En Maps to the Stars el director canadiense muestra la industria del cine desde adentro y el resultado es literalmente alucinante. Cronenberg vs. Hollywood.

Por Martín Escribano

El horror corporal y el cine de Cronenberg casi siempre han ido de la mano. La mosca, Crash, Videodromo, eXistenZ… títulos de las décadas ochenta y noventa en los que las prótesis, los cuerpos intervenidos por el metal y los órganos grotescos hacían de la carne el domicilio privilegiado en el que residía lo monstruoso.

Quizás no de manera tan notoria, su obsesión sigue presente en el siglo XXI. Todavía recordamos el ojo albino de Ed Harris en Una historia violenta, la brillante lucha atravesada por la desnudezen el sauna de Promesas del este, los ataques histéricos de Sabina Spielrein en Un método peligroso, la revisación médica de Eric Packer en plena limusina en Cosmópolis.

Maps to the Stars no será la excepción aunque a la monstruosidad del cuerpo se le sumará también la de la mente. El lugar de los hechos será ni más ni menos que Hollywood, paraíso terrenal al que todos quieren acceder y que nadie quiere dejar. Los que hacen fila para entrar son la joven Agatha (Mia Masikowska) y el chofer-guionista Jerome (Robert Pattinson, esta vez del lado de adelante de la limusina). Una de las que no quiere salir es Havana Segrand (enorme Julianne Moore), actriz en decadencia desesperada porque su cuota en pantalla no decaiga. Son parte del juego, también, el Dr. Stafford Weiss (John Cusack), suerte de pastiche entre counselor, masajista y terapeuta new-age y su hijo Benjie (Evan Bird), estrella preadolescente dispuesta a todo con tal de que otro niño no se lleve los aplausos en su show.

Las estrellas de Hollywood son hermosas, sí, pero en el detrás de escena el aire está enrarecido. Las criaturas de Cronenberg habitan los mismos espacios sociales, las mismas fiestas, los mismos estudios. Hay una marcada endogamia que, como tal, es enfermiza y el fantasma del incesto es material. Por eso el cuadro lo completan las alucinaciones (o los recuerdos si quiere utilizar un término menos médico), testimonios de un pasado con el que es imposible convivir y que al mismo tiempo es imposible de enterrar (porque en definitiva, de qué sirve enterrar a los cuerpos si los espíritus terminan paseándose por la casa).

Como ocurría con la Mulholland Drive de David Lynch, Maps to the Stars indica que Hollywood y la psicosis se llevan muy bien. Y quién sabe, a lo mejor, hasta sean sinónimos.//z

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