Valle de Muñecas editó su último trabajo, El final de las primaveras, en el que realiza un viaje por los recónditos espacios de la angustia, del duelo y de la desolación.

Por Ayelén Cisneros

“Cuando todo es lineal/ y estar triste/ es lo normal/ no me gustan las respuestas que tengo”. “¿Pensaste en mí el día después? / Si el tiempo al fin no va a devolver/ las cosas que dejaste a un lado”. “No hay razón/ para llorar el pasado/ tanta rabia me ha dejado tan cansado/ y no hay forma de saber/ de quién fue toda la culpa”. En una muestra arbitraria pero fiel de las canciones de El final de las primaveras existe un concepto: hay un enunciador que sufre y un enunciatario que probablemente también.

La autopista corre del océano hasta el amanecer, editado en 2011, había puesto la vara muy alta para esta banda. Mariano Manza Esaín y compañía aceptaron el desafío de hacer un trabajo a la altura del predecesor. De esta forma se confirman como brujos con una alquimia que muchos envidian, poseedores de la fórmula para crear una canción que transporte a un lugar que todos alguna vez transitamos y de paso tararear la letra y la melodía por un rato largo.

Existen cuatro temas que pueden considerarse hits de este disco de Valle de Muñecas: “Una hoja en blanco”, “1000 kilómetros”, “La llave de los mejores días” e “Insomnio”. Melodías pegajosas en función del constant concept: la angustia. En “Una hoja en blanco” Manza canta y queda en la cabeza durante horas: “No hay lágrimas/ que se limpien llenando una hoja en blanco. / La rabia nunca se extingue/ y no deja/ un solo puente atrás”. En “La llave de los mejores días” el cantante reza “Las manchas en la pared/las dudas sin resolver/ el vaso a medio llenar/ y el veneno que desborda la misma postal.”

Se aprecia una complejización en las letras, una evolución de Manza como compositor desde su banda mítica en los ’90, Menos que cero, pasando por Flopa Manza Minimal hasta llegar a Valle de Muñecas pero con la constante de enunciador que no abandona la nostalgia. Como Woody Allen o Richard Linklater, que parecen hacer la misma película a lo largo de los años, Manza propone la veta de la profundización del estilo.

No se puede negar que existe una apuesta a la continuidad en relación con los anteriores trabajos de la banda y que probablemente no se corran riesgos. O sí. Se puede repetir la fórmula y no lograr buenos temas. El final de las primaveras es un disco con varias canciones que brillan, y otras que no, que repiten la combinación y no sorprenden.

Cabe preguntarse si un disco tiene que necesariamente sorprender. Algunos críticos ponen a la novedad como el criterio que define si un álbum vale la pena o no. Aquí entonces surge la pregunta: ¿Será el momento para que Manza invoque a las musas de la alegría y el amor correspondido y cambiar el rumbo? Quizás sea tiempo para recordar la frase de “Cantata de puentes amarillos” de Pescado Rabioso: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir/ que todo tiempo por pasado fue mejor/ mañana es mejor”.//∆z