Una selección de libros con la música como eje principal.
Por Pablo Díaz Marenghi
Días Distintos, la fabulosa trilogía de fin de siglo de Andrés Calamaro, de Walter Lezcano (Gourmet Musical)
“Yo no hice una obra. Hice una experiencia” la frase es de Osvaldo Lamborghini pero bien podría ser de Andrés Calamaro. Aparece citada en Días Distintos (Gourmet Musical) en donde Walter Lezcano (1979, periodista, docente, escritor) traza un paralelismo entre la descomposición personal que sufrió Andrés Calamaro en pos de la creación artística durante su “trilogía de fin de siglo” (Alta Suciedad, Honestidad brutal y El Salmón) y la descomposición que atravesó la argentina desde el Menemato hasta el estallido de 2001. Su voz está, por momentos, invisibilizada en función del relato. Otra veces cobra protagonismo al elaborar tesis que recurren a la sociología, la historia y la literatura.
Los tres discos que “El Salmón” lanzó entre 1997 y 2000 son los ejes temáticos de este libro. En el apartado sobre Honestidad Brutal, Lezcano desnuda su tesis principal sobre este periodo de la obra de Andrés: “utilizó los diversos estadios por los que se atraviesan luego de una ruptura amorosa inolvidable (desesperación, despecho, frustración, agonía, locura, fiesta, melancolía, superación, entre otros estados) como pista de despegue para profundizar en los males paradigmáticos y comunes a cualquiera en tiempos de descomposición nacional, en todos los niveles y estratos sociales”. Luego de haber grabado Alta Suciedad en EEUU con un verdadero dreamteam de sesionistas, Calamaro se recluyó entre cuatro paredes con amigos a grabar en sesiones maratónicas teniendo a la música y a las drogas como único combustible. Tal como dirá Lezcano sobre El Salmón: “una exuberancia infernal que no cerraba sus intenciones en una sola dirección y apostaba a la complejidad, al desborde”.
Aparecen citas literarias (Borges, Aira, el Ulises de Joyce) y hay un notable rigor documental, uso de material de archivo, entrevistas, reseñas y diálogos exclusivos del autor con periodistas (Bellas, Schanton, Kleinman, Martín Pérez, Plotkin) y músicos que trabajaron con El Salmón (Gringui Herrera, Cuino Scornik, Guido Nisenson). También hay un cameo estelar del Indio Solari contando su relación particular y extraña con Calamaro.
El análisis histórico quizás sea el punto más endeble, al equiparar la catarsis personal de un artista con la eclosión de un país. El contexto afectó a Calamaro de manera indefectible pero podría deducirse que esto fue, más bien, un efecto rebote cristalizado en temas como “Clonazepán y circo” desde la literalidad de la lírica y en el uso de aparatos pre-profesionales en una ligazón clara con el contexto epocal de crisis (lo que, según Lezcano, fue un vaticinio del retro-rock pre Strokes, una tesis válida, a la vez que arriesgada y discutible). El repliegue, el encierro del autor, su recorrido politóxico hasta lo más profundo de su ser buscando la esencia más radical de la canción difícilmente haya tenido conciencia plena de lo que ocurría a su alrededor (algo que Calamaro admite en más de una entrevista). Algunas relaciones son, tal vez, más palpables, como el vínculo entre Alta Suciedad y la “corrupción institucionalizada” de los noventa. Lezcano profundiza e intenta ver más allá de cada una de estas reverberaciones.
El amor: todo nace a partir de un encuentro amoroso (la relación entre Lezcano y Calamaro, su primer encuentro con su pareja, Patri; este libro) y así se debe leer este trabajo: como una declaración de amor periodística, literaria y melómana hacia un artista popular. El fuerte de este ensayo radica en intentar ir más allá de lo declamativo de una canción e indagar sobre la materialidad del sentido de una obra. Interrogarse acerca de cómo un contexto siempre, por acción u omisión, termina afectando a la gestación de una obra artística. Entre sus páginas, flota en el aire una bella definición de “lo calamaresco” digna de exportación: “instrumentación, clásica, notas simples, letras ingeniosas que giran alrededor del amor y sus trampas y miserias, pero también está la lucidez necesaria como para tomárselo en serio y hacer del pop un engranaje de sagacidad y encanto”.
