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Estos son los diez discos internacionales elegidos por nuestro staff.

 

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Ilustración de Sabrina Pintos (@sabri.pio)

10 – Ti amo – Phoenix

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El lujo es vulgaridad: eso es lo que parece intentar comunicar Thomas Mars –cantante y letrista de Phoenix- en buena parte de Ti Amo, último disco de la arrolladora banda indie pop francesa. Porque si bien es cierto que en “J-Boy” le habla a su pareja (que se deja embelesar por lo que un negocio tiene para ofrecer, al tiempo que pregunta por más), que en la canción que da título al álbum se pregunta si es mejor tomar champagne o prosecco y que “Via Veneto” hace referencia a una avenida fashion de Roma, la sensación que flota es la de una aproximación irónica a ese mundo de consumismo y derroche: en “Tuttifrutti” habla de la austeridad como mérito y en “Fior Di Latte” deja en claro que no le gusta Los Ángeles porque todo es “demasiado elegante”. En última instancia, nada de esa realidad de fantasía tiene sentido si uno está vacío por dentro, y de allí que en tantas paradas del disco se habla del amor sincero a la persona que se elige como compañero en la vida. Las constantes referencias a Italia y su lengua (Mars mezcla ahora el francés con el inglés, pero además suma palabras o frases en italiano casi en todas sus letras) tienen también una lógica desde lo musical: junto al característico synthpop multicolor y las guitarras de veta pop minimalista que los hizo grandes en Wolfgang Amadeus Phoenix (2009), Ti Amo suma además reminiscencias a la música disco y electrónica italiana de los ’70. Todo suena alegre y luminoso, es la banda de sonido perfecta para un verano europeo pero para escuchar con los pies sobre la tierra.  Matías Roveta

9 – Sleep well beast  – The National 

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Amparados bajo la arquitectura sonora de los hermanos Aaron y Bryce Dessner y la voz cavernosa y por momentos desesperada de Matt Berninger, The National editó su séptimo disco en dieciocho años de carrera. Durante ese tiempo fueron construyendo un sonido personalísimo  que los encuentra – en medio de giras por todo el mundo (en marzo vienen al Lollapalooza) y con sus integrantes promediando los cuarenta años –  en un período de cierta masividad con la que parecen sentirse cómodos. Y, dentro de esa madurez de la que a veces se suele hablar en tono elogioso para la obra de un artista, The National asume en Sleep well beast el desafío de intentar algo distinto en su propia discografía.  Por supuesto que hay canciones mid tempo clásicas de la casa, en las que el piano de Aaron acompaña la melancolía de Berninger (que en este disco alcanza momentos de lirismo con ciertos lamentos amorosos: en “Carin at the liquor store”, una de las letras más certeras del disco, la mención a John Cheever y su alcoholismo funciona de modo confesional), pero también llegan a una experimentación con la que ya venían coqueteando y que en este disco alcanza otros niveles.  “I’ll still destroy you” o “Walk it back” son dos ejemplos de esa búsqueda de un nuevo sonido en el que  la electrónica tiene mucha presencia, que los llevó a la obvia y a veces cargosa comparación con Radiohead que a algunos, a juzgar por comentarios que se leen en Internet, no les termina de hacer gracia. Ojalá, y a modo de cierre de esta mini reseña, que el show que den en el Lollapalooza no sea el único y puedan, por ejemplo, repetir un recital como el que dieron en La Trastienda en 2011. Sería una grandísima noticia.  Alejo Vivacqua

