En su nueva película, estrenada por el todopoderoso Netflix, el director Noah Baumbach retoma la temática de ruptura sentimental de algunas de sus obras más reconocidas.

 Por Ignacio Barragan

El semiólogo francés Roland Barthes publica en 1977 un libro llamado Fragmentos de un discurso amoroso, que trabaja los distintos tópicos de la idea del amor romántico. Alan Pauls define ese texto como un hibrido “de diario íntimo, el apunte narrativo y el embrión de situación teatral”, lo que lo convierte en un ejercicio de semiología que desborda las intenciones iniciales de la obra. El libro de Barthes se puede leer como un diario, y más precisamente como uno de duelo: un glosario de palabras que parece relatar la historia de la pérdida de un ser amado. Y así como Fragmentos… no habla del amor sino de la ausencia de él, Marriage Story (2019), de Noah Baumbach, no narra la historia de un matrimonio sino la de su ruptura.

La presencia de la ausencia es el motor de ambas obras, y el alejamiento del otro, la fuente principal de conflicto. En la pareja de Nicole (Scarlett Johansson) y Charlie (Adam Driver) hay amor, pero no es suficiente. Desde el principio los personajes van alejándose cada vez más uno del otro, y en una serie de escenas vemos cómo progresivamente se van concentrando más y más en ellos mismos. Hasta que la idea de sostener la pareja resulta inconcebible. Marriage story es el costado dramático de una de las tragedias modernas preferidas de Noah Baumbach: el divorcio.

Con ella se podría armar una trilogía del director compuesta por The Squid and the Whale (2005), The Meyerowitz Stories (2017) y Marriage Story: relatos protagonizados por padres e hijos que tuvieron que atravesar por la ruptura legal de un matrimonio. Es interesante resaltar el componente elitista de todos los personajes. Son en general intelectuales, artistas de clase media acomodada, con alguna característica genial que los hace resaltar: colaboradores del New Yorker, escultores de vanguardia, directores de teatro underground. Personas de un narcisismo considerable que, más allá de algún que otro reconocimiento, no suelen destacarse por encima del promedio. En esta trilogía del divorcio las parejas se separan porque las partes no pueden conciliar sus deseos. Cada uno está tan metido en su propio mundo que no puede reconocer la realidad del otro, ni siquiera la del ser amado. El personaje de Harold Meyerowitz (Dustin Hoffman), por ejemplo, es particularmente exasperante en este punto, y grafica bien la idea.

Otro concepto que se repite en Marriage… es lo kafkiano. El escritor checo es mencionado en películas como Kicking and Screaming (1995) y The Squid and the Whale, pero en esta última no aparece como condimento en una charla literaria sino como característica del filme: todo el infierno judicial que atraviesan Nicole y Charlie parece salido de las paginas de El proceso, un tramite legal que envenena la relación y termina sacando lo peor de cada uno. Los abogados se muestran como seres despreciables, y los empleados del sistema judicial, como inoperantes. En el comienzo del juicio Charlie le confiesa a su abogado que se siente como un criminal.

Ahora bien, dos cosas para resaltar. En principio, la influencia de Ingmar Bergman. Sería fácil decir que hay un paralelismo entre Marriage Story y Escenas de la vida conyugal (1973), pero en verdad la mayor parte de la filmografía del director sueco gira alrededor de la infelicidad en el matrimonio, tópico que más tarde renovaría Woody Allen. Una especie de melodrama matrimonial con ciertos tintes existencialistas.

Lo segundo es el fetiche topográfico que siente Noah Baumbach por Los Ángeles y Nueva York. Por un lado, analizándolo a través de su filmografía, L.A. pareciera ser un lugar más descontracturado y de mayores dimensiones. Los personajes se ven como intrascendentes, con casas y jardines y sin mayores ambiciones que pagar la universidad de los nenes. La contracara es Nueva York: llena de ruido y bocinas, pero también de intelectuales y verdaderos artistas, con bibliotecas enormes y catálogos de museo. Esta lectura de Baumbauch vuelve a reforzar su mirada elitista, aunque sus personajes, de vez en cuando, cuestionen sus privilegios.

Marriage… es una obra proyectiva. Cualquiera se puede sentir identificado con algunos de sus fragmentos, y este probablemente sea su mayor mérito. Por más que el mundo de Twitter considere como mejor escena de la película (aparte de la pelea) la de Adam Driver cantando “Being Alive”, es prudente también señalar un momento sutil que se da sobre el final: la cara de “¿Vos me estás cargando, flaco?” llena de impotencia y lágrimas de Nicole (Johansson) cuando Charlie le comenta, medio al pasar, que se muda a Los Angeles.

Si bien no se puede afirmar que este sea el mejor Baumbach, aunque sea uno bueno, y por más que sus últimas dos películas sean un apéndice de The Squid and the Whale, sería imprudente pensar que este, el divorcio, es el único tema del director, ya que Frances Ha (2013) o While We’re Young (2014) demuestran lo contrario. Lo que sí es seguro es que Marriage story va a cosechar algún que otro premio. Algo que, claro, no la legitima para entrar en el rubro de las grandes películas. //∆z

https://www.youtube.com/watch?v=Gv4sDoGoyXE