Alejado de lugares comunes y comodidades, Post Pop Depression es el mejor disco de Iggy Pop en décadas. Un clásico del futuro de climas oscuros, bailables y psicodélicos de la mano de Josh Homme como productor.

Por Matías Roveta

A mediados de los ’70 Iggy Pop estaba desorientado y perdido, los Stooges habían terminado mal y él batallaba contra un par de adicciones feroces. David Bowie estaba casi en la misma: vivía en Los Ángeles envuelto en un halo de locura y depresión, tomaba demasiada cocaína y quería que su carrera –más ligada al funk/soul en ese momento- pegara un giro. Juntos se exiliaron en Europa para limpiarse y, desde el anonimato, redescubrirse como artistas: el Duque Blanco llamó a Brian Eno y trabajó junto a él en Low (1977), un álbum fundamental atravesado por el rock ambient y el krautrock que marcó el punto inicial de su maravillosa Trilogía de Berlín (seguirían luego Heroes, también de 1977, y Lodger de 1979). Pero, además, se hizo tiempo para ayudar a su amigo: ya lo había hecho con Lou Reed, cuando lo rescató del olvido y le produjo Transformer (1972), pero esta vez fue el turno de Iggy. Bowie coescribió y trabajó en la producción de The Idiot (1977) y Lust for Life (1977), las dos obras maestras que marcan el debut solista de la Iguana. Ese fue el primer renacimiento de Iggy Pop (“Él me resucitó”, le dijo Iggy a The New York Times sobre Bowie en una entrevista en enero de este año).

   El segundo renacimiento se dio en este 2016 con Post Pop Depression, lo mejor que Iggy editó desde aquel lejano 1977. Y si en The Idiot Iggy mezcló funk con ritmos mecánicos e industriales y exploró texturas dark o electrónicas para sentar las bases del futuro post punk, y si en Lust for Life le recordó a todos que él era el gran padrino del punk al rockear de nuevo detrás de riffs garageros, ¿en Post Pop Depression qué? En primer lugar, es el trabajo sobresaliente de un hombre que se animó a abandonar por un momento la comodidad de su aura legendaria para regalar un discazo que evita lugares comunes; es su más sólida síntesis de letras y música en casi cuatro décadas. Como muchos otros apellidos pesados -Bob Dylan con Time Out of Mind (1997), Paul McCartney y Chaos and Creation in the Backyard (2005), el propio Bowie con Blackstar (2016)- Iggy Pop edita un disco clásico cuando nadie lo imaginaba, cerca del fin de su carrera. Secundado por un grupo de músicos más jóvenes que él –Josh Homme (Queens of the Stone Age), Matt Helders (Artic Monkeys) y Dean Fertita (Queens of the Stone Age, Dead Weather, Jack White)- Iggy Pop se permitió adentrarse en terrenos experimentales: mucho de esto se debe al gran trabajo de Homme como productor, quién respetó el legado de Iggy pero también lo exigió, lo puso a prueba. Porque Post Pop Depression por momentos es un disco oscuro, por momentos es bailable, oriental, psicodélico y hasta orquestal. Pero nunca obvio y siempre sorprendente.

