Escuela de Trance viaja al Cosmos con [Volveremos] a ser amigos, su último disco. El misterio de la noche adolescente, con su fiesta y sus chicas, sobreimpreso en un flujo del pop hacia algo mucho más trascendental.

Por Gabriel Feldman

Noches bajo efectos de alucinógenos, otras de bailar después de un recital de los Reyes del Falsete, historias dignas de películas clase b, con marcianos, o reflexiones existenciales en una plaza, viendo a las chicas pasar, o esperando a que lleguen los amigos, cualquiera de estas situaciones puede inspirar las canciones de Escuela de Trance. La reminiscencia a los días inmortales de la adolescencia y el gusto por los jóvenes sónicos los emparenta a la Ola que quería ser Chau. Aunque con su tono alegre y festivo pueden pasar de la canción pop bien lograda a una balada para describir el hedonismo más extremo, o una cumbia perturbadora (muchos diminutivos juntos), y terminar tarareando “El Oso” de Moris. Siempre hay algo más. El secreto es poder decir mucho con pocas palabras. Describir sensaciones con una sola imagen. Gente bailando en una fiesta, el mundo como una verdulería, vacaciones en Sodoma, niñas jugando en un parque o detenerse en una chica bailando entre el pogo. Frenarse ahí, en lo que otros considerarían intrascendente.

En [Volveremos] a ser amigos lo más importante es conseguir la combinación correcta: el acertijo que hay que resolver para acceder a la descarga, y la búsqueda de las imágenes y sonidos adecuados. Se erige una pared de teclados, guitarras, y coros, que de a poco te sumerge en su mambo. Lo trascendental del Cosmos. Uno se pierde, y de pronto está en esos mundos, viviendo esas imágenes, mientras ellos tocan de fondo. “Todas las fiestas del mañana” y “Tan mágica, tan especial”, seguro serán vitoreadas en alguna próxima noche Pulenta, e incluidas en el playlist de pogos memorables y desayunos en estaciones de servicio.//z