El Festival Serpiente de Agua fue un homenaje a toda máquina al nuevo año chino y a las ganas de cinco buenas bandas –con El Perrodiablo a la cabeza- de romperla en Niceto.

Por Seba Rodríguez Mora

Fotos de Florencia Videgain

Otro viernes para derretirse en Capital. Pero por una noche, la gente que fue a Niceto no envidió ningún álbum en Feisbuc de “Gesell con las chicas” o “Uruguay 2013”, por citar alguno. Las Diferencias, Los Espíritus, El Perrodiablo, Los Colmillos y Guachass agitaron el ambiente, cada uno a su manera. Además, ¡instalaron aire acondicionado! Un triunfo del rock. Porque todos sabemos de la fiebre, de la sacadez, del pogo, pero estos febreros nos dejan sedientos y con la sensación de incomodidad propia de la remera mojada y pegada a la espalda. Aburguesémonos, pero hagámoslo con el privilegio de estar ante lo nuevo, lo bueno, las vísceras musicales de Buenos Aires, Montevideo y aledaños.

Gulliver, el portero-astronauta (porque según contó, “todavía está tratando de entrar en órbita terrestre”) abrió las puertas a eso de las 21 hs y la gente fue llegando tranquilísima, tanto que la gran mayoría se perdió a Las Diferencias, una banda con blues-rock que, al igual que Los Colmillos –un gran dúo que de a ratos es trío, pero ya llegaremos a ellos- si tuvieran el nombre en inglés serían grandiosos. Enseguida vino una de las bandas que está en un gran momento, aprestándose a editar su primer disco producto de tres EPs bandcamperos: Los Espíritus. Sin su percusionista por esta vez, hicieron un set como siempre hipnótico, con Maxi Prietto a la cabeza de su fanatismo por el pedal y los efectos flasheros. “Jesús rima con cruz” es el funk borracho de una cantina tex-mex, donde Los Espíritus tocan por las monedas que les tiran con saña los parroquianos. Todo se vuelve bastante espiritual cuando cambia a una especie de reggae no tan canónico, pero seguimos parados sobre el piso, no estamos flotando después de todo.

Un rato después, El Perrodiablo. Toda la furia, el desenfreno y la visceralidad que se puede tener sin morir en el intento estuvieron en esa media hora que les tocó a los platenses. Si Doma y compañía no son lo mejor y lo peor que le pasó al rock argentino en el último tiempo, pega en el palo. Y son las dos cosas a la vez, sino vayan a verlos y después nos mandan un mail contando. Un quilombo perfectamente sincronizado, sin acoples inesperados ni tropiezos, suenan a huracán de fuego y transportan. Doma es un pibe de barrio y birra que recibió el don teatral sexy-border de Jagger o Iggy Pop en su época de gloria máxima. Sin jamás enroscarse con el cable, se lleva prolijamente el micrófono abajo del escenario a descontrolar y cantar con los que se saben la letra, mientras algunas chicas mitad no entienden y mitad le tienen ganas. Arriba queda el resto de la banda, medio en bolas y medio puestos atronando el tiempito que esta fecha les queda en el escenario. Andrea Álvarez aparece de improviso con percusiones varias y la bomba estalla del todo: el bajista se esconde un rato atrás del telón sin dejar de tocar, el baterista llora de emoción mientras le deja la bata a Andrea y su sonrisa. Doma grita “¡Viva Perón!” de la felicidad con su bastón de mando en el aire, rematado en una calavera. Y se termina el set destructivo, ahora quién se va a animar a subir al escenario, enchastrado de rock como quedó.

Salen un muchachito de anteojos hipster y una guitarra, una bajista de voz potente y mucha cámara en el micrófono. Nada más. Pero en el espacio que tuvieron, Los Colmillos  hicieron una lista de canciones traídas del mismo lugar que los Black Keys: bluses mínimos, con la única percusión de un bombo a los pies del muchacho. Es un dúo que a por momentos es trío cuando se suma una armónica, y las canciones ganan en versatilidad. En suma, una bella manera de cortar dos sets pesados.

Cerca de la medianoche, las chicas y los flacos de Guachass se mandaron a una lista de canciones densas, peleadoras, épicas. Camila canta moviendo todo, como quien está despechado y se deja llevar de a poco por la fiesta. Mariana reencarna de a ratos, en un envase chico y siempre muy seria, la Les Paul de Jimmy Page pero a mil revoluciones por minuto. Bien secundadas por la sección rítmica, las chicas reciben gran porcentaje de la atención por todo un acting entre torpe y malintencionado que interpreta la frontgirl. También Camila se baja como Doma del escenario, a perseguir amigas que la vinieron a ver. Montevideo, una oda amor-odio a su ciudad natal, va cerrando este festival y esta noche que salió poderosa. Una como las que nos merecemos los que nos quedamos en Buenos Aires, en la selva gris, violenta y freak que tiene algunos refugios perfectos para que fluya la semana, canalizada en un viernes como éste. Nada mejor.