Estos son nuestros elegidos.
La máquina de rezar, de Bob Chow – Marciana
Bob Chow es uno de los personajes del año 2016 por un mérito extraño para la literatura argentina: publicó tres novelas casi en simultáneo. Cuando parecía que sólo Aira, el algoritmo industrial de Flores, era capaz de tan prolífica producción, la editorial cordobesa Nudista sacó El Águila ha llegado, Marciana hizo lo propio con La máquina de rezar y para octubre Chow fue galardonado con el premio de La Bestia Equilátera por Todos contra todos y cada uno contra sí mismo. Elegimos la segunda de éstas por un simple motivo: es probable que nadie por estos años haya compuesto una novela sobre la actividad de la escritura misma como La máquina de rezar, que comienza con eso mismo, una extraña máquina islámica que se enciende y el mundo alrededor de su dueño se tuerce, desbanda, cristaliza. ¿Y qué es rezar, si lo pensamos? Una actividad periódica, laboriosa, molesta e incómoda, que nunca ofrece mucho más que incertidumbres y esperanzas lejanas; escribir también es todo eso. Desde la más absoluta idealización al horror más palpable, su héroe del porro Ron Tudor lo recorrerá todo, lo verá todo y tendrá todo eso y más; eso sí, siempre y cuando la máquina siga funcionando. Sebastián Rodríguez Mora
Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez – Anagrama
2016 fue el año en que Mariana Enriquez se terminó de consolidar como una de las cuentistas más destacada de nuestro idioma. Con Las cosas que perdimos en el fuego, editado por Anagrama, conquistó el mercado hispanoamericano. En 2009 ya había demostrado sus dotes en el género: Los peligros de fumar en la cama (recientemente reeditado por Anagrama), uno de esos libros que por momentos tenés que dejar de leer por lo que te genera: ansiedad y un dolor en el pecho, lo que muchos llaman angustia. Su último libro produce lo mismo. En un volumen de cuentos hay algunos que se destacan más que otros en conjunto todos tienen más peso. Es como un disco, hay canciones que son hits y otras que tienen otro sabor, están destinadas a otra cosa. Uno de los hits es “El patio del vecino”. Enriquez cuenta el terror de lo cotidiano, de lo que está pasando ahora mismo, capaz a metros tuyo, al lado de tu casa detrás de tu medianera. Cuidado. Joel Vargas
Un cementerio perfecto, de Federico Falco – Eterna Cadencia
El rey de las liebres huyó de la ciudad y se ocultó en el bosque; Silvi se enamora de un mormón, con quien quiere iniciarse en el sexo y rechaza la fe católica de su familia; el viejo Wutrich busca un esposo para su hija que los hospede mientras desforestan el pinar donde viven; Víctor Bagiardelli intenta diseñar un cementerio perfecto en un pequeño pueblo de provincia y la señora Kim ve a una mujer correr desnuda entre los copos de la nieve que cae. Federico Falco, con una prosa depurada y serena, narra la vida de estos personajes desprotegidos, que permanecen en soledad y eterna retirada –de sus creencias, de sus amores, de sus lugares de origen– y se internan en el frágil y silencioso futuro sin generar estridencias, aunque sin disimular la tensión existente en el presente de esas vidas y también en lo que les deparará el futuro. El autor escribe sin develar las motivaciones de sus personajes. En todos los cuentos hay una alternancia entre el cuidado y el descuido, entre el amor y el desamor. Los cuentos, de corte realista, se ven trastocados en la inserción y relación de los personajes con los espacios. Estos espacios son apacibles, calmos, pero un aura extraña los envuelve. Aquí es donde Falco tiñe sus cuentos con unos delicados toques fantásticos, sin adscribir por completo al género. Juan Alberto Crasci
Piquito a secas, de Gustavo Ferreyra – Alfaguara
