Con una expectativa a la que nos tiene acostumbrados el cine argentino dos o tres veces por año, se estrenó a comienzos del segundo semestre El Ángel, la biopic sobre uno de los míticos asesinos más recordados de nuestra historia, de la pluma y el ojo de Luis Ortega. Crimen, pasión y juventud crítica a la orden del día.

Por Iván Piroso Soler

y yo te he arrojado del monte de Dios y te he exterminado, oh querubín protector, de entre las brasas ardientes. Tu corazón se había engreído por tu belleza. Tu sabiduría estaba corrompida por tu esplendor. Y Yo te he derribado en tierra y te he presentado como espectáculo a los reyes

(Eze 28)

 

Es difícil caminar por las calles porteñas azotadas por este invierno crudo y no detener el paso ante la mirada soberbia, campechana, desafiante pero aún así ineludiblemente infantil de Lorenzo Ferro en el póster de El Ángel. Pocas veces nuestro cine tuvo el privilegio de armarse con una imagen promocional tan poderosa y despojada de lugares comunes como la que fue impresa para la quinta película de Luis Ortega. Sucede que el tema, el sujeto que aborda, es tan escabroso como convocante: condenado a prisión perpetua hace más de cuarenta años, Carlos Robledo Puch es uno de los asesinos seriales más intrigantes de la historia criminal de nuestro país. No solo su caso resonó fuerte en los medios por la brutalidad con la que llevó a cabo los asesinatos que tomaron la vida más de una decena de personas, sino que su juventud y extracción social, así como su fisonomía, dejaron boquiabiertos a la prensa y a las autoridades. Inexplicablemente, no se había filmado una película que tratara el tema, hasta ahora.

El comienzo de la película es claro: Carlitos entiende que la vida hay que vivirla en libertad. Libertad para elegir, para andar, para tomar y regalar. Esto comprende tanto calles como casas y objetos. Autos, joyas, discos. Cualquier cosa pierde los bordes entre lo privado y lo común. Esta distorsión ideológica, casi ontológica, lo lleva a entrar a casas de su barrio y hacer lo que le plazca: desde tomar la moto de un garaje y salir a dar una vuelta hasta regalarle los relojes a sus amigos o novias. Su familia no está al tanto de esto -o finge no estarlo- pero entiende que algo anda mal con el joven de bucles dorados. Su madre (Cecilia Roth) se preocupa mucho pero no tiene idea de qué hacer y no cuenta con la total atención de su rutinario marido (Luis Gnecco). Este gusto de Carlitos por la serenidad que le transmite vivir la vida de otros lo lleva a conocer -de una manera tan intensa como inobjetable- a Ramón (un excepcional Chino Darín), un compañero del colegio hijo de una pareja de ladrones de oficio. El dúo no hará más que hacerse de las delicias mundanas de la delincuencia calenturienta.

El estreno de El Ángel no pudo escapar de todo tipo de discusiones. Más allá del esperable debate moral de si es ético o no llevar a la pantalla de manera por demás estilizada la historia de un personaje encerrado por cobrarse la vida de tantas personas, también se puso de relieve algo concreto: ¿por dónde habría pasado la polémica -o acaso el escándalo- si en lugar de tratarse de un varón, El Ángel hubiera sido una mujer? Esta inquietud la trajo a cuenta la humorista Malena Pichot en su cuenta de Twitter. “Lejos de querer moralizar la ficción, solo destaco que romantizar a un asesino real no es provocador, es exactamente sostener el status quo. Nada más. Del mismo modo que romantizar una asesina sí es provocador y sí desafía al status quo, pregúntenle a Despentes sino”, concluyó la también directora de series como Por Ahora y Tarde Baby, haciendo referencia a la escritora francesa. Sucede que El Ángel cayó a la tierra en tiempos de #NiUnaMenos y de problematización del rol de la mujer tanto en la ficción como en la producción de contenidos. Luis Ortega no sólo eligió estetizar a un asesino en serie: optó por dejar de lado las historias de violaciones que también llevó a cabo Carlos Robledo Puch en su raid delictivo. Lo que se corre a un costado no hace más que inflar su ausencia.

Ramón y Carlitos construyen en la obra de Ortega un dúo que dejará un rastro difícil de olvidar en el cine argentino. Sus personalidades tan disímiles no configuran una pareja dispareja caricaturizada, sino que se entrelazan de un modo armonioso que logra imprimirle un incómodo humor negro que empuja a la película afuera del riesgo videoclipero que sugerían los trailers. Aún así, la constante (por momentos tediosa) banda sonora tienta a la trama a caer en una estética pop, condimentada por la fotografía espesa de Julián Apeztoguia, quien no duda en entramar los rojos y verdes que tanto gusta en el cine argentino desde hace algún tiempo.

Ortega declaró en numerosas ocasiones que al ver al joven Ferro no dudó en que sería él quien encarnaría a uno de los seres más brutales que conoció la realidad Argentina. Es difícil estar en desacuerdo con él. Nuestro primer contacto con ese niño de mirada perturbadora son sus piernas entubadas en unos pantalones pata de elefante que danzan al ritmo de La Joven Guardia. Más tarde nos hipnotiza también con su sonrisa chueca o la mirada que se choca contra los testículos de Daniel Fanego, en el papel del padre de Ramón, un paranoico adicto a las drogas y las armas. Con su esposa Ana María (una sensual Mercedes Morán) forman un dúo que tranquilamente podría enamorarnos en un spin off dirigido por Rob Zombie.

Desde hace un tiempo se viene dando un fenómeno particular en el habitus cinematográfico local. Se produce un dispositivo de desplazamiento del público y la crítica hacia las obras. Se les pone una responsabilidad a las películas, previo a su estreno, casi mesiánica: si una película se estrena y no es la obra definitiva o maestra, es un fiasco sin precedentes. Cada film debe ser nominado a los Oscar o condenado al olvido. La quinta obra de Luis Ortega, histórico del cine independiente, terminó su primera semana con casi 500 mil espectadores en un número de salas récord, luego de su paso por Cannes a principios de año. Puede quedarse tranquila con eso. Es una obra correcta, con planos memorables y actuaciones más que elocuentes. Es difícil saber qué le depara a su recorrido, pero sin embargo presenta las credenciales propias de una historia que se escribió mucho antes de que comenzara su guión. //∆z