El quinto disco de La Riki Riki Tave sostiene el eterno retorno al querido rock progresivo que supimos conseguir. Algunas preguntas sobre pertinencias y posibilidades para lo nuevo de la banda de Atalaya.

Por Patricio Cerminaro

Si el tiempo es circular y la música es tiempo encerrado en compases y melodías, entonces en algún momento, necesariamente, esta regresará, renovada, con las marcas de un largo viaje, a donde supo estar. El rock vive esa etapa, el retrofuturismo del que habla Simon Reynolds.

Riki Riki Tave, desde su lugar, está viajando en esa calesita que es la nostalgia, que ahora se para frente al andén de los 70, la estación del florecimiento definitivo del género, y recupera algunos de los sonidos más hostiles del rock progresivo.

“Ser Cero”, el track que da la bienvenida, es sutil, pero tenso, un largo crescendo apocalíptico que desemboca en una guitarra anárquica y solitaria. La cara más esquizofrénica de la década que vio nacer a este género se hace visible en “Inconsciente Azul”, que parece desordenada, pero coherente, como leer en forma personal y arbitraria los capítulos de Rayuela.

Las nueve canciones que componen el álbum en realidad deberían recibir otro título que las identifique. ¿Por qué? Porque dinamitan el formato canción y reconstruyen los tracks con absoluto capricho, buen gusto e incertidumbre por lo que vendrá. Porque sí, podrá decir alguno, pero no: existe una sincronización entre el mensaje audible y el meta-mensaje que transmite; un anuncio vedado de quien sufre de angustia y encuentra en el desconcierto estructural, armónico y melódico la manera de expresarlo y alivianarlo. Porque el rock progresivo es angustia.

Hay Spinetta y Crucis en el aire, también un poco de Camel o un Robert Fripp somnoliento. “Ventanas” es un rock musculoso y lisérgico que corre a la velocidad de un trémolo sucio y “Sesenta y Cinco” podría parecer un tema más entre tantas canciones indies desinteresadas, pero se burla de ellos con compases irregulares y distorsiones para activar neuronas.

La banda misteriosa, se hacen llamar. Hay una verdad allí, porque es cierto, misterio hay, pero ¿cuál es? No se trata del estilo ni del mensaje, tampoco del audio ni de las túnicas negras que los hacen parecer magos oscuros. Lo que no se sabe, lo oculto, es qué pasará en tu próxima escucha, porque este es un disco para oír varias veces, una relectura constante que descubrirá nuevos sonidos, nuevas capas de audio e interpretaciones.

Pero, ¿hay tiempo para eso en el siglo XXI?//z