Presentamos la segunda parte de una selección subjetiva (y por lo tanto, arbitraria) de los mejores temas del Salmón, realizada por la redacción de ArteZeta, y que incluye -además de los solistas- canciones compuestas para Los abuelos de la nada y Los Rodríguez.
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10. “Costumbres argentinas” – Los Abuelos en el Ópera (compuesto para Los abuelos de la nada, 1985)
En las postrimerías de Los Abuelos de la Nada, Andrés daría a conocer a una de sus gemas en vivo. El segundo estreno en esos Óperas de junio del ’85 connotaba un empezar de nuevo: esa diatriba constante del Cantante. Una carta para jugar el juego, un anzuelo guardado y la vida como una calle a cambiar con el continuum de los pasos. Versos que reflejaban parciales derrotas, la espera perseverante, los corazones en problemas y la puta negativa de los amores no correspondidos. Una canción emblemática del rock nacional que curiosamente eludió a los estudios de grabación. Walter Sosa
9. “Media Verónica” – Alta suciedad (1997)
Primero, una digresión necesaria: la media verónica del título alude a un movimiento propio del torero, no a una chica que fue alcanzada por una sierra eléctrica en manos de algún demente. Aunque bien, la historia es tan dolorosa como aquello, o como el embate de un toro: Verónica y su juventud, su poca maldad, su risa que rompe lanzas y sus ganas de vivir “una vida diferente cada día”. (Hecho ese extracto, podría revelársenos una Ruby Tuesday a la criolla). Pero también, perturba la atroz realidad: la vida es corta, la espera es larga y la risa, esporádica. Ahí es donde recuerda a otra preciosa dama azul calamaresca, Lorena, aquella que “es buena cuando quiere pero, ay, cuesta mucho verla sonreír”. Nuestra verónica-mitad firma con su propia sangre que “la vida es una cárcel con las puertas abiertas” y el dolor traspasa la voz de un AC que despliega los acordes de piano más afligidos de su carrera: la armonía de la desolación total. Se aconseja, más allá de la soberbia versión original, la toma “salmónica” del monumental box-set Obras incompletas: áspera y casera, menos perfecta que la de Alta suciedad. Santiago Segura
8. “Loco” – Alta suciedad (1997)
En 1994, durante el cierre del festival que celebraba los 112 años de la Ciudad de la Plata en la Plaza Moreno, Andrés Calamaro dijo: “Me estoy sintiendo tan a gusto que me fumaría un porrito”. Acto seguido, fue procesado por “apología del delito”. Más de diez años después resultaría absuelto. En el medio, la frase volvería en forma de canción. “Loco”, track cuatro de Alta suciedad (1997) inicia con un verso que recuerda a este episodio y remata con reflexiones existencialistas (“Yo soy un loco/ que se dio cuenta/ que el tiempo es muy poco”). Su predilección por el cannabis, manifestada de forma sutil en “Aquí no podemos hacerlo”, se hace explícita en esta pieza que comienza con un saxo muy calamaresco y prosigue con guitarras sutiles que se complejizan apenas sobre el final. Luego, ese “na ra na na na” que se diluye, convirtiéndose en una huella icónica en el imaginario del Salmón. El tema posee una letra sencilla y directa: la melancolía, la raigambre urbana, la marihuana y la insoportable levedad de la vida cotidiana son temáticas que emergen y que por eso la sitúan en el podio dentro de las más representativas. Nihilismo, estupefacientes y “a lo mejor resulta mejor así”. Pablo Díaz Marenghi
7.“El salmón” – El salmón (2000)
Una declaración de principios que sale a borbotones. Calamaro crea una obra monumental de cinco discos como El salmón y en la canción homónima nos muestra de qué va la cosa. Por un lado, los excesos: “se ve que para algo usé la cuchara/ que no encuentro sopa postre o ensalada/ hay botellas vacías de marcas extrañas/ las debo haber tomado/ uh qué resaca”. Por otro parte, las frases para la historia: “No pienso estar enero en Pinamar/ no me excita cagar en el mar” (que luego en el disco El regreso cambiaría a “con Yabrán” en referencia al empresario relacionado al asesinato del fotógrafo Cabezas), “qué tentación yo me voy al Bolsón/ reservé por ahí una gran suite” y “si es rápido y es gratis/ entonces why not?”. Y además, la guía para entenderlo: “siempre seguí la misma dirección/ la difícil, la que usa el salmón”, “dame, dame, un poco de tu amor/ a cambio te ofrezco una montaña de horror”. La niebla se encuentra densa y nos invita a perdernos en el mundo de Calamaro a través de una composición que parece estar formada por retazos del caos. Como buen hit, es imposible no cantarlo si suena en la radio. Ayelén Cisneros
6. “Flaca” – Alta suciedad (1997)
Tras su experiencia con Los Rodríguez en España, Calamaro vuelve a su carrera solista con Alta suciedad: un álbum confesional, de estridencias irónicas y placeres blancos. El viraje hacia delante se concentra en una balada pop a trote de teclados elípticos, abriles olvidados, mil rostros jóvenes, miradas porteñas a través de una símil super 8 y regalos tirados en el Riachuelo. “Flaca” es la secuela de lo que había augurado “No me pidas que no sea un inconsciente“, cuando el precoz Salmón evidenciaba ya sus histerias y desamores. Proeza melódica, poética coloquial y el reseteado de un artista perro compañero ideal. W. S.