8 – MASSEDUCTION – St. Vincent 

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Annie Clark (mejor conocida como St. Vincent) hace rato que se destaca por sobre el resto gracias a su brillo propio, su capacidad vocal e interpretativa y su eclecticismo musical. Practica lo que podría definirse como “Pop de autor”, similar al caso de Lady Gaga o la última Beyoncé: melodías que encajan dentro de lo que la industria musical mainstream circunscribe a una sonoridad electropopera. Sin embargo, es mucho más. Prueba de esto es su disco en conjunto con David Byrne (Love this Giant, 2012) y su último álbum, MASSEDUCTION (2017). Allí resuena Madonna en “Hang on Me” y hasta Amy Winehouse en la tóxica “Pills”. En el medio hay pulsos electrónicos, programaciones, pistas, reverbs y una composición por capas que se emparenta a la luminosidad de LCD Soundsystem o a la sordidez melancólica de Radiohead. En este álbum, de hecho, la artista va más allá y se pone mucho más bailable, como en “Los Ageless”, una canción bien new wave. Su voz se deforma y se tuerce al compás de los sintetizadores. Se destaca la labor de Jack Antonoff como productor, quien colaboró con Annie al profundizar su exploración sonora. También hay minimalismo, en la balada tecno “Happy Birthday, Johnny”, sensualidad en la guitarra de “Savior”, el relato de una ruptura amorosa en “New York”, rock industrial en “Fear the Future”, o dreampop en “Slow Disco”. Es un compendio de canciones versátiles que entran y salen de diversos géneros esquivando cualquier tipo de etiqueta. Aquí hay melancolía, como en el cierre con “Smoking Section”, y ansias por mover el cuerpo.  Ese es el beat de la cuestión. Pablo Díaz Marenghi

7 – Lotta Sea Lice – Courtney Barnett y Kurt Vile 

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Cuando dos artistas se unen para crear un disco pueden pasar varias cosas: o bien colisionar, cual Charly García y el Flaco Spinetta en su fallido proyecto conjunto, o fusionarse con prestancia, retroalimentarse, potenciar sus virtudes y disimular sus defectos. Esto ocurre en Lotta Sea Lice (2017) el disco que unió a los amigos Courtney y Kurt, que ya venían compartiendo escenarios, giras e influencias. El resultado: nueve pequeñas grandes canciones que homenajean al folk, al blues, a la canción intimista y al rock sureño; todo atravesado por la impronta punk de Courtney y el crisol psicodélico circa The War on Drugs de la particular forma de tocar la viola de Kurt. Allí aparecen composiciones de ambos, como “Over Everything” de Kurt en donde las voces de ambos se complementan mientras la guitarra, desbocada, estructura la canción mediante hammer ons y yeites. “On Script” es un bello tema de Courtney donde la australiana disminuye su habitual vértigo para regalar al escucha una canción minimalista, con predominio de su voz y un sutil arpegio de fondo. “Peepin´ Tom”, tema de Vile reversionado, es un homenaje a las canciones rurales de las tabernas yanquis en una tonalidad vocal que remite a PJ Harvey. Esta obra es un contrapunto digno de celebrar entre dos jóvenes que le sacan chispas a las cuerdas de nylon y le rinden tributo a géneros clásicos. Pablo Díaz Marenghi

6-  Lust for life – Lana del Rey 

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Elizabeth Grant, a.k.a. Lana del Rey, sonríe como nunca lo hizo en la tapa de Lust for life, su quinto álbum. En sus producciones anteriores siempre tenía un rictus serio. Desde el vamos hay un cambio, y se profundiza a nivel sonoro y lírico. Es su disco más ecléctico, hay un juego con los géneros. Se arriesga y hace trap en “Summer Bummer”, acompañada por Plaiboy Carti y A$AP Rocky. Algo a destacar es la cantidad de feats., a los ya mencionados raperos se les suma Stevie Nicks  (“Beatiful People Beatiful Problems”) y Sean Ono Lennon. Con este último Grant canta “Tomorrow never cames”, una balada que destroza corazones. Ella siempre escribió sobre derrotas amorosas, en sus letras hay tristeza y también una resignificación de ese sentimiento. Lana exorciza sus demonios (“White Mustang) y juega con la ironía haciendo gala de un patriotismo exacerbado (“National Anthem”, de Born to die es la prueba perfecta). Ahora va más allá, hay canciones en contra de la administración Trump y sobre el empoderamiento de la mujer (“God Bless America – and All the Beautiful Women in It”.)  Lust… termina de consolidar a Lana del Rey como la artista pop más interesante del mercado estadounidense.  Joel Vargas

