el correr de la trama, se muestran con la complejidad con la que fueron pensados. Sin dudas hay que celebrar a Tres anuncios por un crimen no solo por visibilizar la lucha, a veces desesperada, de todas esas madres que han perdido a sus hijas sino también por poner el dedo en la llaga y mostrar que la verdad, lejos de ser algo confortable, duele y molesta. Ignacio Barragán//∆z