Ya conocíamos a Leonardo, alias Piquito de oro, de la novela homónima del año 2009 (Seix Barral). El joven sociólogo, militante del PO, huérfano de padre y madre y mantenido por su esposa Josefina –filósofa, casi veinte años mayor que él– vuelve a la carga en Piquito a secas (Alfaguara) segunda entrega de la serie de cuatro libros anclados en la Argentina post crisis del 2001 que Gustavo Ferreyra ya tiene completados. Mientras que en el primer volumen la historia alternaba entre una primera persona que recogía los monólogos irónicos de Piquito y una tercera persona precisa que focalizaba en la historia de la familia del asesinado doctor Cianquaglini, en esta segunda entrega la tercera persona se abre y trabaja desde el punto de vista de su mujer, Josefina, de Abril, la hija de Josefina, de Peñalba, el psiquiatra que lo tratará y de un grupo de alumnos –y los respectivos padres– de nuestro ¿héroe? Piquito es un nihilista, un delirante que utiliza el lenguaje para oponerse a la realidad. Y en este volumen, el lenguaje barroco, escatológico, desbordante de anacronismos, de diminutivos, de sarcasmos y de ironías, se torna un tanto oscuro. Tendremos que esperar unos años para conocer el derrotero de Leonardo, pero sabemos desde el vamos que nada puede mejorar en el desmesurado y exquisito mundo creado por Ferreyra, que es sin dudas una de las grandes voces de la literatura argentina contemporánea. Juan Alberto Crasci
Los galgos, los galgos, de Sara Gallardo – Sudamericana
Su rescate comenzó en 2001 cuando Ricardo Piglia, cuál otro podría ser, incluyó la novela Eisejuaz (1971) en la colección Clásicos de la Biblioteca Argentina del diario Clarín. Luego continuó en 2004 con la reedición de El país del humo (1977) de la mano de Alción editora y con la edición de Narrativa breve completa (Emecé), en 2015 con la publicación de Macaneos, una compilación de las columnas que escribió en el semanario Confirmado entre los años 1967 y 1972. En 2016 Fiordo reeditó Pantalones azules (1963) y Sudamericana por su parte hizo lo mismo con Los galgos, los galgos (1968). Era hora que se terminara de redescubrir a una de las voces más interesantes de la literatura argentina. La característica más importante de la obra de Gallardo es lo que cuenta, cómo lo cuenta y cómo usa el lenguaje. Contextualicemos: Gallardo es una escritora en los sesenta y de clase alta. Sus textos atentan contra lo establecido, una traidora a su clase. Amores no correspondidos entre personas de diferentes clases sociales, violaciones y abandono. Respecto a Los galgos, los galgos Gallardo dirá que se trata de “perros, caballos, árboles y una historia de amor”. Una pareja se va a vivir a una estancia heredada, Las Zanjas, y los galgos están ahí: omnipresentes, siendo testigos del amor. Joel Vargas
La maestra rural, de Luciano Lamberti – Literatura Random House
¿Así que te gustó Stranger Things? ¿Qué tal si probaras con cosas extrañas en serio? La primera novela de Luciano Lamberti –autor de esos dos extraordinarios libros de cuentos que son El asesino de chanchos y El loro que podía adivinar el futuro– trabaja sobre lo extraño, lo siniestro, lo sobrenatural. Y no es que abunden los monstruos, aunque todo depende de cómo los entendamos. La literatura argentina ama el complot, el plan subterráneo y artificioso; fuerzas extrañas, diría Lugones. Angélica, una de sus protagonistas, es una de esas fuerzas: una no-tan-simple maestra de escuela y poeta de culto con un hijo, Jeremías, a todas luces inquietante. Todo aparenta normalidad en ella, hasta que ya no. Un estudiante de literatura la persigue obsesivamente para entrevistarla; la hermana de su marido se angustia de sólo verla. Todos, de algún modo, no salen indemnes del influjo de lo raro. Lamberti teje una maraña a su alrededor, con personajes en el borde difuso entre lo paranormal y la psicopatología. Lo real se deforma, se vuelve sospechoso. La maestra rural nos obliga a leer con las puertas bien cerradas y las luces bien prendidas, no sea cosa que… Sebastián Rodríguez Mora
Australia, de Santiago La Rosa – Metalúcida
