Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit, el primer larga duración de la australiana Courtney Barnett es candidato a rankear alto en la lista de mejores discos del año. Un álbum de un rock potente, desvergonzado, atrevido y empañado de lisérgica rutinaria.

Por Ignacio Vazquez

La escena del rock indie debe estar atenta: a fuerza de talento y voluntad, la australiana Courtney Barnett vuelve a abrirse camino esta vez enarbolando su primogénito LP, logrado de manera contundente y original. Esta muchacha generación 87 y gestora de los ya legitimados EP’s I’ve Got a Friend Called Emily Ferrisy How to Carve a Carrot into a Rose es una compositora fresca, natural y por demás rockera que con su lírica invita a sumergirse a un mundo en el que los pequeños detalles pueden convertirse en universos a explorar.

A modo de plantear una equivalencia con el mundo cinematográfico, esta chica podría formar parte de la nueva ola de cine australiana, en conjunto con Peter Weir: cámara súper 8 en mano extirpando de la ordinaria vida de todos los días aquellos elementos que abordados desde una arista diferente pueden convertirse en extraordinarios. En la actual época vertiginosa que nos toca, y que hace tan difícil detenerse y prestarle atención a las pequeñas nimiedades, Barnett se anima a suspender la urgencia y extraer de la loca y agitada realidad retazos de lo habitual y convertirlos en algo más. Las letras en el disco parecieran ser cuentos de género fantástico, y cuando no, son introspectivas y reflexivas. En su léxico encontramos algunas palabras punzantes que le dan a su lírica una insolencia que es acolchonada de manera excepcional por la música en la que se recuesta. A lo largo del álbum escupe frases sinceras y profundas que envueltas en el contexto de las canciones llegan camufladas a nuestros oídos y deben ser procesadas.

Los once temas que conforman Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit son un compendio de canciones rockeras insolentes junto a algunas gemas pop psicodélicas y baladas con tintes existenciales, lo que lo hace un disco heterogéneo, pero que en su consistencia nunca pierde identidad. El álbum editado bajo el sello propio de la artista (Milk!), recoge influencias que van desde el sonido sucio de psicodelia de garage de los primeros discos de Arctic Monkeys, pasando por música de la San Francisco de los sesenta y grunge de los primeros noventas. A este cóctel se le agregan el particular modo de rasgar con sus dedos de esta guitarrista zurda y su manera de cantar, que en algunos casos se asemeja más a recitar las letras que a entonarlas, tiñéndolas con su acento australiano. Se hace imposible señalar los puntos altos y bajos del disco dado que los temas están dispuestos quirúrgicamente y son todos indispensables. Este cronista sugiere humildemente que se considere al disco como a un conjunto indivisible y se lo escuche en su totalidad.

Ovarios. Definitivamente es un disco con ovarios. No puede dejar de mencionarse la manera en que ella porta su sexualidad: la naturaliza, la hace ordinaria, no la frivoliza y eso es un gesto político desde el rock. Si bien se han derrocado muchos prejuicios, todavía las mujeres del rock siguen siendo más la excepción que la regla. En ese contexto, esta muchacha canguro demuestra que las chicas pueden rockear fuerte y tienen mucho para dar. Sometimes… es prueba viva y eléctrica de ello. A modo de cierre y síntesis: es un disco que funciona como conglomerado además de tener grandes canciones de forma individual, tiene un sonido palpitante y sutil, una lírica original y elaborada, y por último, es un álbum personal y con personalidad. Desde el este lado del globo donde no hay olas espectaculares ni koalas, estaremos a la espera de una nueva placa de la señorita Barnett, confiando que mantenga la alta vara que dejó con esta entrega.//∆z