Los Espíritus, la banda de Maxi Prietto, Santi Moraes y compañía, reúne sus EPs para presentar uno de los discos del año.

Por Sebastián Rodríguez Mora

Devotional espiritual góspel rock argentina blues espiritual –de nuevo- psichedelic rock Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esas son las etiquetas que figuran en el Bandcamp de Los Espíritus. ¿Sirven las etiquetas? ¿Nos ayudan a definir y entender algo sobre esta banda? ¿Tanto necesitamos de ellas? Bueno, para nosotros no, ni ahí. Preferimos meternos a escuchar este disco como quien se tapa hasta las orejas con la frazada, y que las conclusiones vengan solas.

Después de varios años de rondar como proyecto, se concretó la unión de los tres EPs editados –Hacele caso a tu espíritu (2010), Lo echaron del bar (2011) y El Gato (2012)- más un par de canciones que por allí andarían sueltas. Los Espíritus está liderado por Maxi Prietto y Santiago Moraes, un dúo goleador que le imprime a las voces ese registro agudo y gastado tan característico. Pero por sobre ellos está el sonido hipnótico que la banda en su conjunto alcanza. Y a eso vamos, porque este disco puede recorrerse prestando atención a cada una de sus canciones, joyas o perlas del tesoro de algún pirata caribeño.

Será que acaso vimos muchas pelis de Tarantino, entonces el comienzo de “La mina de huesos” está en esa lista que el director quizás aún no conozca pero esté esperando. Las guitarras western y la percusión de Fer Barrey se llevan todos los premios: son una constante a lo largo de cada una de las canciones, para mantener el sonido en un electrocardiograma agitado. El sonido místico que los caracteriza en vivo está, quizás en su mejor versión, en las variaciones psicodélicas de “Jesús rima con cruz”. Prietto desarma y rearma el riff de pedal y baja línea: “Ser inocente no es suficiente”.

Luego, el Imperio del Bajo –a cargo de Martín Batmale-, así se podría definir a “El Gato”. La viola de Prietto juega a los efectitos y la canción se mete en esa atmósfera santanesca y todo sube paulatinamente hasta un estado que no es de conciencia, está entre el pre-, el in- o el pos-. Cada uno verá.

También hay lugar para las baladas, con un swing mimoso, de arrumaco. En “Los desamparados” hay una armonía constante a dos voces entre Santi Moraes y Maxi, que flota etérea sobre la permanente rítmica de Fer y Pipe Correa, sentado en la batería este último.

¿”Lo echaron del Bar” es un hit del under? Probablemente. Como probablemente sea también un gran cuento corto sobre estos personajes que las noches de Buenos Aires nos regalan. Eso es todo lo que podemos decir acá, más vale escucharlo y simpatizar con el beodo caído adentro de una damajuana de desgracia.

“El Blus”. O la prueba de que el blues en su estructura madre y plasticidad casi infinita es capaz de engendrar a Black Sabbath y a Los Espíritus, que sean parientes. Los ambientes de las canciones de este disco construyen imágenes mentales y son, vale aquí la insistencia, cinematográficas. No hace falta mucha imaginación para dejarse disolver en el leitmotiv y, por ejemplo, guionar un bar de mala muerte, una taberna infestada de maleantes que no se sacan el sombrero para tomar su whisky inclinados en la barra. Al fondo, en un escenario minúsculo, la banda tocando como en segundo plano, interpretando la escena, en la inminencia de un violento pero cotidiano tiroteo por una mirada indiscreta al escote de la chica del mafioso. Y etcétera.

Sigue “Puerto escondido”, un tema que no figuraba en esos tres EPs que conforman la prehistoria del disco, con fuertes influencias del sorprendente La última noche, que Prietto sacó solista hace poco tiempo. Si no lo escucharon y desconfían del link con José Luis Perales que comparten las madres y tías en Facebook, háganse un rato, no tiene desperdicio.

“Las sirenas” es otro relato labrado a base de unas pocas palabras densas de sentido y una atmósfera bailable y pendenciera. ¿Un robo, un asesinato, un nuevo outlaw matancero ajusticiado? Las intensidades son una especialidad de la casa, y en vivo es un recurso que Los Espíritus explotan como pocos en la escena independiente. Es una canción de solos, en realidad. Un tenis de virtuosidades entre los dos guitarristas eléctricos (Miguel Mactas es el Federer de Prietto), que surfean la estructura que la rítmica de bajo, batería, timbales y guitarra acústica edifican.

Ya rumbeando para el final, “Aunque nos vayamos” es la única canción del disco que inspira algo parecido a una melancolía, con esos acordes cansinos, como sacados de la pena de volverse habiendo perdido la batalla. Pero enseguida, como para no bajonearnos y seguir bailando, la banda instala otro temazo, a caballo de un riff simple y adictivo: “Noches de verano” nos devuelve la fiesta que los abrigos de esta época del año nos impiden, porque hay que andar con la campera y la bufanda en la mano para bailar. “Para ser bueno hay que hacer el mal/pero a escondidas”, reza la letra, resumiendo mucho en dos renglones. Y así, de a poco y con unos coros fiesteros, se va apagando un disco redondo de punta a punta. Tardó en gestarse como un LP, pero la espera valió la pena.//z

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