Ramones en Argentina, de Gerardo Barberán Aquino (Gourmet Musical)
“Cuatro camperas de cuero aferradas al escenario”. Así define Hugo Irisarri (cantante de la banda punk argentina Doble Fuerza) a Los Ramones. O, al menos, su percepción de aquel torbellino punk que presenció en la noche del 4 de febrero de 1987 en el estadio Obras Sanitarias. El primer show de los oriundos de Queens en el país y el comienzo de un romance único e irrefrenable. El periodista Gerardo Barberán Aquino (1983) se encarga de reconstruir esta historia paso a paso, recurriendo a entrevistas con muchos testigos y protagonistas de la seguidilla de shows que dio la banda hasta su despedida épica, el 16 de marzo de 1996 en el estadio de River Plate, sellando a fuego su amor con la Argentina para siempre. Lo que vivieron Joey, Johnny, Dee Dee, Marky y CJ en suelo argento no lo obtuvieron en ninguna otra parte del mundo. Ni siquiera en su propio país. Este libro es prueba de ello.
Su llegada al país fue en un contexto de explosión de la contracultura porteña, en plena “Primavera Democrática”. Se dice que hasta el propio Luca Prodan, meses antes de su muerte, estuvo en el show, al igual que cientos personalidades del under del momento. Andy Cherniavsky estuvo sacando fotos y la avalancha de escupitajos del público la alejaron de la fotografía de recitales. En el libro se cuenta como Ciro Pertusi (Attaque 77) se sorprendió por el profesionalismo de la banda a pesar de su punkitud. Los Ramones, cuenta Barberán Aquino, eran todo lo contrario a las bandas punks de aquella época. Aquel show, al que asistieron todos, fue clave para toda una nueva oleada de bandas punk nacionales que el autor describe como “amor, excesos y procrastinación” y cuya punta de lanza fue el compilado Invasión 88. De hecho, la banda incluiría siempre a bandas locales de teloneras, algo que fue fundamental para apuntalar la escena punk nacional.
En 1991, con otra formación que incluía a Marky en los parches y a CJ en el bajo (reemplazo de Dee Dee quien se alejó por sus interminables problemas con las drogas) los Ramones volverían y comenzaría la catarata de shows. El punk gozaba ya de cierta masividad debido, en parte, a El cielo puede esperar (1990) de Attaque. El libro alterna anécdotas, testimonios y datos de cada uno de ellos. Allí empezó el romance fiel entre Joey Ramone, el encantador y tierno cantante de los Ramones, y el programa radial La Heavy Rock and Pop conducido por Norberto “Ruso” Verea. Allí Joey musicalizaba, charlaba hasta altas horas de la madrugada con el equipo y hasta celebró su cumpleaños. Se narran, también, diversas crisis en torno a Dee Dee y sus conflictivos acercamientos a la banda. Obras, cuenta el autor, se consolidó como el recinto por excelencia donde se podía disfrutar de los shows.
Las anécdotas emergen a montones: Joey cantando con estructuras metálicas que lo ayudaban a mantenerse en pie, víctima de una enfermedad que fue atrofiando su cuerpo, Dee Dee reencontrándose con sus amigos sobre el final de la banda, la locura por el canje de entradas por tapitas de Coca Cola en la calle Florida, la relación con los Die Toten Hosen e Iggy Pop y Marky registrando toda la gira con su cámara en mano, lo que decantaría luego en el documental Ramones Raw.
El último concierto, en el estadio River Plate (1996), sería la antesala del adiós definitivo de la banda. Ramones en Argentina es un trabajo periodístico riguroso (todas las voces que deben estar, están) que se lee como el diario de una pasión desbordante y se mantiene fiel hasta el día de hoy , más allá del bien y del punk.
Componer las palabras, de Pablo Gianera (Gourmet Musical)
En este ensayo breve, pero no por ello menos contundente, Pablo Gianera (1971) analiza la relación entre música y poesía, lenguaje y sonido. El ensayista, crítico, traductor y docente cita a Pierre Boulez en el prólogo y describe esto como una aleación más que alianza; ambos elementos se combinan para originar algo nuevo. Una amalgama precisa entre diferentes materialidades: sonora y verbal. Afirma, sobre su proceso de escritura e investigación: “sin darme cuenta, como el bilingüe que cambia de idioma, pasaba insensiblemente de una materialidad a otra: oía los poemas, las partituras parecían hablarme”. Su escritura es clara aunque, por momentos, excesivamente académica. Requiere de una lectura atenta. No es apto para una lectura volatil y propia de estos tiempos.
