En la noche del sábado Los Espíritus cerraron un 2017 vertiginoso con un Malvinas colmado. La orquesta de Maxi Prietto y Santiago Moraes confirma en vivo su crecimiento a base de blues psicodélico y lecturas finas de la actualidad social.

Por Matías Roveta

Fotos de Florencia Alborcen

Apenas comenzado el show y al promediar el tercer tema de la lista, Maxi Prietto –voz y guitarra de Los Espíritus- dejó las cosas en claro: “Vamos a bailar, vamos a escuchar”, cantó con su clásica voz narcotizada, justo antes de que ese irresistible boggie rockero que es “El Viento” empezara a levantar de la mano de su wah-wah flamígero y los punteos bluseros del guitarrista Miguel Mactas. Antes, habían pasado “Huracanes”, con su pulso de funk fronterizo, y el trance hipnótico que sugiere “La Crecida” a partir de sus percusiones africanas y su ritmo penetrante. El efecto fue siempre el mismo, el sonido de Los Espíritus es música para mover el esqueleto, un rock que rastrea influencias variadas y clásicas que cargan el ambiente de groove y permiten bailar toda la noche. Con su habitual mirada de crítico filoso, así de claro lo había dejado el inglés Simon Reynolds durante su paso por Argentina este año: “Me parecieron muy buenos. Tienen mucho groove en los ritmos y un sonido setentoso que me hizo acordar un poco a Santana”, le dijo en una entrevista a la edición local de la Rolling Stone. Tal vez a partir de allí, entre otras razones, pueda explicarse el merecido fenómeno masivo que catapultó a Los Espíritus desde el under independiente a cerrar el año en el estadio Malvinas Argentinas el sábado a la noche. Tienen tres discos brillantes –Los Espíritus (2013), Gratitud (2015) y Agua Ardiente (2017)-, pero el círculo se cierra en el vivo, donde la banda ofrece una experiencia física inigualable e inolvidable. Shows extensos con mucho de ritual que no han parado de crecer, justamente, porque allí está el secreto de lo que esta formación de La Paternal tiene para ofrecer.

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 El fenómeno de Los Espíritus es multigeneracional. Gente de todas las edades colmaron el Malvinas y esto puede responder a razones musicales. Entre el rico abanico de influencias que despliega esta banda, hay mucho de encantadora melomanía rockera: de un lado, los seguidores jóvenes que pueden vincularse con el blues, el funk o el rock and roll por primera vez; en el otro extremo, los escuchas más curtidos que pueden leer en las canciones de Los Espíritus citas a Howlin’ Wolf, Muddy Waters o Manal, pero también a Fela Kuti, Santana, el spaghetti western, la psicodelia de los ’60 y hasta bolero o tango. Todo eso convive en Los Espíritus y el fenomenal show de dos horas y media (con un poco de justicia sería correcto ubicarlo como el recital argentino del año) del Malvinas fue un poderoso muestrario de ese sonido amplio y sugerente.

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Hubo mucho de esos boggies bluseros en clave bailable (“Perro Viejo”, “Las Sirenas”, “La Rueda”), blues cansino (“Las Armas Las Carga el Diablo”, “Negro Chico”) y ritmos funky (“La Mirada”, “Mares”). Y también muchas otras canciones en donde los géneros se mezclan y conviven, temas en los que Los Espíritus bucean por latitudes diversas y siguen sonando reconocibles. “La Mina de Huesos” fue un punto altísimo a partir de sus percusiones tribales, su clima psicodélico y el punteo gitano de Prietto; “Jesús Rima con Cruz” tuvo su encantador choque entre blues y funk, con su puente lisérgico que derivó en zapada extensa para luego volver al riff original; en “El Palacio” la banda construyó una atmósfera envolvente con arreglos de percusiones y un riff de guitarra de Prietto que pareció salido de algún soundtrack de Enio Morricone para un film western, y en “Alto Valle” el pulso psicodélico de Los Espíritus pareció viajar al norte argentino. Hubo tiempo también para bajar los decibeles y atravesar buena parte del costado más relajado de la banda (la melancólica “Perdida en el Fuego” y el optimismo radiante de “Esa Luz”), para incluir el set con lo más reciente:  surgida del EP Guayabo de Agua Ardiente, “Ruso Blanco” sonó con su halo amenazante lleno de oscuridad y contó con un arsenal de solos de guitarras cruzadas.

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El año consagratorio para Los Espíritus (un triunfo no sólo de la propia banda, sino de todo el rock independiente argentino) terminó el sábado en el Malvinas, pero se alimentó a lo largo de todo un calendario anual que incluyó el lanzamiento de Agua Ardiente (de lo mejor que se editó acá en 2017, en un año que tuvo otros picos altos con grandes discos de El Mató, Acorazado Potemkin, El Estrellero y Viva Elástico, por citar solo algunos) y giras extensas repletas de shows en Argentina y el exterior. “Estamos muy contentos de estar acá”, dijo sobre el final Prietto. Antes, en las letras, había dejado en claro que 2017 fue también un año en el que pasaron muchas otras cosas: “Las armas las carga el diablo y las descarga algún gendarme / Si le anda la lapicera, le agrega al diario el titular”, cantó sobre la mitad de la noche. Antes de abandonar el escenario y ante la ovación de todo el público, fue todavía más contundente: “Este año tocamos en todos lados y en todos lados nos preguntaban dónde estaba Santiago Maldonado. El Estado es responsable, ¡háganse cargo!”.

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