Con toques de metal y rock clásico, Poseidótica consolida su estilo en su último disco, El dilema del Origen.

Por Pablo Díaz Marenghi

En su cuarto lanzamiento discográfico, Poseidótica confirma lo que gran parte de la crítica afirmaba hace tiempo: es uno de los exponentes del stoner nacional más consolidados. Un género que crece día a día y gana terreno a fuerza de seguidores fieles y mucha dedicación en cada pieza. La banda nacida en 2001 y compuesta por Walter Broide en batería, Hernán Miceli y Santiago Rúa en guitarras y Martín Rodríguez en bajo, produjo once canciones que se ganan dignamente el mote de obra conceptual. En tiempos de consumos culturales efímeros, fragmentarios, la música no queda exenta a este fenómeno. Lejos quedaron en el tiempo las épocas de sentarse junto al winco a escuchar de principio a fin un vinilo. El dilema del Origen (Aquatalan Records) invita a emprender un viaje iniciático por piezas totalmente instrumentales pero a las cuales no les hace falta voces para guiar el recorrido. Crean climas, texturas y matices con cada arreglo, cada golpe furioso de guitarra o en cada tonalidad que abarca desde lo más pesado del stoner hasta ritmos cercanos al rock progresivo o la psicodelia.

Hay puntos fuertes a lo largo de todo el álbum. Con un comienzo casi tribal, con tambores y sonidos oníricos en “Algoritmo”, desatan toda su artillería stoner a la Kyuss en “El alma de las máquinas” con toda esa liturgia que Poseidótica supo construir a lo largo de más de diez años de carrera: tonos que remiten a lo metálico, lo futurista, lo cyberpunk y lo espacial. Los bajos se destacan, probablemente debido al trabajo de Gonzalo Villagra -ex Natas, como ingeniero de sonido, y mezcla- y hasta hay tiempo para incluir un violín de la mano de Fede Terranova (Fútbol), asiduo colaborador de proyectos diversos pero bien rockeros. También hay pasajes cinematográficos, como pequeños soundtracks que ilustran universos. Tal es el caso de “Viaje de agua” en donde uno puede imaginar a guerreros ancestrales atravesando kilómetros a pie por frondosos bosques hasta su próxima batalla. También cadencias próximas al hardrock más melódico o al jazzrock más intenso, como en “El Observador” y ese comienzo casi zeppelineano.

Avanza el soundtrack y continúan apareciendo influencias o reminiscencias a otras sonoridades no necesariamente stoner. “Aeroruta” es un ejemplo de lo que puede lograrse revisitando sonidos más bluseros propios de lo hecho por Motorhead o por Pappo en la música nacional. Puede confundirse con un tema de Riff que quedó perdido en alguna cinta descartada. También se asoma el fantasma del Pink Floyd más psicodélico y, por momentos, uno puede cerrar los ojos e imaginarse en una odisea espacial por los confines de un origen desconocido. Quizás allí radique el dilema que queda por descubrirse a lo largo de estas canciones que ilustran una búsqueda artística pero, también, un presente feroz de una banda que ya dejó de ser promesa hace tiempo para convertirse en realidad y madurez. Porque, como supo decir Karl Marx respecto a las ideologías, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Para evitarlo, en el campo del arte, se requiere esfuerzo, dedicación y un motor de innovación constante. Poseidótica se encarga, casi de manera natural, de reafirmar esto a fuerza de canciones que lo devoran todo.//z