El cuarto disco de Riki Riki Tave y la Banda Misteriosa sale al ruedo con un montón de versos crípticos y canciones bellamente complejas.

Por Sebastian Rodríguez Mora

Atalaya. Ojo, no ese parador en la ruta 2 donde Sandro terminaba sus maratónicas fever nights y los quilombos de tránsito para comprar medialunas, sino ese barrio al oeste del Oeste, donde finaliza su recorrido el colectivo 172. Al parecer, también se trata de una torre de vigilancia, una última frontera de la poesía, puesta a los servicios de las grandes canciones que la Riki dispara. Hagamos el ejercicio de imaginarnos a estos cinco serenos nocturnos transmitiendo desde la altura, parapetados en los climas de las trece nuevas e intensas canciones que Dormido Cayendo nos ofrece. Tal vez en esa tarea de mirar el horizonte, a lo profundo del Conurbano y más allá, “abriendo tus ojos por dentro y hacia adentro”, como sugiere “Vida De Parabrisas”, esté la mejor manera de definir ese sonido oscuro y brillante: vigilar y vigilarse para vivir menos vigilado.

Dormido Cayendo consta de unos cuarenta minutos de, en primer lugar, una bella e indescifrable seguidilla de imágenes potentes, expresivas en clave poética. Se sostiene en un trabajo notable de la sección rítmica (Matías Díaz en batería y Coronel Pali en bajo), atentos al constante cambio de escala y tempos de las guitarras de Juan Fernández y Waldemar Garín, quien también aporta violines indispensables para lograr un sonido distintivo, eminentemente psicodélico aunque no la cosa no sea tan fácil de resumir. El disco comienza con la citada “Vida de parabrisas”, y queda claro que éste no es un simple archivo .mp3 para ir a correr a la plaza con los auriculares puestos. Te caerías, tropezarías con los siempre precisos cambios y abruptas entradas de violín, estructura que se repite en Escena de los ojos y Las voces, que cuentan con pasajes de hermosura clásica y un posible link con Mundo Anfibio, la última gran obra de Lisandro Aristimuño –esto se continúa en “En el sueño” y “Luces del día”, tal vez la mejor performance del misterioso Juanjo Harervack, cantante de voz media, de ésos que hasta pifiando y casi recitando logran su cometido. “Cabalgando el sueño”, esa sensación que alguna vez todos tuvimos en la cama, cuando el mundo afuera de la habitación pareciera complotarse contra nuestras intenciones de descansar.

Grabado en los estudios ION e hijo predilecto del sello Noseso, la Riki entra en el bastión de los defensores de la autogestión, que va ganando en calidad y producción año tras año. En ningún momento el disco peca de pretencioso, ya que a este quinteto lo complejo se le da, al menos en apariencia, de manera bastante natural. Las canciones están llenas de recursos, ruidos, ecos. Es notoria la evolución de la banda desde aquellos míticos tiempos primigenios en el año 2006 cuando lanzaron Tuky Sessions, primer intento lo-fi y de entre casa en forma de LP, que continuaron en 2009 con 95 Problemas y en 2011 -otra vez en año impar- cuando apareció en su Bandcamp Llorando en Corea.

Como dividiendo el disco en tres tramos, los tracks llamados “Intro 1” e “Intro 2” son un interesante experimento de sintes, con un dejo a Kid A y Amnesiac de Radiohead. Se destaca la entrada de la voz de Juanjo entre la selva de ruido al comienzo de Dormido cayendo, que pide que no lo dejen despertar para poder dirigirse a lo más hondo y atractivo de este LP. “Réquiem de paso lento”, donde la furia parece desatarse en toda la banda construyendo un gran tema, y el abrupto final de “En la luz” no hacen más que confirmar lo que a través de todo el disco queda patente: La Riki disfruta el instinto de lo pretensioso, que por lo general desemboca en grandes obras, y desde el fondo del Oeste nos mandan tarea musical para el hogar. Una especie de cubo Rubik de sonidos para armar desarmándolo.//z