A cuatro años de la muerte del director, actor, cantante y militante, una hoja de ruta de su filmografía, que no pierde vigencia.
Por Ayelén Cisneros
Dicen que su trilogía en blanco y negro se estudia en las carreras audiovisuales y que es cine de culto. También destacan que, durante muchos años, Nazareno Cruz y el lobo tuvo el título del film argentino más visto. No se olvidan que Perón: sinfonía del sentimiento se la encargó Duhalde. Cuando pueden, agregan que Crónica de un niño solo fue elegida como la mejor película de la historia del cine nacional. Muchos sentidos rodean la filmografía de Leonardo Favio. A cuatro años de su desaparición física surge la pregunta ¿por qué es importante ver sus películas en pleno momento millennial? Para esbozar una respuesta a este interrogante primero recordemos dos frases que Favio ha dicho a lo largo de su carrera.
“La utilización de la cámara es siempre una cuestión moral” solía declarar. Sus historias giraron en torno a las clases populares: Crónica de un niño solo, El romance del Aniceto y la Francisca, El dependiente, Juan Moreira, Nazareno Cruz y el lobo, Soñar soñar, Gatica, Perón: sinfonía del sentimiento, Aniceto. El tratamiento de sus obras tiene como clave el respeto. Hay muchas maneras de representar a los pobres, a los trabajadores, a los excluidos. Desde una visión miserabilista, se puede destacar lo peor, lo bajo, la cámara se puede regodear en la carencia a todo nivel.
Como explicó Marcelo Figueras en esta nota para Página 12, existe una especie de cine del “resentimiento”: “lleno de personajes quebrados o cuanto menos cínicos que ya no saben quiénes son y por lo tanto actúan su confusión o la violencia que sienten dentro; relatos de la clase media que se victimiza, donde el pobre no existe como protagonista, y ni siquiera como punto de vista, sino apenas como un Otro que encarna el peligro”. Favio construyó un Piolín (el niño solo), un Gatica, un Nazareno, un Moreira, con sus defectos y virtudes, con su experiencia vital, mostrados con ternura, no con prejuicio. Frente a todas las adversidades siguen enteros, no se quiebran.
“Me gusta contar la vida lentamente, como sucede” dijo alguna vez Favio. Para una persona acostumbrada a la narrativa del siglo XXI, de serie con finales adictivos, de una rítmica incansable, de poner pausa en la plataforma de streaming para contestar un whatasapp, el cine del mendocino puede costar. El director hizo del silencio una forma de comunicación potente y su marca registrada. Para el espectador es solo manejar la paciencia. Si la película requiere una pausa para la ansiedad, tomar un vaso de gaseosa y responder un mensaje, pues hágalo. Ver una película con ritmos menos vertiginosos es una práctica que se puede adquirir y que requiere ejercicio. Quizás convenga comenzar con Gatica, la historia del mítico boxeador, filmada en color, y conocer el devenir del Mono, que va de la calle a la gloria y de la gloria al suelo. Luego seguir con Nazareno Cruz y el lobo, la historia de amor entre una chica y un hombre que se convierte en lobo los días de luna llena basada en una leyenda popular. Allí se podrá conmover con el demonio interpretado por Alfredo Alcón. De paso se puede complementar con la escucha del tema “30 denarios” de Pedro Aznar y Charly García, del disco Tango 4, donde Alcón recita pasajes de la Biblia cual Jesús. La banda sonora de Nazareno Cruz… era un delirio que combinaba Verdi con el hit “Soleado”. Se puede continuar con un radioteatro muy conocido del siglo pasado, Juan Moreira, luego con El romance del Aniceto y la Francisca y así hasta llegar a Crónica de un niño solo.
Por sobre todo, exploró la dimensión de lo afectivo en cada uno de sus trabajos. Si bien su cine se caracteriza por ser de finales felices, pocos pudieron crear imágenes más movilizadoras en el cine nacional. El grito en la muerte de Moreira, la cara de Piolín encerrado en el reformatorio, la tristeza sutil de la Francisca, el enamoramiento de Nazareno, el éxito de Gatica arriba del ring, son momentos que buscaban emocionar al público, que si era de masas, mejor.
Favio fue disruptivo para los sesenta, una época donde el Grupo Cine Liberación (entre otros), con Pino Solanas y Octavio Gettino, generaban films militantes que buscaban convencer al espectador de la revolución y que había que fogonearla en proyecciones en barrios, fábricas, unidades básicas. Él, en cambio, hizo una apuesta a la ficción y en ese momento, ya habiendo filmado su trilogía en blanco y negro, se dedicó a reivindicar al populismo mediante el folletín del gaucho perseguido Moreira y la leyenda del lobizón, Nazareno Cruz.
Hizo un cine peronista casi sin nombrar a Perón. Peronista porque fue popular y estos dos significantes van de la mano. Peronista porque construyó personajes del pueblo y los mostró con respeto. Aunque fueran unos hijos de puta y aunque perdieran. Pablo Alabarces a poco de la muerte del artista lo explicó mejor en una nota para la facultad de Periodismo de Universidad de la Plata: “El cine y la música de Favio son los mejores textos que ha producido el peronismo en nuestra cultura, porque son apuestas profundamente democráticas, porque creen posible la construcción de una cultura común, indiferente a las jerarquías y las subordinaciones. Una cultura organizada por las emociones, que se vuelven clave política”. Fue un cine de la redención porque sus creaciones buscaban recomponer su vida sin doblegarse.
“Los marginales no están agazapados. Nunca me gustó la gente agazapada, esa que compra los muebles antes de casarse… Mi familia nunca fue astuta. Será por eso que yo viví tan feliz cuando iba por los pueblos con los gitanos… Yo compartía esa forma de ver la vida” contaba Favio en una entrevista varios años atrás. Su legado son películas realizadas con ternura que no subestiman ni a lo que representan ni al público. Vale la pena el reto.//∆z