XTRMNTR cumple veinte años y lo analizamos canción por canción para entender por qué la sexta placa de Primal Scream sigue vigente.

Por Rodrigo López

Que un disco cumpla veinte años sin haber perdido ni una pizca de relevancia artística y cultural es muy importante. Si además hablamos de una pieza fundamental como XTRMNTR (2000) de Primal Scream, el hecho cobra aún mayor relevancia: nos estamos refiriendo a uno de esos momentos irrepetibles que significaron un quiebre absoluto dentro de su era. En su sexta placa, los escoceses exploraron los territorios sinuosos de la pesadez industrial y abrazaron con pasión y convicción un discurso político y social por completo incendiario y necesario.

El mundo se adentraba en la incertidumbre que suele traer cada cambio de siglo. Persistía como trasfondo el desastre de la década de 1990: el regreso del neoliberalismo no había traído más que pobreza, miseria, hambre, desigualdad estructural, endeudamiento y un nivel de conflicto social solamente visto en los años previos a cada una de las Guerras Mundiales. A pesar de esto, la bomba apenas si había explotado en el mal llamado “Tercer Mundo”, por lo que la derecha “primermundista” seguía en el poder tanto real como virtual y, montada sobre la falsa idea de la igualdad de oportunidades que traería la pujante Internet, realizaba promesas bizarras de índole futurística que poco y nada tenían que ver con los padecimientos del ciudadano de a pie.

Nadie en su sano juicio puede acusar a Primal Scream de haber sido suave o poco potente en sus trabajos anteriores. Sin embargo, es igual de cierto que desde Sonic Flower Groove (1987) hasta Vanishing Point (1997), la banda liderada por Bobbie Gillespie consolidó un sonido que siempre osciló entre la psicodelia clásica y moderna, el acidhouse, el indie rock y el hard rock. Una primera etapa marcada por cuatro discos muy diferentes entre sí y que los presentaron como un conjunto que nunca le tuvo miedo a la experimentación ni a los cambios bruscos en cuanto a su identidad: recordemos el brillante Screamadelica, de 1991. La llegada de Gary “Mani” Mounfield, histórico bajista de The Stone Roses, trajo muchos cambios que moldearon el futuro. Por ejemplo, en el mencionado ‘Vanishing Point’, la banda se mostró cómoda en los terrenos del dub, del dance, del ambient y del krautrock, como también capaz de combinar dichos sonidos con géneros más clásicos, como el punk originario o el rock pesado.

Para entender la vigencia de XTRMNTR es suficiente considerarlo como el álbum que, en tándem con el magistral Kid-A de Radiohead, inauguró el escepticismo respecto del futuro cercano a principios del 2000. Al día de hoy es considerado como una profecía autocumplida debido a su precisión, crudeza y oscuridad a la hora de analizar ciertos fenómenos sociales, políticos y económicos que actualmente forman parte de nuestra agenda cotidiana. Y si decimos que abrió la nueva década, también corresponde afirmar que se encargó de cerrarla, ya que si todo había iniciado con una mezcla de incertidumbre y esperanza, el final de esos primeros diez años del nuevo siglo lejos estuvo de ser aquello que tanto habían prometido los políticos, los empresarios y los gurúes financieros de siempre.

Declaración de principios absoluta, “Kill All Hippies” se encarga de instalar una atmósfera por completo apocalíptica, abriéndole la puerta a la era de la resistencia y de la lucha contra las falsas promesas de democratización y acceso igualitario que traía aparejada consigo la infame “Era de la Internet”. Un viaje galopante entre el acidhouse post noventas y la neo-psicodelia, pero con un nivel de agresividad, espesor y contundencia sonora y conceptual muy diferente a todo lo hecho por los escoceses hasta ese entonces. Y este impacto inicial no debe ser ignorado de ninguna manera: si se pudiese convertir a los filmes “Full Metal Jacket” y a “Mad Max” en una melodía mortal, muy posiblemente esta canción sea lo más cercano al éxito total.

Si los conflictos de la década anterior en Medio Oriente habían puesto nuevamente sobre la mesa la discusión acerca del genocidio a través de armas químicas, “Accelerator” es un estallido directo de punk rock originario y rock industrial. Con la distorsión como eje, los riffs de Andrew Innes se entrecruzan con las fintas combativas de Mani y logran que la marea digital se haga imparable. Pero es durante la oscura y fría “Exterminator” dónde el caos es definido como órgano rector, confundiéndose la línea de guitarra con la base electrónica al punto de permitirle a Gillespie colocarse al frente de la pared sonora y diseccionar con precisión y cinismo a una sociedad en estado de descomposición.