   El fascinante recorrido empieza con “Break Into Your Heart” y Homme que corta el aire con el filo metálico de su guitarra junto a unos vientos ominosos y sintetizados a cargo de Fertita, mientras Iggy le pone drama a un registro bajo y suelta una letra (“Voy a forzar la entrada a tu corazón / Me voy a arrastrar debajo de tu piel (…) Hasta que vos finalmente me dejes entrar”) con la que es imposible no pensar en el Pop bestial y con hormonas estallando a mansalva que cantaba eso de enterrar algo “en lo profundo” en una canción de 1970. Enseguida “Gardenia” suena como una bocanada de aire fresco después de ese arranque sombrío, mientras oscila entre las vibraciones del riff con trémolo de Homme y los tentáculos rítmicos que despliega el bajo con un poderoso groove. Es una canción que suena más a Bowie que a Iggy (como sucedía en The Idiot) y tiene una letra divertida y picaresca (el cantante se define como “el gran poeta norteamericano vivo”) sobre una historia de sexo al costado de la ruta. Enseguida el relato se pone más serio cuando Iggy medita sobre su propia mortalidad en la extraordinaria “American Valhalla”: “La muerte es una pastilla difícil de tragar”, dice, y pregunta dónde está el Valhalla americano y si puede llevar a un amigo cuando le llegue el momento. Hay ciertos atisbos orientales (algo que se repite en varios momentos del disco) a lo largo de una canción que se define por el pesado arrastre del bajo que avanza con la solidez de un blindado, mientras Homme decora sutilmente con un vibráfono (circa QOTSA) que traza la melodía y Fertita suma un piano wurlitzer. Ese bajo granítico de Homme es también protagonista en “In the Lobby”, pero acá son las guitarras las que hacen todo el trabajo: Homme hace sonar un fraseo agudo y le contrapone la descarga de su mejor solo en todo el álbum, un torbellino eléctrico que va repitiendo ordenadamente patrones hasta que amaga con descontrolarse un poco al final. Allí, Iggy habla sobre una noche en la que espera no morir y en la que persigue a su propia sombra, tal vez como recuerdo lejano de jodas descontroladas.

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   “Sunday” marca un quiebre en la mitad del camino y es el momento más fiestero del álbum a partir de su clima de música disco, un riff que remite a Kiss y una base trepidante de Helders. Cuando parece que el tema termina, sorpresivamente todo decanta en una coda convertida en vals orquestado que desnuda cierta intención de correr riesgos, una de las mejores cualidades de Post Pop Depression. Para “Vulture” Iggy empuña una guitarra acústica, se lanza al acecho y deja caer su voz bien abajo alla Nick Cave, para luego gritar en el estribillo (el ataque despiadado de “¡Buitre! / ¡Buitre!”) junto a una maraña de acordes de Homme que suenan como cristales estallando mientras la banda toda que toca con reminiscencias a los Bad Seeds. De golpe su voz cambia y la Iguana demuestra que es, además, un gran cantante: en “German Days” hace resonar la profundidad de su gola de barítono (eso que patentó en clásicos como “Turn Blue”, “Tonight” o “Candy”) sobre una marcha casi industrial (otro posible guiño a las colaboraciones con Bowie en los ’70, algo patente desde el título) y los enredos hipnóticos de la viola de Homme.

   “Chocolate Drops” es un mid tempo con estilo y alguna molécula funkie, conducido por el piano de Fertita y arreglado con golpes de campanas tubulares (de nuevo Nick Cave) y el dulce llanto de un punteo blusero de Homme. Iggy se pone reflexivo, casi melancólico, y transmite una letra batalladora: “Cuando el amor de tu vida es una playa vacía, no llores / Cuando tus enemigos te tienen a su alcance, no mueras”). Todo suena como la calma que antecede al huracán: “Paraguay” es sin dudas la pieza central del disco, un tour de force rockero que corona todo lo bueno que Post Pop Depression ofrece en los ocho tracks anteriores. Hay bastante de la furia primal de los Stooges (“Animales salvajes, ellos, sí / Nunca se preguntan por qué, solo hacen lo que se les canta las pelotas”, dice el coro) y sobre el brillo folk de la guitarra eléctrica de doce cuerdas de Fertita más el centelleo del nylon de una acústica de Homme, Iggy mira de frente a la cara del retiro y mastica la idea de abandonar, de tirar la toalla ya cansado de todo: “Ya no puedo aguantarlo más (…) voy a empacar mi alma y largarme”. Pero la cosa no termina ahí. La canción vira, se transforma y el propio Iggy, también: de esa resignación inicial pasa a hacer una poderosa catarsis gritando como un poseso y ladrando bronca, envuelto en distorsión y endiablados redobles de Helders, mientras lucha contra la pasividad de la gente y manda a la mierda a los que mienten y critican detrás de una laptop. Ahora, sí: así es como el mundo tiene que recordar a Iggy.//z