Charlamos con la autora sobre la nueva edición de su ciclo Mis documentos y acerca de cómo trabaja el artista sobre la realidad que lo rodea.
Por Matías Buonfrate
Lola Arias es dramaturga, escribe poesía y narrativa y compone música. Es autora, entre otros libros, de Mi vida después y otros textos (sobre la juventud en los setenta) editada en 2016 por Literatura Random House. Dirigió ese mismo año Campo Minado, una obra que reúne ex combatientes argentinos y británicos de la guerra de Malvinas. Este año Arias regresa como curadora de una nueva edición del ciclo Mis documentos en el Centro Cultural Recoleta. El ciclo se compone de tres fechas en las que seis artistas encarnarán lecturas performáticas a partir de su archivo personal.
Mis documentos arranca el 30 de agosto con Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu que presentarán “Nuestros queridos objetos”. Los artistas recorrerán sus colecciones secretas de objetos en apariencia inútiles para cuestionar la idea de que “soltar” es necesario. Ese mismo día Powerpaola se aproximará a las cualidades sobrenaturales de la ilustración en “El dibujo tiene poderes”. Fátima Pecci Carou presentará el 6 de septiembre su biografía en “¿Cómo me convertí en una feminista? Mi causa judicial” y expondrá el caso vigente que la llevó a pasar el 8 de marzo, día de la mujer, detenida. El Grupo Etcétera abordará el fenómeno de las noticias falsas en “FAKE NEWS”, donde realizarán un recorrido audiovisual de casos emblemáticos de la era de la pos verdad.
En el final del ciclo, el 13 de septiembre, Denise Groesman expondrá su “Retrato de una artista adolescente”, donde indaga quién era antes de la adolescencia y cómo cambió al transitarla. En “Papá, tengo miedo”, Francisco Garamonajunto a su terapeuta y la poeta Tálata Rodríguez, recurrirá a la hipnosis en vivo para reflexionar cómo se cuenta una vida.
ArteZeta conversó con Lola Arias sobre esta nueva edición del ciclo, sus particularidades y los desafíos en relación al arte, la política y el trabajo.
ArteZeta: ¿Cómo comenzó el ciclo?
Lola Arias: Empezó en 2012, en el Centro Cultural San Martín. La lecture performance apareció como un formato que me permitía vincularme con artistas que no tenían relación con el escenario como medio. Me habilitaba a proponerles ese espacio dando lugar a que experimenten con la zona híbrida entre la conferencia y la performance. Lo fundamental era que el artista estuviera en escena con un archivo, que tenía que ser algo que no hubiera mostrado antes o sobre lo que estuviera trabajando. Algo que no había logrado convertirse en una obra, ya fuera porque no había podido ser, porque estaba en proceso o porque nunca se le había ocurrido hacerlo. Es un momento donde los artistas se exponen, toman un riesgo en el escenario, para hablar de algo que no es fácil. En muchos casos los archivos que salieron a la luz, eran archivos que por razones políticas o por razones personales (que a veces también son políticas) resultaban difíciles de exponer. El formato de la lecture performance, facilitaba sacarlos de una manera suave, pero permitía reflexionar sobre aquello que tenía un valor medular para el artista.
El nombre se refiere a esa carpeta donde se guardan los archivos sin nombre, sin forma, sin agrupación, que no se sabe a dónde van. Restos que no van a la papelera, sino que van a ese lugar donde se acumula lo que todavía no sabemos qué significa. La ventaja del formato es que es modificable. No es un libro ni una obra de teatro que quedan fijados. Es un formato que permite revisiones y actualizaciones constantes. Permite hablar de hoy, si hay que escribir para mañana se reescribirá para mañana y pasado… y pasado… y pasado.
AZ: ¿Qué hay en lo inconcluso que te llama la atención?
LA: No es un ciclo que trabaja con una obra preexistente, donde veas cómo se llegó a realizar esa obra en escena. La conferencia es la obra misma, no hay un resultado ni hay una obra por fuera. Es un discurso convertido en obra de arte.
Es atractivo lo que tiene que ver con lo inconcluso. Uno lo puede llamar lo deforme, lo que es pura pregunta, lo que no está resuelto. Es abrir el campo de lo posible, permitirse trabajar sin llegar a ningún resultado, es lo contrario del TED. Es una forma de trabajar la duda y no la certeza o el éxito. Las charlas TED tienen esa idea de cómo logré esto, “este éxito”. Que puede ser cualquier cosa, porque es muy amplio. “Cómo logré escribir este libro” o “cómo logré ganar el premio Nobel”. Siempre hay una idea de éxito. Una fórmula, por más extraña que sea, de lograr algo.