5 – DAMN. – Kendrick Lamar

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Kendrick Lamar es el número uno del hip-hop, así sin vueltas. Cada tanto aparecen tipos brillantes que marcan un antes y un después en la historia de la música. Somos contemporáneos de un artista que está atravesando un momento creativo excelso. Disco tras disco sube cada vez más alta la vara. Si en Pimp a Butterfly (2015) demostró cómo rapear, cómo manejar la cadencia y el ritmo, en DAMN. le suma el don de la melodía.  ¿Un ejemplo? “LOYALTY.”, donde comparte las voces con Rihanna. Cuando aparece ella, la canción se rompe en dos. Pareciera que todo el universo dependiera de eso. Se construye un clima adictivo, dos mundos que se fusionan.  Es el mejor tema del disco y uno de los mejores de la cosecha 2017. Hay un cambio sonoro con respecto a Pimp…, ese álbum es una suerte de Aleph de la música negra, contiene la memoria universal de muchos ritmos. Y en DAMN. cada canción es un mundo en sí mismo. Hay de todo: trap en “DNA.”; RnB en “PRIDE.” y hasta un feat. mutante con U2 disparando contra el sueño americano, “XXX.”. Un dato: en 2016 editó untitled unmastered., un mixtape conceptual donde se podía vislumbrar el camino que traza en DAMN.. ¿Cuál será su próximo paso? Joel Vargas

4- Cigarettes After Sex – Cigarettes After Sex

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¿Cuál es uno de los mejores momentos para fumar un cigarrillo? Después de tener sexo, sin dudas. En una relación de armonía total entre el nombre de la banda/álbum y su propuesta sonora, Cigarettes After Sex está atravesado por melodías sugestivas, lleno de sensualidad y canciones suaves para escuchar en estado de relajación: la calma justo después del éxtasis de placer. La banda fue cobrando protagonismo en YouTube con miles de visitas de usuarios que descubrieron el talento del grupo como un tesoro oculto y, luego de abandonar su Texas natal para sentar en Nueva York su centro de operaciones, empezaron a darle forma a un disco perfecto e irresistible: dream pop envolvente (“K” o “Flash”), romanticismo oscuro (“Each Time You Fall in Love”), remolinos etéreos de guitarra y la seductora voz andrógina de Greg González para redondear unos de los discos debut del año. Como para reforzar el concepto sonoro y dejar en claro el momento justo para escuchar este disco, González le dijo a la revista francesa Inrockuptibles: “Me gusta trabajar de madrugada. Es un momento donde todo el mundo está distendido. Siento que los ambientes nocturnos se corresponden bien con nuestra música”. Matías Roveta

3 – Who Built the Moon? – Noel Gallagher’s High Flying Birds

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Para entender el concepto de Who Built the Moon? es necesario hablar de una canción que no entró en el disco. “Dead in the Water” (incluida como bonus sólo en la edición deluxe) suena como salida directamente de The Masterplan (1998) y remite a himnos como “Talk Tonight”, a partir del sencillo rasgueo de una guitarra acústica, el dulce acompañamiento de un piano y una melodía perfecta de Noel Gallagher. Es una canción hermosa y lo más parecido que Noel hizo a Oasis desde que esa banda terminó. La razón de no incluir esta gema en el álbum puede tener algo de querer reivindicar la gloriosa tradición de los lados B del rock británico, pero más se parece a una mojada de oreja a los fans nostálgicos: Who Built the Moon? no tiene ninguna pretensión de mirar hacia el pasado y es la obra más aventurera que el mayor de los Gallagher hizo en su carrera. Están, es cierto, algunas de las clásicas marcas sonoras de Noel (el riff de “Back and White Sunshine” es puro Johnny Marr, “If Love Is the Law” es pop barroco como ejercicio sixtie), pero lo que hace al disco irresistible es el modo en cómo el mancuniano apuesta al riesgo. En algunos casos, usando como punto de partida parte del legado que conoce (la base bailable del electro rock “She Taught Me How To Fly” con sus punteos de guitarra alla New Order, el clima lúdico de “Holy Mountain” que parece una “Ob-La-Di, Ob-La-Da” neopsicodélica). En muchos otros, transitando caminos totalmente desconocidos: Kanye West y el acid house influenciaron la intro psicodélica de “Fort Knox”, “It’s a Beautiful World” tiene guitarras con reminiscencias a Can, “Keep on Reaching” suena como si Sly Stone hubiera tocando en alguna rave de Manchester y la saga instrumental “Interlude”/”End Credits” es progresiva y podría funcionar como soundtrack de alguna película. El resultado es una obra revolucionaria y experimental, parte de lo mejor que Noel hizo en toda su trayectoria y una contundente prueba de que, por ahora, el regreso de Oasis es imposible. Matías Roveta

