De corte biográfico, poético o testimonial, todos atravesados de alguna u otra manera por la política, repasamos algunos trabajos de no ficción estrenados en el último tiempo.

Por Pablo Díaz Marenghi

Zurita, Verás no ver (2018), de Alejandra Carmona Cannobbio         

“Pegado a las rocas, el mar y las montañas”. Luego de ver Zurita, Verás no ver (2018), el documental de Alejandra Carmona Cannobbio, esa frase, que se repite en loop como un mantra, resuena junto con imágenes del poeta chileno oriundo de Santigo en diferentes escenarios naturales que se resaltan mediante el uso del lente gran angular: acantilados y la marea rompiendo en la costa chilena; imágenes que se funden a la par de los versos del autor de Purgatorio (1979). En este peculiar retrato, suerte de crónica audiovisual proyectado en el último BAFICI, la autora pinta un fresco en torno a la vida de una de las plumas más emotivas, contestatarias y revulsivas de la literatura trasandina. Aquí se combina lo absurdo con el horror, la fragilidad física (“¿qué hago con el parkinson?”, se pregunta) y las huellas de la dictadura militar, que lo tomó preso en 1973 y lo sometió a torturas. Dicha experiencia lo marcaría para siempre y le daría inspiración para las acciones que realizaría con el grupo de arte experimental CADA (Colectivo de Acciones de Arte). Allí ocuparía el espacio público, se echaría ácido en los ojos y crearía poemas para leerse desde el cielo.

Se intercalan imágenes del escritor reflexionando sobre la represión militar, la muerte y los animales con tomas de lobos marinos y aves autóctonas de Valparaíso. “Es fuerte la sensación de que puedes morir a patadas”, afirma sobre la represión. También se deja entrever su pasíón por la música. Se repiten sonidos acuáticos, como metáforas de los cientos de cuerpos de asesinados y desaparecidos por la dictadura genocida Augusto Pinochet arrojados al mar. Algunos de estos cadáveres se muestran en escena. El documental es una reflexión casi permanente en torno a la mente de un artista, la memoria, el pesar del cuerpo y la naturaleza. En su discurso se exuda poesía. En un momento, dice: “La poesía fue mi forma de convivir y tratar de contar. No sé si realmente el arte y la poesía estuvieron a la altura de lo que estaba sucediendo. A veces lo dudo (…) Solamente a través de la herida sale el arte. Pero uno no puede buscar el sufrimiento”.


Cortázar y Antín: Cartas Iluminadas (2018), de Cinthia V. Rajschmir  

“El cine era una manera maravillosa de plagiar a un escritor sin cometer delitos”, afirma Manuel Antín, uno de los cineastas argentinos más prestigiosos. Su obra marcó una época y se convirtió en un hito de la década del sesenta, etapa que analizó con creces el crítico, coleccionista e investigador Fernando Martín Peña en su libro Generación 60/90. Tres de sus filmes adaptaron la obra de Julio Cortázar a la pantalla grande. En el documental Cartas Iluminadas, estrenado en el BAFICI 2019, se explora este vínculo que fue, en gran medida, epistolar. El café London, el jazz, el cine arte, la nouvelle vague se intercalan con storyboards y anécdotas de Antín, quien a sus noventa y tres años se muestra impecable. Afirma que fue el primer lector de Rayuela y que envidiaba el talento del narrador nacido en Bruselas.

“La literatura creaba el estilo de las películas”, dice el director, quien recuerda la censura sufrida con Circe y la filmación ardua y épica de Intimidad de los parques en las ruinas de Machu Picchu, en Cusco. “El espectador es el que arma el rompecabezas que le propone el director y el autor de la película”, sostiene Antín, que da muestras de una profusa capacidad intelectual y analítica. También hablan las actrices más prestigiosas de sus filmes. Graciela Borges relee una de las cartas de Cortázar en donde la elogia y se conmueve. Afirma: “Hay directores que te filman con una cámara que te aman. Manuel era uno de ellos”. Dora Baret se emociona hasta las lágrimas al recordar el difícil rodaje de Intimidad…, una película que la marcó para siempre. El documental funciona para aproximarse a la obra de dos enormes artistas argentinos pero también para explorar una relación de amistad entrañable y conmovedora. Prueba de ello es que Antín tiene colgado en un cuadro el último párrafo que le llegó por carta de Cortázar. De allí emerge una frase contundente: “la velocidad de las balas”.


Entre gatos universalmente pardos (2018), de Damián Finvarb y Ariel Borenstein

Si uno busca “Salvador Benesdra” en google encontrará en los primeros resultados: una entrada de Wikipedia, artículos periodísticos (Infobae, Revista Anfibia, Anred, Perfil), una entrada del blog de la libreria/editorial Eterna Cadencia. Rápidamente se anoticiará de que se trata de un escritor. Aparecen relacionados otros escritores como Bolaño, Edgar Allan Poe y también John Kennedy Toole. Hay una ligazón entre Benesdra y este último: los dos se suicidaron sumidos en una profunda depresión y enmarcados dentro de la figura del “genio incomprendido” que no goza del merecido reconocimiento.

