El Festipulenta volvió con todo el fin de semana largo de carnaval. Aquí las crónicas de las cuatro fechas más calientes del verano que ya se fue.
Día 1: Como esas noches de verano…
La expectativa era mucha durante la primera fecha del Festipulenta. El regreso tras dos años sin hacerse permitió recordar esas noches de invierno en el Zaguán Sur y las largas noches de verano, cuando el festival salía a matar. La nostalgia se apoderó de los corazones pulentas y esa frase tanguera de que todo tiempo pasado era mejor no aplicaba en esta edición –la número 25- o al menos para el día viernes, donde tres de las cuatro bandas debutantes salieron a tocar.
El line up ya conocido de antemano justificaba las ganas de vivir esas cuatro fechas de carnaval con música en el cuerpo y una birra fría en la mano. El calor agobiante de los últimos días de febrero atentó contra la temprana concurrencia de mucha gente, que esperó hasta casi hasta la medianoche para llenar el Matienzo. Eso le valió a Verde y Los Caballos a Marte tocar para una veintena de atrevidos que lucharon contra los treinta y pico de grados y el caos de tránsito de los viernes a la noche para llegar en horario a ver el acústico de Joe Palangana y la banda de Gonzalo Verde.
Durante el show de Chillan Las Bestias, la estética vanguardista del Matienzo se fue ocultando tras la bruma arrabalera y rioplatense de Dalton & Cía. A partir de allí, el ambiente climatizado de la sala fue subiendo la temperatura de la mano de Nahuel Briones + Orquesta Pera Reflexiva. “Si no se ponen de pie, esto no arranca”, sentenció Briones y la rápida respuesta del público dio inicio a un show eléctrico y electrizante de la orquesta y su cantante, que ceñido en un vestido negro se ganó más de un piropo entre tema y tema.
La intensidad no hizo más que subir con el show de Marina Fages. Al frente de Las Chicas de Humo, la cantante abandona aquella faceta que folk tan aclamada por un costado rockero con destellos de heavy y stoner, que tanto Walter Broide como Santi Rua (baterista y guitarrista de Poseidótica, respectivamente) aprobaban desde las primeras filas.
Mi Amigo Invencible y su show de hits fueron los encargados del cierre. El lleno del Matienzo recién a esas horas de la madrugada no solo se explicaba por el calor de la noche, sino por el crecimiento del grupo durante la ausencia del Festipulenta. Tanto los mendocinos, como Bestia Bebé y El Perrodiablo amasaron un número de seguidores gracias al festival que hoy en día les permite armar fechas por propia cuenta, pero así y todo eligieron participar de esta edición reconociendo el valor de un evento que marcó un antes y después en la escena independiente. ¿Habrá más Festipulentas después de este? La respuesta la tienen sus organizadores, pero su trabajo ya está hecho. Martín Barraco
Día 2: Las bestias pop
La segunda fecha tuvo una dosis fuerte de compositores y figuras claves de la escena independiente. Con un Matienzo que no estuvo al tope de su capacidad, la noche se caracterizó por las letras pegajosas y un público fanático. Adrián Paoletti y su banda se destacaron por la bipolaridad de estilo: temas de rock furioso y temas de desamor intensos. Entre temas de su último disco Los mandos no responden, aumentaré la potencia al máximo tocaron dos canciones de su nuevo disco Me gustaba más cuando me querías (la homónima e “Inestable”). La guitarra de Gonzalo Córdoba, guitarrista de Cerati, Vicentico y Suárez, no tuvo paz y resonó en el pequeño escenario del Matienzo.
Valentín y los Volcanes comenzaron con algunos problemas de sonido que pudieron superar. La fórmula de la banda liderada por Jo Goyeneche se confirma show tras show: canciones de amor que todos cantan a los gritos. De este modo, desfilaron una serie de temas de sus primeros discos como “100.000 reflejos”, “Piedras al lago”, “Pequeña Napoleón”, “No veo la hora de ver la hora”, “Rayos del verano”. Tocaron pocos temas de su último trabajo Una comedia romántica como “Tumba de los Rolling Stones”, “El tonto” y “Películas”. El recital de Valentin y los Volcanes fue el momento álgido del pop del Festipulenta.
Rosario Bléfari no había tocado en ninguna de las ediciones de festival y era hora de que estuviera. La acompañó la banda que formó para tocar sus temas solistas, con la que hizo un show lleno de electricidad y de hits de la primera década de los 2000. “Vidrieras”, “Exacto”, “Viento helado”, “Tuya” sonaron tan fuertes y actuales, que permitieron entender la vigencia de la cantautora a lo largo de las décadas. “Que la fiebre no me pierda el rastro/ que la piel no se esfume tanto/ en tus mejillas, ese sol naciente/ que me hace verte mejor” cantaba Rosario lejana y blanca como su camisa hacia el final del recital.
