Por Martín Brossard

De los 15 a los 18 años fui heredando las remeras rockeras que mi hermano mayor descartaba cuando su gusto había mutado. “Evolucionado”, decía él. Creo que en ocasiones simplemente le avergonzaba sacar a la calle su goce más íntimo. Porque ponerse la remera de cierta banda representa, además de una declaración de principios, la publicidad de un sentimiento. Y a veces se gusta de la música y a veces se la ama. Cuando gustás de un disquito le das play cada tanto, cada vez que te imanta la onda. Pero cuando lo amás, lo llevás pegado a todos lados, va en el morral o en la mochila (hablo de un cd, si se lo ama, se lo consigue a como dé lugar) y le grabás copias a tus amigos, los internás para que lo escuchen, para que ellos también lo amen.

Sin embargo -volviendo a las remeras, a mi hermano mayor y a la adolescencia-, si el total de sus amigos se encontraba en la etapa Nirvana de la vida, no estaba bien visto aparecer en el ritual más lindo del mundo con una de Queen en el pecho. No, no, no. Cuando él podía visualizar con decepcionante claridad la diversión que les proporcionaría, entonces ahí descartaba y ‘evolucionaba’ rápidamente. Y yo ligaba.

Al poco tiempo de comprar la remera de Queen, la dejó por la de Nirvana; a la de The Cure por la de Ramones; a la de New Order por la de Beastie Boys; y a la de Lou Reed por la de –otra vez- Nirvana. La de Ramones (que en realidad me cedió cuando le regalaron una idéntica), esa del logo más famoso en la historia del rock junto a la lengua de John Pasche para los Stones y la banana amarilla de Warhol para la Velvet, la que tiene un águila con cuatro nombres custodiándola -Johnny, Joey, Dee Dee y Tommy-, fue sin dudas la que más publicité. Otra que promocioné bastante, la de Reed, cargaba un carácter muy particular, tenía la cabeza del tipo en miniatura estampada como 20 veces en blanco sobre fondo negro. Y encima de las cabecitas, el título de su gran disco Transformer, aunque con un error sutil, en lugar de la ‘r’ final, los muchachos habían impreso una ‘d’.

Lamentablemente, la única remera de aquellos años que todavía guardo por ahí es la tradicional de Ramones, las otras fueron desapareciendo, se perdieron en mudanzas-vacaciones-lavaderos o alguien en casa las ha ido tirando. Yo no puedo tirarlas, sólo dejo que se desintegren como el tiempo. Bueno, esta es sólo mi versión del asunto.

Martín Brossard es el creador de Congamag.com

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