El letal Sub Pop Festival desató una noche mítica el domingo que pasó en Niceto con las presencias de la inoxidable banda de Seattle y Metz, ilustre invitado a la altura de las circunstancias.
Por Matías Roveta
Fotos de Candela Gallo
Hablar del sello Sub Pop es, básicamente, hablar de su creador: Bruce Pavitt. El tipo vivía en Olympia, Washington, y a comienzos de los ‘80 repartía su tiempo entre ir a cursar a la escuela de arte de la ciudad y editar Subterranean Pop, un fanzine especializado en sellos independientes de Estados Unidos que traía casettes de regalo que compilaban los más jugoso de la ardiente escena del rock alternativo ochentoso. Ese conocimiento profundo del underground le hizo poner el ojo en Seattle a partir del sonido abrasivo y distorsionado que llegaba a raudales de la mano de bandas como Green River, Melvins o Soundgarden. Eligió esa ciudad por encima de cualquier otra y se mudó, en 1983, siguiendo su olfato musical y sus sueños de sello discográfico. “Pienso que cada comunidad tiene su gente talentosa, lo que importa es llevarlo adelante con la responsabilidad del marketing”, explica Jonathan Poneman, quien fundó Sub Pop con Pavitt en 1986, en el fundamental documental Hype! (1996). Ahí, entonces, el enorme mérito del emblemático sello: darle cauce a ese talento disperso que tenía lugar en Seattle y, gracias al productor Jack Endino, desarrollar ese sonido regional al que el mundo conoció como grunge y que desató la última gran revolución de guitarras en la historia del rock.
La elección de Mudhoney como plato fuerte de la edición del Sub Pop Festival en este país no es para nada casual. Fue “Touch Me I’m Sick” –un himno garagero que hablaba de la enfermedad en términos metafóricos para dejar en claro que algo no andaba bien en los Estados Unidos neoliberales de Ronald Reagan- el primer gran lanzamiento del sello, en agosto de 1988, una vez inaguradas las oficinas de Seattle. Y, más allá de un breve paso por Reprise Records entre 1992 y 1999, Mudhoney ha editado cada nuevo álbum con Sub Pop. El lazo entre banda y sello es profundo, al punto de que Mark Arm –su histórico cantante y guitarrista- trabaja, además, ordenando y distribuyendo el catálogo de discos en los depósitos de la compania cuando no está de gira. Como sea, la oportunidad de ver en vivo a Mudhoney es siempre bienvenida. Los tipos estuvieron ahí desde el principio: Arm y Steve Turner, el violero del grupo, habían tocado en Green River junto a los futuros Pearl Jam Stone Gossard y Jeff Ament. Además, fueron una gran fuente de influencias para pesos pesados como Nirvana, Sonic Youth y los propios Pearl Jam, sin nunca llegar al nivel de trascendencia de esas bandas, pero con una prolífica carrera a cuestas basada en la idea de no correrse ni un milímetro del eje para hacer ese garage rock sucio y pasional: música auténtica sin concesiones.
La noche arrancó con el punk noise demencial de METZ, la última gran novedad de Sub Pop luego de sus aciertos con Foals, Beach House y Fleet Foxes. Arriba del escenario estos oriundos de Ontario, Canadá, son puro derroche de energía y brutalidad: a las canciones no las tocan, las ejecutan. Su cantante y guitarrista Alex Edkins grita como un poseso y dispara riffs asesinos que remiten al Nirvana de Bleach (1989), el bajista Chris Slorach golpea sus cuerdas con saña y el batero Hayden Menzies –sin dudas, lo mejor de la banda- es un despliegue de notable virtuosismo. METZ dejó boquiabiertos a varios, calentó la previa y abandonó el escenario con una merecida ovación. Luego, sí, Mudhoney. El show de estos veteranos estuvo claramente dividido en tres bloques: el primero alternó canciones del excelente Vanishing Point (2013) –“Slipping Away” y su mid tempo rockero con gran lucimiento en wah-wah por parte de Steve Turner, más “I Like It Small” y su veta proto punk que remite a los Stooges- con clásicos de todas las épocas y para todos los gustos, y con las guitarras en primerísimo primer plano: el grunge oscuro de pura cepa de “1995” y “Sweet Young Thing (Ain’t Sweet No More)”, con Arm y Turner trenzados en solos a pura distorsión y feedback, más los riffs garageros con pedal de fuzz (“Touch Me I’m Sick” y “Suck You Dry”), coloridos (“You Got It”) y sureños (“Judgement, Rage, Retribution and Thyme”).
La segunda parte estuvo marcada en exclusiva por lo más reciente de la obra de Mudhoney. En ese segmento, Mark Arm dejó por un rato la guitarra y se desenvolvió como frontman: bailó, gritó, bromeó con remeras de Nirvana y Green River que le tiró la gente (“Quedate la remera vos, disfrutala, tengo miles de esas”), felicitó al Dj de Niceto por la música que había sonado en la previa y contorneó su cuerpo como un Iggy Pop de la nación alternativa. La música descansó en la virtuosa guitarra de Steve Turner y en la sólida base rítmica con el histórico Dan Peters en batería (tocó, además, en Screaming Trees y Nirvana) y Guy Maddison en bajo, y así pasaron “I’m Now” y “The Open Mind” (ambas de The Lucky Ones, de 2008) junto a “Wath to Do With the Neutral”, “The Final Course”, “I Don’t Remeber You”, “Chardonnay” y “The Only Son of the Widow from Nain”, todas de Vanishing Point.
Finalmente, el tercer acto: los bises. Nuevamente con su viola colgada, Arm desató toda la furia que contiene esa suerte de grito primal en el estribillo de la gran “Here Comes Sickness”, para luego bajar un par de cambios con la lúgubre balada “When Tomorrow Hits”. El cierre repasó el rico caudal de influencias hardcore punk del grupo -los covers de “Hate the Police” de The Dicks y “Fix Me” de Black Flag- para redondear un contundente show que dejó en claro el importante legado de la banda que influenció a todos y nunca la pegó, pero que ocupa un lugar central en toda esta historia.