Benesdra, quien supo ser periodista de Página 12 a fines de los ochenta y comienzos de los noventa, era un erudito. Hablaba siete idiomas y se recibió de psicólogo en tres años. También sufría de brotes psicóticos en los que deliraba y alucinaba. En el documental de la dupla Finbarv – Borenstein se lo retrata a partir del testimonio de sus compañeros de redacción, amigos y su novia y compañera, Mirta Fabre. Allí desfilan nombres como los de Elvio Gandolfo, Ernesto Tenenbaum y Rubén Levenberg, entre otros. Se rescata su faceta de delegado sindical del diario y las contradicciones que sentía: marxista de pura cepa, se dedicaba a reclamarle a la patronal por salarios adeudados. A la patronal del diario “progre”. Todo ese caldo de cultivo estalló en El Traductor, su obra magna, novelón de más de quinientas páginas que supo ser finalista del Premio Planeta de Novela y que desfiló por varias editoriales pero nunca pudo publicarse hasta después de su muerte, en 1996. El documental muestra las cartas de rechazo que le enviaron diversas editoriales, alentándolo a seguir intentando. También se muestra su reclusión voluntaria en Arachania, Uruguay, donde se aislaba para escribir.

El documental funciona como un retrato válido de una mente atormentada. Un testimonio desgarrador de la fragilidad de una mente enferma que necesitó ayuda y de muchas personas que aún hoy se muestran desoladas por su pérdida y por un sentimiento imposible de eludir: su aporte no fue suficiente, algo podrían haber hecho para evitar su trágico final.


Cielo, de Alison McAlpine (2018)

“Cielo es una invitación a bajar un cambio, reflexionar y redescubrir nuestro mundo”, comenta la directora, Alison McAlpine, en el sitio web del filme. Este documental de una hora y veinte minutos de duración explora las diferentes aristas de los cielos chilenos. Más precisamente, del desierto de Atacama. El cielo funciona tanto como deidad milenaria, narrado desde la perspectiva de los pueblos originarios, como objeto de estudio astronómico. Imágenes del cosmos y de las estrellas se combinan con cóndores levantando vuelo y picos de montaña. Testimonios de pobladores rurales del desierto se intercalan con científicos que trabajan en observatorios internacionales. A todos los une la fascinación por contemplar el más allá que se ubica por encima de sus cabezas. De este modo, la realizadora construye un relato coral en donde su rol como directora está presente pero atenuado, invisibilizado. Son las voces y las imágenes las que entretejen los hilos del relato, con el agregado de una banda sonora onírica y de inmersión. También allí se ubica una mirada extranjera, ya que McAlpine es canadiense y relata desde esa fascinación por los fragmentos de un paisaje foráneo. Más allá del tono científico o testimonial que aborda por momentos el documental, la esencia de este relato radica en generar una serie de imágenes poéticas, emocionales y sensibles. Es, ante todo, un ejercicio de la mirada. Un llamado de atención a aquella inmensidad que cobija al ser humano y que, muchas veces, pasa desapercibida para el alienado ojo cotidiano.

https://www.youtube.com/watch?v=3962T4ZZyUI


Femicidio. Un caso, múltiples luchas, de Mara Ávila (2019)

A los veinticinco años, Mara Ávila, estudiante de la Licenciatura en Comunicación (UBA), perdió a su mamá. El año: 2005. Su principal sostén le fue arrebatado de la peor manera: la pareja de su madre de aquel entonces, Luis Narcisi, la asesinó a puñaladas en lo que la prensa canalla y amarillista bautizó como “crimen pasional”. Luego de transitar un dolor insoportable que implicó llanto, dudas y silencio, Ávila canalizó todo aquello de algún modo. Tomó dicho suceso de su vida personal desde una óptica social y a través del lenguaje documental. Terminó convirtiéndose en su tesina de grado, con la cual se recibió, y en 2019 se estrenó en salas comerciales. Asi nació Femicidio. Un caso, múltiples luchas, documental híbrido que funciona no solo como retrato de un episodio trágico sino como un prisma a través del cual observar muchas cosas: el duelo, la sororidad, la lucha feminista y la violencia de género más descarnada.

El filme contó con el trabajo de Melina Terribili, Marisa Montes y Lucho Corti en fotografía, montaje y sonido respectivamente. Es un acto de justicia a la vez que un manifiesto político. Estrenado el mismo año que Que sea ley (documental de Juan Solanas que retrata la campaña por el aborto legal de 2018) es, también, producto de una época. Su procedimiento narrativo remite a lo hecho por realizadores como Albertina Carri (Los Rubios) o Nicolás Prividera (M), quienes también exploraron la pérdida de sus padres desde una óptica revulsiva que le escapa al lugar común (en su caso, son hijos de desaparecidos durante la última Dictadura Cívico-Militar). Aquí Mara toma la voz narradora (en off, y de manera directa a la cámara): cuenta, relata y actúa. Se la ve realizando movimientos de expresión corporal y danza contemporánea que van a la par de su propio descubrimiento y búsqueda personal en torno al duelo. También camina a través de una marea de mujeres en una de las tantas manifestaciones en torno al movimiento #NiUnaMenos y al Encuentro Nacional de Mujeres, sendas muestras del crecimiento exponencial de los movimientos feministas en los últimos tiempos. Ávila habla con amigos/as, familiares y militantes. Todo en función de hacer justicia por el femicidio de su mamá. La directora desempeña un triple rol: narradora, realizadora y familiar de una víctima. Mientras que delinea una biografía de su mamá (profesora de inglés muy querida) indaga sobre su propio dolor, intransferible e incomunicable en su totalidad. Mientras cita fragmentos del libro Diario de duelo : 26 de octubre de 1977-15 de septiembre de 1979, de Roland Barthes, Ávila da el ejemplo de cómo a través de una vivencia personal es posible narrar no sólo un hecho social sino, también, un sentir de época cuya brújula apunta hacia la justicia y la igualdad. //∆z