Para el momento en que se cerraba la fecha, Los Reyes del Falsete ya tenían a un escenario prendido fuego por los artistas previos y tenían que redoblar la intensidad. Así que comenzaron por “Legolandia” un tema instrumental de su último disco Lo que nos junta que es un marcado crescendo. La mayoría de los temas que interpretaron fueron de este último álbum, considerado el disco del 2016 por Artezeta. Un sonido sólido, una cohesión perfecta, una máquina de frases, todo eso fue la banda de Adrogué esta noche. “El lugar”, “Fuera de foco”, “El rayo” -con la participación de Jo Goyeneche-, “Los niños” -con Adrián Paoletti-, fueron algunos de los temas que tocaron. Cerraron con un ya clásico de la escena independiente, “Yabrán” -de su disco La fiesta de la forma-, que dejó a todos coreando “Yabrán no está muerto/ me lo dijo un amigo” y “San Jorge”, que logró por vez primera que todos en el Festipulenta bailen una buena cumbia. Ayelén Cisneros
Día 3: Rock y Mugre
Juan Pablo Fernández empuñó su guitarra y se plantó sobre el escenario: antes de que sonara el primer acorde, el cantante y guitarrista de Acorazado Potemkin eligió dedicar el show a la salud de Milagro Sala, tal vez como bajando un par de cambios en una noche caliente y dejando en claro que una de las funciones del rock es (debería ser) señalar siempre aquello que está mal. Lo que sonó a continuación también funcionó como declaración de principios, al menos en términos musicales: “Cerca del sol”, un rock sucio y enredado atravesado por una melodía tanguera, los redobles virtuosos de la batería, un bajo penetrante y una letra que pone el foco en una relación amorosa rota. Así, justo antes del solo endiablado con wah-wah de Fernández que remata la canción, el público del Festipulenta tuvo la mejor aproximación posible al ADN sonoro de Acorazado Potemkin.
Hubo también lugar para la excelente balada oscura “La Mitad” con sus arpegios de guitarra lúgubres y esa frase mortal (“Y si es cierto que lo nuestro se termina / Y si es cierto hay que hacerle un final / Entonces quiero que te lleves mi hombro izquierdo que sin tu pelo no lo voy a usar jamás”) que da indicios del oficio de Juan Pablo Fernández como un poeta experto en relaciones amorosas heridas de muerte (un rasgo estilístico heredado, seguramente, del tango). “Los Muertos” fue el cierre con su tono lúdico cercano a Sumo pero la cosa sonó más bien a epílogo: poco podía hacer cualquier canción luego de la potencia avasalladora de “El Pan del Facho” con su cruza de guitarras cargadas de distorsión que cortan el aire y su estribillo explosivo. Otra gran letra de Fernández, un recordatorio de lo fácil que puede activarse el fascismo en cualquier persona de cualquier sociedad y un claro signo de estos tiempos.
Ya habían pasado “Ni perdón de Dios” y “Cuentas Pendientes”, dos canciones atravesadas por la furia asesina del rock and roll más podrido y que funcionaron como carta de presentación del flamante La Otra Dimensión, y entonces el Doma –voz y líder espiritual de El Perrodiablo- ya estaba en su salsa: en cuero, abajo del escenario y al nivel del público, dispuesto a tomarse en serio eso de que el enemigo puede estar en cualquier lado (“Las Vegas”) y decidido realmente a dar pelea. Como una versión local de Iggy Pop, detentando una voz y unos movimientos escénicos que pueden remitir a Mick Jagger y David Johansen, escupió con furia “todo aquello que hace mal se volverá electricidad” envuelto en el fuego cruzado de las guitarras calientes. Esa frase de “Los Malditos” ayuda a entender de qué va todo esto: el Perrodiablo es a la escena emergente actual algo parecido a lo que fueron los Sex Pistols en la Inglaterra de fines de los ’70. Un grito lleno de rabia y canciones como granadas que buscan devolver el rock a su estadio más primal y salvaje, junto a la firme convicción de ser auténticos y genuinos en lo que hacen. “Lo de la estrella de rock era un chiste, tráiganme agua de la canilla”, bromeó el Doma en una noche de calor agobiante.