5. “Estadio Azteca” – El cantante (2004)
Andrés Calamaro ha encontrado la manera de decir en sus canciones que pocas veces falla. Especifiquemos: ha encontrado una manera, una entonación para sus estrofas prosaicas y a la vez efectivas. “Cuando era niño/ y conocí el Estadio Azteca, me quedé duro. / Me aplastó ver al gigante; / de grande me volvió a pasar lo mismo, / pero ya estaba duro mucho antes.” “Estadio Azteca” es eso, una escena íntima, una anécdota, un chiste entre amigos que muy pocos podrían contarla así. Sebastián Rodríguez Mora
4. “Clonazepán y circo” – Honestidad brutal (1999)
¿Qué vincula a Andrés Calamaro con Bob Dylan? Más allá del empinado fanatismo del primero por el segundo (con períodos de involuntaria banda tributo), el argentino es uno de los mejores intérpretes de ese canon poético del estadounidense. “Clonazepán y circo” entra en esas canciones que hablan por todos de cosas que no sabemos cómo decir: el fin del sueño revolucionario, el menemato endémico, el futbolismo globalizado; adiós ideología, bienvenida la psicofarmacología. Y sin embargo hay un tono al borde del optimismo grisáceo que muchas veces define una de los modos del ser nacional. Todo eso en tres minutos. Sobran las palabras. Sebastián Rodríguez Mora
3. “Todo lo demás” – Alta suciedad (1997)
“Todo Alta suciedad es un disco instrumental con letra, la raíz de las canciones es el groove, una secuencia armónica de R&B. La letra acompaña no sin cierta, o aparente, profundidad, o compromiso con las eternas preguntas de la raza humana” afirma Calamaro y esta canción parece corroborar sus dichos. “Todo lo demás” es una de esas letras que Andrés construye a la perfección; esas que le hablan a algún amor perdido y que con unas pocas pinceladas produce un fresco de escenas en la cabeza del oyente. Posee ese groove al que hace referencia, que lo vuelve tan pegadizo y fresco. “Yo te prometí hacer deporte/ pero era una mentira/ para robarte un tal vez” canta AC con esa voz de nicotina y Jack Daniels que lo volvió objeto de parodia y, a la vez, un referente inconfundible. Es el segundo tema de Alta suciedad (1997), primer disco post Los Rodríguez, y una de las tantas composiciones del autor que encierran referencias a España, su segunda patria. La tauromaquia (la “verónica” o “El tercio”) o los puertos y hombres de mar (“Donde manda marinero”). Esta pieza breve expone, con guitarras tímidas y coros armónicos, las miserias del autor que se cristalizan en un verso que se destaca por sobre el resto: “Puedo presumir de poco/ porque todo lo que toco se rompe”. Pablo Díaz Marenghi
2. “Para no olvidar” – Palabras más, palabras menos (compuesto para Los Rodríguez, 1995)
Palabras más, palabras menos (1995) es el mejor disco de Los Rodríguez, al repasar los temas que lo componen queda en evidencia: “Aquí no podemos hacerlo”, “10 años después” y, la mejor canción de ellos, “Para no olvidar”. Una de las composiciones definitivas de AC compuesta por una fusión de flamenco y rock con una melodía que te golpea en el pecho y una letra que te come de adentro. Para que el combo sea completo además cuenta con un solo de Ariel Rot que te destroza. “De un tiempo perdido, a esta parte esta noche ha venido/ un recuerdo encontrado para quedarse conmigo./ De un tiempo lejano, a esta parte ha venido esta noche/ otro recuerdo prohibido, olvidado en el olvido.” Es una demostración de la musicalidad innata que poseen los versos del Salmón. Es una cura, una manera de ir en búsqueda de un abrazo del pasado. Es AC terminando de conquistar España y a punto de ser amo y señor de toda Latinoamérica. Es Calamaro confirmando su estatus de songwriter en español por excelencia. Joel Vargas
