Con motivo del fallecimiento del escritor rosarino, ofrecemos esta entrevista de algunos años atrás e inédita hasta hoy.

Por Miguel Vilche
Ilustración de Diego Parpaglione

El grueso bigote amarillento apenas manchado con vino tinto se mueve sin parar bajo los ojos que delatan el gesto huraño entendible en una mañana de sábado: “Vamos que tengo poco tiempo”, gruñe repitiendo lo dicho por teléfono hace una semana. “Si me levantaba ese día con la pierna correcta, decía que no”, insiste, subrayando sus pocas ganas de recibirme. Por suerte esta situación irá cambiando con el desarrollo de la entrevista pactada en su pequeño y húmedo departamento de Caballito. Por suerte, sus ganas de hablar la transformarán en una reunión cálida acerca de los avatares de la labor literaria. Alberto Laiseca nació en Rosario en 1941 y acaba de morir. Esta pequeña entrevista ya tiene algunos años y permaneció inédita hasta hoy.

Ese día su casa parecía ajena al clima reinante. Afuera había un sol de mediodía casi onírico, pero dentro de las paredes ocres del pequeño monoambiente resultaba imposible dilucidar si estaba despejado o llovía. El espigado escritor apuró una silla resuelto a terminar cuanto antes el menester. Es quizás este contexto el que defina el tema de la primera pregunta, la soledad.

AZ: ¿El escritor debe tener  un acuerdo tácito con la soledad?

AL: Nunca me hicieron esa pregunta. La soledad a mí me da asco. Uno capitaliza la desgracia; todas las cosas malas que le han ocurrido las transforma en literatura. Ahora bien, ¿qué hubiera ocurrido si fuésemos felices? El reino de los cielos y de la tierra al mismo tiempo. Te voy a decir lo que hubiera ocurrido: hubiera escrito obras más felices. No, la soledad no hace falta, es una mierda. Al contrario, es un desgaste enorme. Nunca vas a dar la mayor esplendidez de tu genio estando solo, nunca.

AZ: ¿Se puede ser un buen escritor sin un mínimo de educación formal?

AL: No se puede ser un buen escritor sin muchísima lectura. Vos te tenés que formar. Y por otra parte tenés que aprender los únicos dos grandes secretos del escritor, que son mirar y escuchar a los otros.

AZ: ¿En que se basan sus talleres literarios? ¿Tienen disparadores creativos, metodologías rigurosas?

AL: No, metodologías rigurosas no. Doy ejercicios. No se escribe en mis talleres; que escriban en la casa, a la otra clase se leen y se comentan. Si queda tiempo se leen obras de la literatura universal, Poe, que es mi predilecto. Yo siempre empiezo con “La caída de la Casa Usher”. Se las leo, pero no sólo eso, les hablo de la vida de Poe, porque interesándose en la vida de los grandes artistas también comprendemos mejor su obra. Se dice que el Ulises de Joyce es dificilísimo, yo no lo niego; ahora, si supieran más de la vida de Joyce capaz que lo entendés mejor, te cuesta menos. Porque el autor está ahí: el Ulises es por ejemplo, un tratado sobre la humillación. La obra de Poe era un tratado sobre el miedo a las mujeres: no misoginia, miedo. Miedo a la inteligencia femenina. Y a él le costaba conseguir mujeres.

Laiseca ya no se muestra tan apresurado, se relaja ante cada palabra y cada sorbo de vino tinto a temperatura ambiente. Una de sus gatas, la que camina desvergonzadamente arriba del repleto escritorio, interrumpe golpeando el vaso de vino que se tambalea pero no termina de caer gracias a la pericia del escritor. “A esta le perdono todo, a la otra no tanto”, confiesa casi paternalmente. El felino esquiva una botella de cerveza fría y da un habilidoso salto hacia la cama todavía deshecha. Los libros que pueblan cada rincón están encuadernados de la misma forma, el mismo papel, del mismo color, a tono con la solemnidad del ambiente. Todo es frío, callado, en cámara lenta.

AZ: Barthes decía que leer a los grandes clásicos era un buen ejercicio didáctico.

AL: Por supuesto. E incluso hay que leer mucha literatura clase B. Pero ¿Qué es clase B en serio? Hay novelas malas escritas comercialmente, de la década del ’50 o ’40, policiales, realmente malas, y no estoy hablando de Agatha Christie, no, hablo de novelas malas, que eran de escritores muy buenos, pero que eran a sueldo, escribían para poder pagar la luz, y están llenas de genialidades. Esos tipos con su literatura clase B o J son los que me dieron libertad, me enseñaron que se podía delirar.

AZ: Justamente, una vez leí que usted hablaba de “realismo delirante”. ¿A qué se refería con esto? ¿Cómo se podría definir?

AL: Todas mis obras son realistas en verdad, cosa que nadie podría creer. Son realistas pero con delirio. Decía Oscar Wilde “me han acusado en mi nueva novela (El retrato de Dorian Grey) de haber sido demasiado paradojal. Lo admito, pero hay que tener en cuenta que a veces a la realidad hay que verla en la cuerda floja”. Yo te podría decir lo mismo, soy realista, pero todo bajo la cuerda floja del delirio, no patológico, sino creador. Por otra parte este delirio me sirve a para tener una gran libertad.

AZ: Usted es muy estudioso también para ser realista.

AL: ¡Ah, claro! Me alegro que te hayas dado cuenta, sí, soy muy estudioso. Ciertamente. Sobre todo para mis novelas históricas, que las tengo. Lo que he estudiado de China y el Antiguo Egipto es joda. Para escribir La hija de Keops leí libros indigestos, que solamente un estudiante de egiptología o Laiseca son capaces de leer.

AZ: Es un buen consejo para un novel escritor, ser estudioso.

AL: ¡Y claro que sí! Por ejemplo, en Los Sorias hay batallas, muchísimas; ¿sabe cuántos libros de la Biblioteca del Oficial me leí yo? Aparte de leerme De la guerra, de Clausewitz. La guerra es la guerra, es un arte y una ciencia.

De repente Laiseca vuelve a ser el viejo Laiseca, tosco, observador y atareado en sus propias sensaciones. Me está echando sutilmente, con elegancia y sinceridad de autor. Me resisto y lo fuerzo a entregarme un par de definiciones más, todas necesarias para cerrar un círculo imaginario.

AZ: ¿Qué defecto encuentra en el nihilismo de esta profesión?

AL: No estás agregando nada nuevo en el universo, te estás rindiendo. El universo no espera de vos la rendición, espera de vos el combate. Hasta el enemigo espera de vos el combate, si te derrotara fácilmente se sentiría muy frustrado; no lo frustremos para que su vida tenga una suerte de sentido.

AZ: ¿La sabiduría es inversamente proporcional a la felicidad?

AL: Yo no me atrevería a decir tanto, porque eso también es un poco nihilista. Lo que si te sé decir es que da la impresión que la sabiduría no te ayuda demasiado a conseguir la felicidad pero, yo que he sido no sabio muchos años, me ha ido peor, y ahora que sí tengo algo de sabiduría, no es buena, pero es mejor que antes.//z