Entre los puntos altos de la noche estuvieron una extensa versión de la mencionada “Las Vegas” (que incluyó citas a “Risa” de Babasónicos y a “Rock del Gato” de los Ratones Paranoicos), “Hechicero” como confirmación de que el núcleo del sonido de El Perrodiablo es una suerte de rock clásico pero expandido con locura alla Motörhead, y el garage rock con los Stooges de Raw Power (1973) como norte de “No me digas que no”. El show de cierre de la tercera noche del Festipulenta fue una piña al mentón en forma de descarga eléctrica: algo tan saludable como necesario para encender la llama sagrada del rock and roll.
Día 4: La llave de los días mejores
La última fecha del festival, que nucleó lo más destacado de la escena emergente, reunió varias de las bandas más intensas de los últimos tiempos. La rabia punk de Los Rusos Hijos de Puta, el noise garagero platense de The Hojas Secas, el power pop guitarrero de Valle de Muñecas, el sofisticado rock popero de Viva Elástico, el rock stone de Los Bluyines y el bardo indie-punk de Bestia Bebé fueron los componentes de una fecha que no dio respiro hasta bien entrada la madrugada.
El encargado de romper el hielo fue Gustavo Álvarez Nuñez (GAN) con un acústico en el patio que deleitó a los pocos que llegaron temprano al Matienzo. Allí tocó casi todo su disco solista, Tierra Baldía (2016) más algunos temas de Spleen –banda de culto que lideró durante los noventa. Los Bluyines precalentaron el escenario con algunos temas de su flamante Rockdelia Guitarra (2016) a puro blues y rock valvular. El primer plato fuerte de la noche llegó de la mano de The Hojas Secas. Lucas Jaubet, consagrado ya como un frontman dentro de la escena de La Plata, desgarró su garganta mientras entonaba “Malambo de acero”, de su disco Vuelo de madrugada (2015) o “La solución”, con el público agitando y pogueando de manera frenética. La gente se amontonaba, en lo que sería la fecha más concurrida del evento. En el medio, hubo una rotura de cuerda de guitarra y algunos problemas técnicos pero que no opacaron un show incendiario. Una de las bandas más potentes de la escena platense dejó en claro que su propuesta sonora se revitaliza en el vivo y que no necesitan afinar con precisión para brindar un espectáculo demoledor.
Valle de Muñecas y Viva Elástico brindaron los shows más destacados del evento, con una pulcritud por parte de Manza y Ale Schuster a la hora de cantar que lindó la perfección. Hicieron gala de hits de todos sus discos (incluso Valle se lució con “Cartas”, de la ex banda de Manza Menos que Cero o covers como “Áspero” de Attaque 77 y “Bar extraño” de Mal Momento). Los Viva, con nueva formación que incluye a Andrés Ruíz en teclados y a Jean-Jacques Peyronel en bajo, tocaron temas de sus dos discos (puntos fuertes: “Imágenes de amor”, “El festejo”, “El amor enferma” y “Las motos”) y estrenaron “Verano Kamikaze”, tema que se incluirá en su próximo trabajo y que sonaba mucho más rockero y punk.
Luego de la prolijidad y la estética a ultranza llegó el bardo, el aguante y la emotividad festiva, de la mano de Bestia Bebé y Los Rusos Hijos de Puta. La banda comandada por Tom Quintans fue la sorpresa del ciclo aunque se rumoreaba hace rato que podrían llegar a ocupar ese escaño. Con cambios de formación que incluyeron a Jaubet y Manza en las voces, tocaron casi todos los hits de sus dos discos y le dieron mecha a los pogos y mosh más intensos. Los Rusos, con Luludot Viento y Julián Desbats lookeados como en una space oddity clase B, también se lucieron. Promediando las 4 AM tocaron gran parte de su álbum La rabia que sentimos es el amor que nos quitan (2015). Canciones como “La federal” sintetizaron el menú que los soviéticos sirven en bandeja: baterías frenéticas, teclados psicotrópicos y letras bien directas, que explotan en vivo como una molotov.
Decía el filósofo Martin Heidegger que la temporalidad era, más bien, un “advenir siendo sido”, un presente que no terminaba de ser pasado y un futuro que ya estaba ocurriendo. La subjetividad de aquellos que formaron parte de la cofradía pulenta pudieron evidenciar esta forma de percibir el tiempo: para algunos todo formaba parte de un pasado inasible que se volvía poesía en el paladar. Para otros, era el presente que estaba implosionando delante de sus retinas. Para muchos, era el futuro que hoy mismo ya estaba ocurriendo. Para todos, era la llave de los días mejores. Pablo Díaz Marenghi//∆z