Las corporaciones y el gobierno vuelven a ser el objetivo principal a lo largo del brillante remix por parte de Jagz Kooner de “Swastika Eyes”: la rave más pura y elemental se instala una vez más en los suburbios británicos. El ataque al intervencionismo sistemático y asesino de los Estados Unidos en otros países es la clave para entender una secuencia paralela de sangrado digital y analógico que tiene a Mani una vez más como punta de lanza debido un nivel inalcanzable de velocidad, profundidad y fineza. Se puede decir que “Pills” es un acercamiento al hip-hop más clásico, aunque todo indica que Primal Scream entendió que el nü-metal era el sonido que se encontraba en pleno proceso de expansión y ascenso hacia la cima de los charts. Sobre esta concepción, Bobbie se encarga de frasear con firmeza y de predicar acerca del desprecio que los dueños del poder les tienen a todos los demás mortales.

Esta advertencia sin dudas tenebrosa acerca de la tercera ola neoliberal y de todos los males que traería de la mano de su globalización digital tiene continuidad en “Blood Money”, ese híbrido instrumental entre el free jazz, el acidhouse y el rock industrial. Paranoide, peligroso y adrenalínico, este segmento genera la sensación de estar en medio de una batalla caótica y sangrienta sin tener ninguna posibilidad de escapar de ella. El cuadro ciber-punk llamado “Keep Your Dreams”, guiño al mencionado Kid-A, es un viaje terrorífico a través de todos nuestros miedos –del pasado, del presente y del futuro– y una descripción muy clínica y realista del complejo escenario interno y externo que asomaba por el horizonte.

De la desigualdad tecnológica al frenetismo absoluto del exilio, “Insect Royalty” es un corazón que late a mil revoluciones por minuto luego de una dosis muy elevada de éxtasis. Imposible obtener una mejor analogía: las drogas de diseño como el mejor escape de la realidad y como el lugar en donde las diferencias socioculturales desaparecen. Suicidio en píldoras pero con altos niveles de satisfacción. La posibilidad de elegir cómo morir antes que ser consumido de un solo bocado por esa máquina de destrucción psicótica y sedienta que es conocida bajo el nombre de “capitalismo salvaje”.

Los toques de percusión analógica presentes en “MBV Arkestra (If They Move Kill ‘Em)” hacen que la paranoia disminuya un poco, más allá de que el concepto de “viaje” no se pierde en ningún momento. Acidhouse, dub y soundsystem: estos son los tres elementos que quiebran a la canción justo por el medio, para permitir que una banda en su mejor momento se luzca a pura técnica y finalizar con un panorama mucho más difuso e uniforme en lo sonoro. El remix de The Chemical Brothers de “Swastika Eyes” es la gema de la corona, pues –en aquel entonces, pero también ahora– era sin dudas el crossover que la escena necesitaba. El espíritu del “Segundo Verano del Amor” se hace cuerpo en la agilidad del beat y en la voz fantasmal de Gillespie. Escondida detrás de un sinfín de capas digitales, su voz es el pie para que, poco a poco, la fiesta se vaya convirtiendo en un campo de batalla donde solamente saldrá vivo el último hombre de pie. ¿Qué más decir? Que este remix funciona como un retrato de lo que significaron todas las etapas –siempre dañinas para los pueblos y exitosas para sus ejecutantes– del Neoliberalismo luego del fracaso definitivo del Estado de Bienestar en los años ’70.

El inicio de una nueva década se cierra de la mano del ruido, de un rugido apabullante que se mueve entre lo industrial y lo clásico: “Shoot Speed/Kill Light”. Tal vez este rescate del rock de los ’60 no signifique demasiado para el oyente, pero es un detalle que no debe pasar desapercibido: a lo largo de la canción, Primal Scream parece dispuesto a unificar pasado y presente, para luego entregar una acertada visión de lo que terminaría siendo el escenario musical y cultural a futuro.

Alejado de la decadencia pseudorockera de la reedición nefasta de Woodstock de 1999 y bastante ajeno a la interminable revolución indie/garage rock que iniciaría The Strokes del otro lado del océano tan solo unos meses más tarde, XTRMNTR es un álbum que se ha mantenido intacto ante el paso del tiempo. Genuino e invencible producto de su era, este trabajo de Primal Scream no funciona como un acto de resignación, sino más bien como un llamado a la rebelión y a la lucha contra quienes manejan los hilos de un sistema cruel y sanguinario. Un combo que bien puede aplicarse a nuestra realidad y que, por ende, demuestra que Gillespie y los suyos tenían razón: cinismo, violencia, descontrol, píldoras, represión, medios masivos, políticas de exterminio, intervencionismo terrorista y la certeza  –he aquí su único contrapunto con Kid-A– de que el holocausto global tendrá mucho más que ver con la naturaleza humana que con las máquinas en sí mismas.//∆z