En Mis documentos no hay éxito. Es un trabajo sobre el fracaso, sobre la duda, sobre la incertidumbre. Abrir el archivo de lo que no tiene forma y tratar de analizarlo, pensarlo y ponerlo en cuestión.
¿Creés que exista alguien que no tenga nada para contar?
Todo el mundo tiene algo atractivo en un escenario, depende de lo que tenga que decir o hacer. Algunos convocados me dicen “yo no, me da miedo”. Sienten que tienen que hacer una confesión. Pero no hay que sacar a la luz un secreto. No hace falta actuar, no hay que ser nadie más. No hay que ser gracioso ni performático. Hay gente que dice “yo soy muy tímido”. Sos perfecto para Mis documentos, es un ciclo para tímidos.
A veces es la investigación de la vida de otro, o de un problema. Como la obra de Laura Kalauz y Agostina López que trabajaron sobre mujeres que transportaban droga y que fueron llevadas desde Ezeiza, el aeropuerto, hasta Ezeiza la cárcel, sin haber pisado el suelo argentino. No era la vida de ellas, pero estaba sí el interés de trabajar sobre eso, sobre quiénes son esas mulas de Sudáfrica, de República Checa, Brasil y Mozambique que están en la cárcel y cómo perciben la Argentina desde la cárcel. No hace falta que ese espejo se ponga hacia la vida del artista, puede ponerse hacia el mundo. Lo que a mí me interesa es la relación que el artista crea con eso que investiga, trabaja y piensa. No hace falta tener vidas miserables ni célebres.
AZ: ¿Cómo se relaciona Mis documentos con el resto de tu obra?
LA: Lo que hago para relajarme. Lo digo en broma, pero con algo de cierto. Me permite trabajar con otros sin la presión de que es un proyecto mío que tengo que estrenar. Me permite armar comunidades temporarias con otros artistas con los cuales intercambio pienso cosas, después cada uno hace lo que quiere.Yo no tengo la última palabra, ellos tienen la última palabra sobre lo que hacen.
En ese sentido me permite tener un lugar más humilde dentro de lo que va a suceder. Soy la ayudante de un proyecto de otro, en función de un proyecto ajeno. Para mí lo atractivo es ver los procesos creativos de los artistas que vienen de distintas disciplinas y ver cómo van pensando algo, de qué ideas parten, cómo trabajan, primero lo escriben, primero lo dibujan, cómo lo conceptualizan, de qué forma empiezan a trabajar. También es una manera de formarme, aprendo mucho de los procesos de los otros. Es genial escuchar cómo trabaja alguien que hace cómics, tiene una forma de atravesar la página en blanco de una forma totalmente distinta de la de un escritor.
Por otro lado, significa moverse como artista. Porque uno siempre está quejándose, soy la primera, de que este país tiene problemas grandes respecto de sus políticas culturales. Cómo se hacen, cómo se piensan los proyectos, quienes deciden qué proyectos se hacen y por qué, cuál es el sentido de los proyectos que hacen. Siempre hay una relación de tensión con las instituciones. Me parecía interesante tomar el lugar de curadora y enfrentar los desafíos que significan con qué artistas trabajar, por qué, de qué manera…
AZ: ¿Qué tipo de relación hay entre el arte y el trabajo?
LA: Es cómo uno decide cómo trabajar, cómo vivir y hacer arte. Es muy complejo, sobre todo en países donde las políticas culturales son totalmente frágiles. Dependientes, por ejemplo, de si hay elecciones este año. Si como artista dependes de eso para hacer tu arte, estás complicado. No hay políticas culturales que tengan futuro, un desarrollo. Es un campo muy difícil, en el mundo entero. Estamos ciento cincuenta pasos atrás, pero en el mundo entero es un problema, qué lugar se le da a la cultura y el subsidio. La cultura es así, no se puede esperar que un artista venda todo su trabajo y viva de eso.
Creo que uno va encontrando estrategias. En mi caso las estrategias tienen que ver con generar proyectos de un lado y del otro del mundo para poder sostener los proyectos que hago acá. O conseguir plata de afuera para hacer un proyecto acá. O viajar y hacer un proyecto afuera tres meses y volver. Ese modo nómade es genial cuando recién empezás y querés comerte el mundo. Cuando sos un poco más grande y tenés un hijo, esa forma se complica. Significa que tenés que tener una familia on tour, es demencial.
No me quejo, soy una privilegiada, puedo hacer eso. Pero también trabajo mucho generando proyectos. Gran parte de mi trabajo es de producción. Hacer contacto con instituciones, convencer, mandar cartas escribir proyectos, generar espacios. Juntar ocho festivales para que cada uno ponga un poquito y poder hacer la obra en Argentina. Eso implica que mi tiempo de trabajo, el 50% por lo menos es un tiempo de producción.