Santiago La Rosa sorprendió al mundillo literario con su primera novela, Australia. La historia parece simple: una pareja de argentinos escapa de la Argentina del 2001 y se va a vivir a Australia. Van en busca de la gloria, de la tierra prometida. Los extranjeros convirtiéndose en nativos, un proceso arduo que nunca logra concretarse. Con el transcurso de los años las ganas de ser padres aparecen y al no poder lograrlo se embarcan en diferentes procedimientos para conseguirlo. Y al final lo ¿logran? Ahí empieza todo, un extraño caso médico. La Rosa oculta la información de manera eficaz, la deglute. Una de las cosas más interesantes es cómo mezcla el lenguaje, por momentos la prosa se convierte en un inglés escueto mezclado con castellano, una suerte de spanglish taimado. Joel Vargas
La uruguaya, de Pedro Mairal – Emecé
Lucas Pereyra, escritor cuarentón, casado y con un hijo, es invitado a Valizas, a un festival de literatura. Allí conoce a Guerra, una joven de menos de treinta años de quien se enamora, o cree enamorarse, y con quien mantiene un fluido intercambio de mails desde Buenos Aires. La promesa de regresar a la otra orilla se cumple cuando le pagan un adelanto por dos libros que deberá escribir para editoriales españolas y colombianas, y, para evadir impuestos en Argentina, Lucas abre una cuenta bancaria en Montevideo y viaja a retirar el dinero. Las pocas horas pasadas en esa ciudad –los acontecimientos de la novela transcurren en un solo día– funcionan como detonador para su desgastada relación matrimonial, las nociones alrededor del concepto de familia y también su pertenencia de clase. La novela, de gran ritmo y con un constante in crescendo, se torna luminosa hacia el final. Juan Alberto Crasci
Black out, de María Moreno – Literatura Random House
Una de las cronistas más destacadas de su generación se destapa con un libro brillante. Porque no es solo un compendio de anécdotas, una miscelánea o un volúmen de memorias convencional: es un entrecruzamiento de géneros diagramado con elegancia por la autora que reconstruye una época. María Moreno divide el libro en tres grandes ordenadores (Del otro lado de la puerta vaivén, La Pasarela del Alcohol y Ronda) que van y vienen y que sirven para iluminar diferentes rincones oscuros de su pasado: una niñez turbulenta, la figura materna/paterna, las aventuras juveniles y su relación con la bebida. Porque si hay un protagonista en esta historia, además de la vida de esta escritora y periodista, es el alcohol. En un gesto que recuerda a otras producciones nacionales como El que tiene sed, de Abelardo Castillo, el elixir etílico le sirve para hablar de la bohemia de los años sesenta y setenta, de su mirada sobre la literatura, de los amigos de las viejas redacciones que ya no están (como Miguel Briante o Norberto Soares), del rol de la mujer en un mundo masculino (como el de las letras y los bares) y hace las veces de columna vertebral del relato. Moreno narra su propia biografía en forma de novela ecléctica y elabora, con la paciencia de un orfebre, uno de los textos más híbridos y atractivos del 2016. Su espíritu se sintetiza en una frase dicha en una entrevista de reciente aparición: “Comencé a beber para ganarme un lugar entre los hombres…Estaba convencida de que, más que ganar la universidad, las mujeres debían ganar las tabernas”. Pablo Díaz Marenghi
Acá todavía, de Romina Paula – Entropía