2 – American Dream – LCD Soundsytem

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“Solía bailar solo en mi propia voluntad, solía esperar toda la noche por las transmisiones de rock”, canta James Murphy en “I Used To”, una canción conducida por una línea de bajo densa y puramente post punk, el machaque de una batería pesada y un piano misterioso, que van dando forma a un crescendo oscuro que desemboca en un gran solo de guitarra. La frase de esa letra desnuda uno de los aspectos que hace irresistible a la música de LCD Soundsystem: la melomanía de Murphy, su cerebro creador. Cada nuevo disco de la banda se suele convertir en una obra que transita con maestría por terrenos llenos de acertijos rockeros para fans curtidos: el genial American Dream no es la excepción y entre las muchas influencias que se citan acá están presentes álbumes claves como Remain In Light, Unknown Pleasures, el período berlinés de Bowie y la electrónica compleja de Kraftwerk. Pero la música de esta banda no es simplemente un revival nostálgico. Murphy apela a sus experiencias formativas para reivindicar su legado, pero al mismo tiempo hacerlas convivir con una mirada actual: el mejor ejemplo quizá sea “Other Voices”, que es un funk pero futurista, atravesado por un clima tribal con distintas secciones de ritmo que remiten a los Talking Heads polirítmicos y que está lleno de los típicos fraseos de guitarras irregulares que Robert Fripp patentó junto a David Bowie en Scary Monsters (esos solos robóticos vuelven a aparecer en su máxima expresión en “Change Yr Mind”, otro punto altísimo). Matías Roveta

1 – A Deeper Understanding – The War on Drugs

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A Deeper Understanding continúa por la senda de Lost in the Dream (2014) y ofrece más de una hora de la música más inspirada que van a escuchar este año, un festejo de aquello que los hizo geniales y que ahora se expande en diez canciones sublimes, estilizadas, para guardar como tesoros. Como prueba, ahí está el optimismo efusivo de los teclados y el ritmo como de viaje rutero de “Nothing to Find”, que remite al poder de fuego de la E Street Band en su período Born to Run (1975); también la balada frágil sobre rupturas amorosas que condensa “You Don’t Have to Go”. El cantante y guitarrista Adam Granduciel parece perseguir el legado del gran disco de separaciones de Dylan, Blood on the Tracks (1975): la viola acústica y un piano wurlitzer como trasfondo junto a unos punteos helados de guitarra eléctrica que se clavan como cuchillos en el corazón, y esa línea de la letra (“¿Cómo podía esperar hasta que vos me reconocieras, cuando estuviste ahí dentro de mis sueños?”) que canta estirando las palabras para hacerlas entrar a la fuerza en la melodía con un tono nasal absolutamente dylanesco. Pero además el disco incluye la epopeya de once minutos que es “Thinking of a Place”, que se construye sobre una rítmica acústica junto al llanto a la distancia de una lap steel y un solo de armónica que suena como el eco de un tiempo lejano, mientras la banda suma clima y vuelo con un par de capas de sintetizadores envolventes. Lejos de un bajón dark y angustiante, sus canciones se convierten en himnos sensibles como antidepresivos naturales que buscan reforzar la idea de que la derrota es compartida, que el dolor (pain es una de las palabras que más aparece en las letras) siempre va a estar y no queda otra que vencerlo y seguir adelante. Un giro propio del heartland rock que Granduciel tanto añora (Bruce Springsteen, Tom Petty), pero que, en lugar de aplicar solo a historias de trabajadores que luchan a diario en los márgenes de la ciudad, puede usarse también para situaciones de amor y desamor, amistad y esa cruenta lucha de conciliar los sueños con la realidad. Matías Roveta