El primer ensayo analiza la vinculación entre música y palabra, cómo esta relación fue mutando, sobre todo en el pasaje del siglo XVIII al XIX. Emerge Beethoven como objeto de análisis particular y el Romanticismo como movimiento influyente. Se profundiza, sobre todo, en el proceso compositivo, diferente para el lenguaje musical y poético. “La huida del sentido” es de los textos más interesante al entrecruzar una tesis de Jean Jacques Rosseau sobre la materialidad de la poesía y el canto con el Dadaísmo. En “Una lengua más pura y más oscura”, a partir de una cita del compositor, teórico musical y pintor austríaco Arnold Schönberg, analiza un dilema eterno en torno a la música: si es absolutamente necesario la comprensión cabal tanto de la lírica como del sonido o si,más bien, funcionan como una totalidad que se retroalimenta. ¿El todo es más que la suma de las partes? Por intermedio de una nutrida cantidad de citas, el autor intenta dilucidar este dilema. Gianera deja en claro un punto: “la poesía es poesía solo en la medida en que la palabra mantenga su unidad sonora”.
“Para voz sola” hace foco en un fragmento del Ulises de James Joyce que puede leerse con una elevada musicalidad. “Una boda consumada” analiza la relación peculiar entre la música y el escritor austríaco Franz Kafka. “Soñadores soñados”, otro de los textos más logrados, analiza la musicalidad en la obra de Samuel Beckett y de Thomas Bernhard, un experto en trabajar lo musical en su prosa. Dirá Gianera de la escritura de Bernhard: “tiene la forma de una voluta, con la salvedad de que esa voluta no desempeña una función ornamental sino que determina, sin más, la estructura misma de la narración, su construcción retórica. En sus narraciones, definidas por esta proliferación obsesiva de ciertas frases recurrentes, hay siempre más de lo que se necesita. Lo que resta, la zona inasimilable por las peripecias –es decir casi todo– constituye propiamente la literatura, el estilo”.
El también autor de los ensayos Formas frágiles (Debate) y La música en el grupo Sur (Eterna Cadencia) afirmó, en diálogo con Infobae, que el objetivo del libro “es observar de qué manera la palabra en su materialidad puramente fonética puede ser tratada como un material de composición de la misma manera que una nota musical”. Sin dudas, dicha premisa está cumplida.
Lou Reed: una vida, de Anthony DeCurtis (Planeta)
A Anthony DeCurtis (1951) no le fue fácil escribir este libro. Por su fanatismo con la obra de Lou Reed (1942-2013) y The Velvet Underground y la relación personal que habían entablado luego de innumerables entrevistas. Después de la muerte de Reed, ocurrida en 2013, se terminó de decidir a finiquitar la biografía definitiva de uno de los músicos de rock más influyentes, figura de culto durante mucho tiempo y reivindicado de forma tardía. Un poeta popular que supo darle voz a los marginados, experimentar dentro del rock de guitarras urbano, contaminarse vanguardia e influenciar a una infinidad de géneros y estilos. En sus casi quinientas páginas, DeCurtis logra pintar un fresco de la vida del artista con sus luces y sombras.
Nacido como Lewis Allen Reed, su primer gran interés fue la literatura (se graduó de Licenciado en Literatura Inglesa con honores en 1964 de la Universidad de Syracuse). En parte por eso respetaba mucho a DeCurtis, Doctor en Literatura Estadounidense y académico de carrera. El biógrafo recurre a procedimientos tradicionales, como entrevistas y material de archivo, para reconstruir hasta el menor ápice de la existencia de Reed, dejando resquicios para la emoción o el asombro. Desde su despertar más primario por la música y la lectura en la escuela secundaria pasando por el encuentro, cual choque de cometas, con el vanguardista John Cale, el origen de The Velvet Underground y los tiempos de The Factory con Andy Warhol, su irregular carrera solista, sus amores, sus excesos y sus últimos días. Todo esto acompañado por una notable traducción y edición que recurre a notas al pie de página para aclarar algunos neologismos norteamericanos o yidisques.