A veces los artistas deciden que en vez del 50% de su tiempo se vaya en la producción de su tiempo artístico. Prefieren dedicar ese tiempo a un trabajo otro, que les permita vivir y hacer lo que quieren. Eso es como uno administra su tiempo y su energía en relación a lo que quiera hacer. Yo me di cuenta de que no quería hacer otra cosa que los proyectos que me interesaban, pero que eso significaba que me iba a tener que convertir en la productora de mi propia obra.
AZ: ¿Cómo cambió el ciclo desde la primera vez que se realizó?
LA: En general me interesaba trabajar de una manera más conceptual, a partir de investigaciones o archivos. A medida que avanzó el ciclo me interesé en proyectos que trabajaban sobre situaciones actuales irresueltas. Traían un problema que era no solo un problema artístico, sino que también era un problema político.
Por ejemplo, en 2015 hicimos el Informe SM. Una conferencia colectiva con muchos artistas de teatro y de danza sobre la situación del teatro San Martín, que en ese momento llevaba cerrado más de mil días. Todos los teatros estatales estaban en esa situación, era desesperante para los que dependemos de esos espacios para realizar nuestro trabajo. Fue bueno hacer comunidad, atacar el problema y reflexionar. Porque muchas veces se habla y realmente no se sabe exactamente de qué: cuántas obras hizo el San Martín entre determinados años, cómo se redujo el nivel de programación, cuánto presupuesto tiene, cómo se distribuye. Para politizarse hay que estudiar e involucrarse. La conferencia era una buena excusa para hacer ese trabajo. Eso para nosotros era un riesgo y nos sentíamos expuestos trabajando sobre ese material. ¿Qué iba a significar para las autoridades? Era entrar en una situación de confrontación.
Este año una de las artistas de Mis documentos, Fátima Pecci, tiene una causa judicial. Ella y otras activistas feministas fueron detenidas la noche del 7 de marzo y pasaron el 8 de marzo, el día de la mujer, en la cárcel por unas pintadas para convocar a la marcha. Me parecía interesante trabajar sobre algo que ocurre ahora. Un juicio, que está pasando hoy, ahora. Ellas tienen que ir a declarar. Y ver cómo se convirtió ese juicio en un juicio ejemplar, que quiere usar el gobierno para amedrentar el activismo y la comunidad de mujeres. Es impresionante, realmente es absurda la dimensión que tomó algo como hacer unas pintadas y cómo las acusan.
AZ: ¿Cuál creés que es el rol del artista en la actualidad?
LA: La actualidad suena como algo de los diarios. Es difícil encontrar una palabra, pero refiere a qué cosas trabajamos ahora. Algo sobre lo que vivimos como artistas, como personas, dentro de este país, en estas circunstancias políticas y culturales. No creo en la actualidad en el sentido del diario, se esfuma a cada segundo. Sí creo que hay un trabajo sobre las condiciones y situaciones presentes, para visibilizar eso que por ahí está pasando delante de nuestros ojos y no lo vemos, no podemos pensarlo o no nos da la cabeza para conectar con eso.
Es eso sobre lo que el artista trabaja. Cuando decidí hacer la obra sobre las Malvinas (NdR: Campo minado) podía pensar por qué ahora, 35 años más tarde. Más allá de todos los murales que dicen las Malvinas son argentinas, ¿qué pasa ahora con las Malvinas que requiera hacer una obra? Muchas veces directores de festivales me preguntaron por qué quería trabajar con esa guerra del año ‘82, a quién le importa. Para mí hay un tema subyacente que tiene que ver con qué es la guerra y qué hace la guerra con las personas. Ese es un tema actual, aunque la guerra de la que hablemos sea del ’82. Creo que un artista trabaja, problematiza, cosas que circulan, pero que no trabaja sobre lo actual, sino que trabaja sobre lo que lo rodea, el mundo que lo rodea. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a problematizar? ¿A poner en cuestión nuestras propias ideas? Creo que esa es la labor del artista si hay una, cómo poner en cuestión nuestras ideas.
AZ: ¿Cuál es la experiencia del espectador con Mis documentos?
LA: Me di cuenta de que por fin encontraba un público totalmente heterogéneo. Estoy acostumbrada a circular entre distintos géneros y siempre está la sensación de que son nichos. Lo lindo de Mis documentos es que veo la platea y es una mezcla de gente de distintas disciplinas, con distintos trasfondos. Con los años también se generó una sensación de pertenencia, mucha gente que volvía a ver otro ciclo o conferencia y los comparaba. Me parece lindo pensar Mis documentos como toda una obra. No importa esta conferencia o la otra, es un proyecto que está compuesto de muchas partes, desde muchos artistas que hicieron muchas cosas distintas pero que es un todo.Una conciencia de que es algo más grande.//∆z