1.“Son las nueve” – Honestidad brutal (1999)
Track número trece, disco uno de Honestidad brutal: el momento en el que Andrés Calamaro pintó su obra maestra. “Son las nueve” no es un hit y rara vez apareció en un setlist en vivo, pero aún así es por lejos su canción definitiva. La que simboliza qué clase de músico es: aquel que entregó su cuerpo al servicio de su arte, aquel que se sumergió a varios metros de profundidad para regalar desde allí lo mejor de su obra. En apenas poco más de tres minutos, Calamaro resume en esta canción las claves sobre el concepto y legendario trabajo de composición detrás de Honestidad brutal: un torbellino creativo con el que vomitó -sin filtro- todo lo que tenía adentro y que nació a lo largo de la extensa travesía de un año escribiendo sin parar, casi sin dormir, en consecutivas jornadas en vela e insomnio descontrolado. Calamaro estaba en su peor momento tras una separación traumática. La respuesta fue elevarse al cielo de los grandes como artista.
Todo es como un crescendo emotivo. Apenas unos delicados rasgueos britpoperos de una acústica, enseguida se suman el piano, unos sentidos retazos de una guitarra eléctrica y la cosa va subiendo en intensidad. Pero la canción no es lineal: hay cortes, momentos en los que la música desacelera para volver a arrancar, como si Calamaro necesitara ir tomando aire e impulso a medida que avanza para largar todo lo que tiene para decir. Andrés canta con mucho sentimiento contenido y su voz tiene ese tono cascado y ronco de madrugadas largas que marca lo más intenso de su discografía (en “Lorena”, de El salmón, seguiría esta misma línea). Noches y días continuos sin fin, sesiones interminables: “Aquellas maratones sin parar de escupir canciones fueron buena pesca y tal vez el dolor desaparezca”, dice Calamaro. “En mi casa fui un león, más allá de los horarios / Rompí algunos records varios”, sigue. Como una versión local de Keith Richards -quien no tenía problema en seguir de largo tres días para dar con la toma perfecta-, Calamaro dio vida al proceso heroico y tóxico (eso de “el arma cargada de polvo”) de abrazar la causa de su música sin importar las consecuencias. Pero, claro, el éxtasis constante no fue gratuito: “No era un juego, era fuego”, aclara Andrés.
El resultado son las treinta y siete canciones del doble Honestidad brutal, su mejor álbum. Un disco que linkea con la historia grande del rock –Blood on the Tracks y el disco divorcio de Bob Dylan, Plastic Ono Band de John Lennon por ofrecer en carne viva sentimientos íntimos- y que está plagado de clásicos: esos que Calamaro define como “canciones de amor perdido” o “canciones que confiesan todo”, sobre el estallido de un glorioso órgano y un arreglo coral en el clímax bien cerca del final. La odisea de trabajar caminando sobre una delgada cuerda seguramente habrá impactado duro en la vida de Andrés, quien pagó la cuenta del incendio y más también: “Son las nueve, yo creí que eran las tres/ Todavía no pude comer ni dejar de temblar”, dice al comienzo. Pero para cuando llega el cierre aclara cuál fue su recompensa: los muchos que derramaron una lágrima con su música. Matías Roveta//∆z