La gallina, el cuarto disco de Fútbol, muestra al grupo en su mejor forma, con 10 canciones en apenas un poco más de 20 minutos, en las que la creatividad y la potencia del trío de guitarra, violín y batería se unen para dar forma a un álbum repleto de adrenalina.
Por Emmanuel Patrone
Guitarra, violín y batería. La peculiar formación de Fútbol ya los etiqueta indefectiblemente con ese rótulo de fronteras tan escurridizas y pobremente definidas como lo es “rock experimental”. Sus primeros discos (Elige tu propia aventura y Más bambino que nunca) apostaban por el jugueteo con la psicodelia y el llamado rock progresivo, por lo cual ese rasgo de experimentación estaba insoslayablemente presente. Piensen en unos King Crimson barriales, si desean, con predominio de canciones instrumentales que, sin embargo, se regodeaban más en la crudeza que en la búsqueda de la estructura perfecta.
De todas formas, hubo un cambio de chip y con los años la música del grupo se volvió más intensa y movilizada por inyecciones de adrenalina, como lo puede confirmar Papá se va a Japón, de 2008 o cualquier asistente a los shows del trío conformado por Juan Pablo Gambarini, Federico Terranova, Santiago Douton, en los que el sudor, los empujones, los saltos y las arengas son moneda corriente. La gallina, el cuarto álbum de los Fútbol, continúa de lleno con esta dirección más punk y vertiginosa. Son apenas 23 minutos salvajes, con diez canciones que se suceden una tras otra sin un atisbo de descanso para el oyente, que desde el primer instante (con las punzantes notas del violín de Federico Terranova en “Taciturno”) se ve atrapado por esa maraña de distorsión, cuerdas tensas y pulsos acelerados.
Incluso cuando hay momentos en los que amaneran el andar, pronto regresan a la rapidez, de tal forma que –como el colectivo en el éxito de taquilla noventoso Máxima velocidad– pareciese que sus vidas dependieran de ello. Grabado en vivo en los estudios ION, La gallina exhibe, justamente, la dinámica entre los tres músicos que hace a los recitales de Fútbol tan potentes. Se oye a una banda ajustada, que no piensa perder tiempo en largas improvisaciones, resuelta a ir con los tapones de punta sin importar cuántos moretones sufra su adversario. Es, en definitiva, un grupo que se percibe como más seguro, tanto desde lo musical en lo que se refiere a arreglos como desde lo lírico.
Al contrario de los trabajos anteriores de la agrupación, en La gallina no hay piezas instrumentales. Todas cuentan con la pluma y la voz del baterista Santiago Douton. Si en el disco anterior las letras se distinguían en muchos casos por mantras eufóricos (como el ya clásico de la banda “No llores niño”), aquí hay más ánimo de descripción –siempre inmediata, nunca embrollada- de seres particulares (“Barquillero”, “El ciego” o “Ceferino”, canción homenaje a Ceferino Namuncurá), lugares de la vasta geografía argentina (“Río Colorado”, el Paso de los Libres en “500 submarinos” y la mención a los campos de algodón en Formosa y las plantaciones de quebracho del norte chaqueño en “Golondrinas”) y hasta acontecimientos como los desmadres ocurridos luego del descenso de River a la B Nacional (“El asedio de River Plate”). Esto hace que las canciones, aunque repletas de vértigo en varios tramos, posean en su ADN un aire terrenal y hasta de cierta cotidianeidad.
Rock experimental, punk con raíces progresivas, llámenlo como quieran. Lo cierto es que los 23 minutos de La gallina son 23 minutos vibrantes, de esos que acometen contra el oyente desprevenido (“¿poguear con el sonido de un violín? ¿en serio?”) y hace gozar al desprejuiciado. Los Fútbol, entonces, demuestran que para desenfundar un disco tan directo y excitante como La gallina hay que tener decididamente los huevos bien puestos.
AZ recomienda: “Taciturno”, “El ciego”, “Golondrinas”, “Ceferino”.