Hell or High Water es la mejor película de David Mackenzie y se destaca entre las nominadas al Oscar. 

Por Martín Escribano

Who is the third who walks always beside you?
When I count, there are only you and I together
But when I look ahead up the white road
There is always another one walking beside you
Gliding wrapt in a brown mantle, hooded
I do not know whether a man or a woman
-But who is that on the other side of you?

T.S. Eliot

Se dice que el graffiti expresa colectivamente lo que colectivamente se quiere expresar. Ha de ser por eso que previo a cualquier línea de diálogo se pueda leer en una de las paredes un pueblito de Texas la frase: “Tres veces en Irak, pero no hay plata para nosotros”, con la que el director explicita su punto de vista ideológico desde el vamos.

¿Quién es ese “nosotros”? Gente como los hermanos Howard, rednecks, descendientes de rancheros empobrecidos, vampirizados por hipotecas usurarias destinadas a sostener el sistema financiero. Toby (Chris Pine) es el menor de los hermanos. Viene de perder a su madre y quiere salvar el rancho familiar para dejárselo a lo que queda de su familia. Tanner (Ben Foster) acaba de salir de la cárcel y se suma a la cruzada. Es el único plan que le queda.

Si en Breaking Bad Walter White contactaba a Jesse Pinkman tras hacer las cuentas y saber que solo mediante la venta de droga ilegal podría reunir el dinero para mantener a su familia antes de morir de cáncer, la estrategia de los Howard es más directa y acaso más justa: van tras las pequeñas sucursales del Texas Midlands Bank robando pequeñas cantidades de dinero para recuperar lo que les fue (legalmente, vale aclarar) quitado. Se sabe: ladrón que roba a ladrón…

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El dúo que le irá en zaga será aquel conformado por el ranger próximo a retirarse Marcus Hamilton (Jeff Bridges, quien ganaría con justicia su segundo Oscar) y Alberto Parker (Gil Birmingham, el Daniel Lanagin de House of Cards), su compañero medio indio, medio mexicano. La tierra baldía que comparten los cuatros hombres será el escenario de un duelo, pues encontramos en Sin nada que perder –el título que tiene en Argentina esta película- casi todos los elementos del western. Pero si este género pasó a la historia  por saber registrar el nacimiento de una nación, Hell or High Water es el registro de su agonía. Neowestern, entonces, que deja ver lo que Deleuze y Guatari describen en Rizoma: “Norteamérica actúa mediante exterminios, liquidaciones internas, no solo de los indios sino también de los granjeros”.

El brillante guión original de Taylor Sheridan, acompañado por una notable banda de sonido a cargo de Nick Cave y Warren Ellis, demuestra que la pareja de los “forajidos” y la pareja de “la ley” son más simétricas que antagónicas y que el verdadero enemigo es el omnipresente sistema financiero que está en las piedras y en el aire, y contagia los cuerpos y las mentes de una enfermedad que es dejada estratégicamente de lado de los tratados de psiquiatría: la pobreza. Toby, Tanner, Marcus y Alberto están condenados a habitar la tierra estéril de la civilización moderna. Nada florece en el progreso y los sueños se pagan con algo más que dinero.

El director inicia su noveno largo con una frase en un muro y elige cerrarla con un enfrentamiento verbal. Su apuesta por la palabra es clara. Acaso el cine sea uno de los pocos espacios fértiles para hacerle frente al fin de la historia.//∆z