Romina Paula corta la maleza, corre las hojas y avanza sin hacer ruido. A paso firme nos adentra en la selva que son sus historias sobre mujeres y conflictos existenciales. Es dramaturga, eso se nota en los diálogos precisos y verosímiles. Acá todavía es una novela sobre el duelo que nos remite de manera constante a la infancia y a la adolescencia de la protagonista, entre los noventa y los dos mil. El padre tiene cáncer y ella lo acompaña en el tránsito por su internación y al mismo tiempo ambos participan de una especie de despedida adelantada. ¿Cómo se narra el dolor? Se lo construye con escenas cotidianas, con humor y con dignidad. La narración es en primera persona y pasa de momentos de monólogo interior, a escenas en el hospital y recuerdos varios. Mientras hay dolor también hay lugar para gustar de alguien y Paula da una esperanza entre tanta densidad. No es casual que el título de la novela sean dos deícticos: su enunciación y la relación con el tiempo es la clave para esta oda al recuerdo. Ayelén Cisneros
Abrís el libro y lo primero que encontrás de epígrafe es un párrafo del cuento “La canción que cantábamos todos los días”, de Luciano Lamberti -uno de los mejores cuentos que se ha escrito en la última década en Argentina-. Eso te ubica, ya sabés que lo más probable es que la familia sea uno de los ejes narrativos de los cuentos y si conocés a Lamberti sabés que lo fantástico se puede hacer presente en las sucesivas páginas. Ninguna cita es inocente, y Mariano Quirós lo sabe. No importa que la mayoría de las nueve historias sucedan en el Chaco, no importa que se hable de lobisones, de la visita de un escritor consagrado a un pueblito. Son excusas para que el cuentista chaqueño desmenuce con maestría las relaciones familiares. Uno de sus fuertes es cómo labura los finales, son contundentes: una patada en el pecho. Algunas de las historias caminan por la delgada línea entre el cuento realista y el fantástico. Otros abrazan al realismo, por momentos oscuro y a veces luminoso. Un dato: Quirós recibió el premio del Fondo Nacional de las Artes por este volumen de cuentos en 2014. Lo importante es que es uno de los grandes exponentes del cuento argentino contemporáneo. Joel Vargas.
Los diarios de Emilio Renzi (tomo II) – Los días felices, de Ricardo Piglia – Anagrama
Murió Ricardo Piglia. En 2016 salieron tres libros disímiles entre sí pero que remiten a su obsesión: cómo leer. Eterna Cadencia editó Las Tres Vanguardias; las clases que dio en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en los noventa sobre tres escritores de su misma generación: Juan José Saer, Manuel Puig y Rodolfo Walsh. Tenemos las maquinas hizo lo propio con Escritores norteamericanos; unos perfiles que escribió por encargo en 1967 para la colección Crónicas de Norteamérica que editaba Jorge Alvarez. Y hace unos meses salió el segundo tomo de Los Diarios de Emilio Renzi, que lleva como subtítulo Los días felices. Este último es fundamental para entender el universo pigliano. Todo lo que vino después primero estuvo ahí. Es clave ver cómo iba gestando su obra el último gran escritor argentino, también poder vislumbrar los pequeños pedacitos de reflexiones íntimas o las reuniones con sus colegas en el bunker de Callao y Corrientes: La Ópera. Murió Ricardo Piglia. Lo repito para que quede claro: hay un antes y un después. Ahora solo resta esperar los libros que dejó listos. Publicar es otra forma de seguir vivo. Joel Vargas
Como si existiese el perdón, de Mariana Travacio – Metalúcida
Como si existiese el perdón (Metalúcida, 2016) recorre escenas de asesinato, traición y venganza mientras atraviesa un escenario desértico plagado de marcas de masculinidad clásica. Lo primero que sorprende es la estructura de capítulos. 62 en una novela de 127 páginas. La proporción es de un capítulo nuevo cada 2,04 páginas. Pareciera una segmentación propia de Internet, en la forma en que medios como Buzzfeed o inclusive Snapchat fragmentan sus historias. Sin embargo, la prosa nada tiene de casual o redundante. Por el contrario, cada palabra está ahí con un motivo, se aprecian en especial los adjetivos. Travacio compone una narración contundente cuya fortaleza se apoya en dos ejes articulados, la brevedad de la prosa y la ampliación del tiempo. La relectura se parece a rememorar y permite encontrar nuevas sutilezas y apreciar detalles desapercibidos. Matías Buonfrate