Respecto al peso de su figura, DeCurtis afirma: “Más allá de Bob Dylan, Los Beatles y James Brown, nadie ejerció una influencia tan grande en la música popular como él”. Es interesante, también, el paralelismo que trasa entre su visión infantil de su ciudad natal y la que forjaría en su carrera musical (“Como compositor, terminaría por exaltar las alquitranadas calles de Nueva York, pero como niño las encontraba anodinas, tanto aterradoras como vacías”). Aparece, por supuesto, el tema de la homosexualidad, a la cual se aproximaría, también, a partir de la literatura primero y luego dándole rienda suelta a sus ansias por experimentar más allá de cualquier presidio heteronormativo que pudiera sojuzgarlo: “Allen Ginsberg, William Burroughs, Hubert Selby Jr., Gore Vidal y John Rechy, entre muchos otros escritores, empezaron a explorar temas homosexuales en sus novelas y el amor que no se atrevían a confesar empezó a encontrar su voz. Aunque se los considerara controversiales, estos escritores también eran alabados por sus muy directas críticas, y el hecho de que su trabajo fuera considerado alarmante, solo incrementaba el influjo que ejercían sobre la generación de proliferantes rebeldes entre los que se encontraba Lou Reed”. Estos personajes, primero leídos y luego frecuentados por Reed, poblarían sus canciones: “Estafadores, travestis,prostitución de hombres, de mujeres y adictos poblaban el reino subterráneo que hacía que los Estados Unidos de Eisenhower, con sus suburbios acicalados, pasaran enteramente inadvertidos o fueran inexistentes. Que el reino del traqueteo gay existiera, por necesidad, en ambientes criminales (…) solo hacía de esto algo más seductor y subversivo. Tal mundo debe haberles favorecido una imaginativa creación, tanto como podía ser la del bosque de Arden de Shakespeare, a muchos de los jóvenes literarios rebeldes por los pagos de Nueva York o Los Ángeles. Para Reed la ciudad de noche tenía la misma carga”.
Los comienzos de Reed en la música son narrados con minuciosidad, desde su trabajo como compositor en el pequeño sello PickWick, su enamoramiento del doo-woop, el rythmn & blues y el rock and roll, su llegada a The Factory y sus chispazos con Warhol y Nico. Es interesante como relata la simbiosis perfecta que se generaría entre John Cale, su compañero de aventuras en The Velvet, y Reed. Así lo explica: “El ampuloso deseo de Reed era el de combinar ambiciones literarias de escritores como Allen Ginsberg y Hubert Selby con la energía y valor inmediato del rock and roll. Cale quería moverse más allá del insular mundo de vanguardia y ver cuál podía ser el posible impacto sus ideas de avanzada sobre audiencias de mayor escala. Ambos se habían encontrado en el lugar y tiempo exactos”. El delirio, el desparpajo y el interés por los márgenes lo acompañó durante toda la vida, así como su deseo por provar cosas nuevas y ser auténtico. Así lo describía su amigo y compañero de primeras bandas Richard Sigal: “Lou era un experimentador. Experimentaba con su vida sexual, drogas y alcohol. Experimentaba con su música. Había una trama que envolvía y amontonaba todas estas cosas, lo hacía una persona única”.
Esta biografía monumental se vuelve un cúmulo de información y anécdotas ineludible para el melómano promedio. Se acumulan diverso trazos de una juventud de drogas, alucinaciones, sexualidad sin tapujos y electroshock. Experimentaciones varias y noches calientes en sótanos húmedos. Con cameos de lujo como Bob Dylan, Jonas Mekas, David Bowie o Paul Morrissey, se convierte un paseo con un guía de lujo a través de la historia de lo mejor de la historia de la contracultura norteamericana y occidental y un recorrido pormenorizado por la obra de Reed, con sus altibajos y sus desaciertos, al mismo tiempo que se vuelve evidente el ninguneo por parte de la prensa que sufrió durante varios años.
Hay momentos en donde la emotividad desborda, como cuando DeCurtis cuenta la génesis del homenaje que deciden hacerle Reed y Cale a su amigo Andy Warhol luego de su muerte (que decantaría en el disco Songs for Drella) o el relato desgarrador y emotivo de Laurie Anderson, su último gran amor, sobre los minutos finales de su vida.
Como afirma en las últimas páginas, el principal legado de Lou Reed fue: “sentar el ejemplo en personas que, como dice la canción, «do the things that they want to» («hacen lo que quieren hacer»), sin importar la opinión de nadie”.
