La serie documental de Netflix cuenta una historia macabra de crimen y conspiraciones, otra más en la línea de producción de esa fábrica de descarrilados  que es Estados Unidos. 

Por Pablo Díaz Marenghi

¿Sería el calor? Aquella empleada bancaria se sentía algo abatida aquel día, 28 de agosto de 2003. Quizás por eso no se sorprendió ante la presencia de un hombre calvo, de estatura media y anteojos, que tenía un chupetín en la boca y un bulto prominente en el pecho. La palabra “GUESS” (ADIVINA) estaba escrita con letras negras sobre su remera blanca. En su mano derecha llevaba un bastón negro con un mango algo peculiar, parecido al de un revólver. El tipo se acercó al mostrador y le entregó unas hojas. En un segundo ella se olvidó de su transpiración y de su estrés cuando leyó, en una letra obsesivamente prolija, un mensaje: debía entregarle 250.000 dólares a este señor o, de lo contrario, haría estallar una bomba. La vida de todos los presentes dependía de los reflejos y la colaboración de aquella muchacha acalorada. La chica no tenía acceso a la bóveda central del banco. Juntó algunos pocos dólares. Lo que pudo. A las apuradas. Se los entregó en una bolsa y el hombre calvo salió. Como si nada. Empuñando su bastón-revólver y aún saboreando el chupetín. Lo que siguió fue el desenlace de uno de los robos de banco más bizarros que haya existido, y apenas el comienzo de una de las conspiraciones criminales más misteriosas de la historia estadounidense.

Así arranca Evil Genius, serie de Netflix dirigida por la dupla Trey Borzillieri/Barbara Schroeder, estrenada en mayo de 2018 y producida por los hermanos Duplass (los mismos que estuvieron a cargo de la exitosa Wild Wild Country). Cuenta los vericuetos de un crimen que capturó la atención de los principales medios de comunicación del mundo por sus detalles, que rozaban, al unísono, lo bizarro, lo escabroso y lo macabro. Se suma a la oleada de documentales del tipo true crime, que tomó fuerza con Making a Murderer (2015), con The Jinx (2015), The Keepers (2017) y la más reciente The Staircase (2018).Rewind. Los policías rodean al hombre calvo y le apuntan con sus Glocks reglamentarias. El tipo afirma ser una víctima y no un victimario: confiesa haber sido obligado a cometer ese crimen y explica, con mucha calma, que debía seguir una serie de complejas instrucciones para encontrar las llaves que le permitieran abrir el collar-bomba que tiene atado a su cuello y que amenaza con matarlos a todos. Lo que parecía ser la trama de una nueva entrega de la saga Saw (que se estrenaría al año siguiente y que resulta increíble pensar que no se haya inspirado en este hecho) era real. O al menos en parte. Los policías pensaron que se trataba de un lunático más. En el medio, el escuadrón antibombas del condado de Erie no llegó a tiempo cuando, en efecto, la bomba explotó. Su potencia no era lo suficiente como para hacer volar por los aires a todos, pero alcanzó para ocasionarle una herida mortal en el pecho a Brian Wells, el hombre en cuestión. El documental recurre a material de archivo, narración en off y recreaciones de testigos de aquel episodio para reconstruir la historia. A la vez que cuenta el relato de una mujer, cautivante, aparentemente brillante desde lo intelectual pero desequilibrada desde lo psíquico, neurótica y con una personalidad avasallante. Es la verdadera protagonista de este embrollo. El desencadenante y el motor que impulsa, a toda máquina, una de las tramas más ominosas y truculentas del documental contemporáneo: Marjorie Diehl-Armstrong. Ella sería, al parecer, la “genio del mal” detrás de este complejo artefacto de relojería delictivo al cual el adjetivo ‘desequilibrado’ le queda corto.

Esta serie constituye un relato sobre la mente enferma. La de la mujer en cuestión, Diehl-Armstrong, que en su juventud supo ser una joven agraciada, de rasgos angelicales, que cautivó a muchos hombres y que, años después, decantaría en un émulo de Aileen Wuornos, la prostituta ejecutada en 2002 por el asesinato de siete hombres},por sus rasgos marcados, el rostro ajetreado y los ojos que denotan dolor y angustia existencial, como los de un perro abandonado a la vera de una ruta de provincia. Su vehemencia a la hora de manipular a la justicia y su historial de muertes a cuestas la convierten en la villana definitiva de las series del 2018. El relato, dividido en cuatro capítulos de cuarenta minutos, está organizado para enfatizar el suspenso: en cada entrega hay grandes revelaciones que producen cambios en el devenir del caso y la investigación. Es por esto que no es recomendable averiguar sobre los hechos mientras uno ve la serie, para poder atravesar la experiencia narrativa con mayor potencia. A la vez, se explora la relación peculiar que entabló uno de los realizadores (Borzillieri) con Marjorie, con quien se escribió cartas durante años. Esto, tal vez, se podría haber profundizado. El espectador se queda con ganas de conocer un poco más acerca de este extraño vínculo. Otro personaje que se destaca es William Rothstein, un simpático vecino pseudo intelectual del condado de Erie, ex pareja de Marjorie, quien la denuncia y termina destapando una olla a presión de engaños, violencia y conspiraciones. Todo esto se muestra intercalado por las memorias de policías obsesionados por resolver el complejo caso que explica este bizarro robo y que no vale la pena spoilear. La intriga típica del policial se potencia minuto a minuto con giros inesperados. Todo cubierto bajo un halo siniestro que remite a series como True Detective, en un marco de sucesos concatenados que ratifican la frase convertida en lugar común: a veces, la realidad supera a la ficción. //∆z