Serú Girán, la historia, de Walter Domínguez (Planeta)
Era necesario que alguien se tomara el trabajo de ordenar, sistematizar y narrar la historia de una de las bandas más importantes de la historia del rock argentino. Domínguez, editor de espectáculos del Diario Clarín y también músico, fan fervoroso de la banda, cuenta en este libro la historia de “los beatles argentinos” que no necesitan presentación: Charly García, David Lebón, Oscar Moro y Pedro Aznar. Semejante choque de planetas que generó cinco discos de estudio y una batería de hits que se inscribieron con tinta indeleble en el cancionero del inconsciente colectivo nacional.
A cuarenta años de su disco debut, el autor cuenta en orden cronológico la génesis del grupo y analiza sus discos de manera minuciosa, tema por tema. Sin dejar que el fanatismo del autor obture la mirada crítica, analiza cada tema de cada disco. Por momentos, la profundización se vuelve un poco liviana y podría ser aún mayor, respecto a la sonoridad desarrollada por Serú Girán (amplísima, con tintes de jazz rock, tropicalismo brasileño, música avant garde y rock sinfónico). En un lenguaje ameno y contundente, es una buena puerta de entrada al grupo aunque, tal vez, el fanático de la primera hora no se encontrará con perlas o datos poco conocidos. Estos aportes recaen en los testimonios de músicos fanáticos que los vieron en vivo, que tuvieron contacto con el grupo o que trabajaron con ellos. Se intercalan las voces de Hilda Lizarazu, Juanse, Iván Noble, Fabían “Zorrito” Von Quintiero, Palo Pandolfo y su manager, Daniel Grinbank, entre otros.
El testimonio que aporta un mayor caudal de anécdotas es el de Héctor Starc, guitarrista de bandas insignia del rock argentino (Tantor, Aquelarre, Billy Bond y la Pesada) que fue sonidista del grupo durante muchos años. Cuenta como él intercedió para facilitar el encuentro entre Pedro Aznar y Pat Metheny, como fue testigo privilegiado de la gestación de “Cinema Verite”, de García, y narra sus peripecias con los equipos de sonido en los diferentes shows de la banda (en el primero, relata, solicitó ayuda de Machi Rufino, bajista de Pappo´s Blues e Invisible). Analiza, con lucides, el estilo compositivo de García y Lebón: mientras el primero estaba más atento al afuera, a lo que vivía, y luego con eso componía, el segundo era, más bien, introspectivo, místico, atento a su interior.
Otro aspecto interesante del libro es la reivindicación de Oscar Moro. El famoso baterista “que tocó con todos” en el rock argentino (desde los primeros Gatos, pasando por La Pesada, La Máquina de Hacer Pájaros, Color Humano, Serú y Riff) y que solía quedar relegado a un segundo plano con semejantes pesos pesados que lo acompañaban, era un puntal impotante desde lo rítmico y desde lo anímico. Sostiene Domínguez: “Tampoco es posible imaginar la música de Serú Girán sin los tambores, el ritmo y el golpe de Oscar Moro. No se puede. La versatilidad de Moro —a quien aún hoy algunos suponen solamente como un baterista de rock duro— es parte de la naturaleza del grupo. Esa facilidad para ir de la batucada al ritmo furioso o sincopado de las composiciones de la banda no era para cualquiera. Se sabe que el bajo y la batería forman la base de una agrupación. En Serú, con el bajo de Pedro muchísimas veces tocando melodías a la par de García y Lebón, la base —sólida— la constituía la batería de Moro. A partir de allí, de su toque, de su sostén rítmico, empezaba a edificarse la música del cuarteto”.
De lectura ágil, Serú Girán, la historia funciona como un compendio de anécdotas (la fallida vuelta en el 92, el episodio con la periodista cordobesa apodada “Peperina”) muchas ya ampliamente conocidas y otras no tanto, pero, sobre todo, es válido leerlo casi como un manual. Una introducción necesaria, prolija y contundente a la historia del más relevante supergrupo del rock vernáculo. El lector más curioso irá, velozmente, en busca de más información o de videos en YouTube de aquellos conciertos a los cuales Domínguez asistió a casi todos y, la mayoría de entrevistados y testigos coincide, aunaron una potencia única. Una singularidad única e irrepetible.