Dos redactores de ArteZeta, casi colegas /casi competidores, emprendieron una expedición al corazón salvaje de la ciudad de las diagonales: Una noche en Pura Vida Bar con Antolín, Un Planeta y Mauro Percebe.

Por Claudio Kobelt y Luján Gambina

Fotos de Lautaro Aránguiz

Ir a La Plata, para ellos que no viven cerca, es una aventura hermosa. Una excursión a un país fantástico y lejano del que escucharon hablar en leyendas, mencionar en canciones y el que pueden darse el lujo de visitar de cuando en vez.  Allí nacieron, viven y son mito varios de sus héroes musicales, así que estar ahí es recorrer las calles que dieron vida a su imagen bucólica sobre la ciudad cuadrada.

Ya el viaje es una parte imprescindible de la aventura: las charlas en el micro, el sol que cae y pega en los ojos ávidos de ventanilla, el tiempo que transcurre y el campo que avanza, las risas ansiosas por la llegada, el desembarco, el extravío, y que no les importe confundirse, son boy scouts sin entrenamiento, y están felices de perderse.

Se maravillan cual turistas foráneos ante  esa imponente y bellísima Catedral, y enfrente un ídolo del pueblo grita con todo su sentir. El tan querido y odiado Mariano Iudica está allí con su programa de canto, y ambos cronistas no resisten la tentación de quedarse un largo rato a espiar y jugar a ser jurados.  Recorren un poco más, ven bares, galerías y calles semidesiertas. Cerca de la hora, acuden al lugar que les dio la excusa de viajar: Pura Vida Bar y el show de Antolín, Un Planeta y Mauro Percebe. Claudio ya conoce Pura Vida, pero para Lujan es la primera vez y la ansiedad la domina y la inquieta más de lo normal. Previa llegada al recinto, un Super Pancho (que en vez de lluvia tendrá piso de papas) calma momentáneamente el hambre, y un amable quiosco que nunca duerme, la sed de etílico elemento. Silenciadas estas necesidades, van por la que vinieron especialmente a satisfacer: la de canciones de amor.

Enfrente de Pura hay una pequeña plaza atestada de punks, vigilada por un par de perros maltrechos que, cual pilotos kamikazes, se arrojan frente a los autos atraídos por algo que desconocemos pero en lo que ponen en juego su vida. Quizás ellos tampoco lo sepan, pero sienten que deben hacerlo y aunque el peso de una rueda les recuerde su error, lo volverán a intentar.  Por fin adentro, nuestros cronistas pueden verlo sin mirar: mujeres bellas y fuertes, jóvenes y eternos, todos sosteniendo diarios del futuro, deslizándose por el lugar como pequeños animales nocturnos destilando energía, pura vida.

La noche transcurre, los shows terminan, y mientras caminan un número infinito e impar de cuadras hacia el micro de vuelta, un diálogo sucede entre ambos viajantes, rememorando, compartiendo la noche de turismo emocional que no podrán olvidar.

Claudio: ¿Yo estoy loco o dijeron que el segundo nombre de Iudica es Lujan? Googlealo!

Lujan: Sí, eso dice, Mariano Sebastián Lujan Iudica.

Claudio: ¡Es una señal!

Lujan: Que Mariano Iudica tenga por segundo nombre Lujan no es señal de nada. Que haya un quiosco abierto y que venda birra a la 1 a.m. sí lo es.

Claudio: No hay peor ciega…

Lujan: ¿Qué te pareció Mauro Percebe?

Claudio: Su disco me parece brillante, lástima el sonido de este show…

Lujan: El sonido fue algo extraño, de todas formas, sus canciones limpias y directas me resultaron un pequeño deleite.

Claudio: Sí, además creo que su voz grave y sus tonadas sensibles sobrevolaron ese sonido sucio hasta atravesarlo, hasta llegar a  nosotros. Fue difícil escucharlo pero no percibirlo: En la canción de Percebe vive un mundo lleno de amigos y esperanzas, de ternura y violencia de abrazos.

Lujan: Siento que su paso por el escenario de Pura Vida fue el puntapié inicial en esta noche de vísperas. Luego vino Un Planeta.

Claudio: Esos sí sonaron súper bien,  y te vi bailando muy contenta

Lujan: Un privilegio pararme frente a ellos para sentirlos tocar “Verano” y dejar que el cuerpo vibre a su cadencia. Abrieron con “Descansa” y enseguida destilaron ese sonido contundente que deja sin aliento. Escucharlos tocando “Desde un árbol” es despertar en el ritmo, en cada beat una bocanada de aire limpio. Inundan el lugar con sus canciones, lo llenan de densidad y sonoridad en estado puro.

Claudio: Yo destaco a su cantante,  de brillante y cálida voz al frente de ese fino ensamble de delicadeza pop y fuerza de rock. ¿Vos ya los habías visto en vivo, no?

Lujan: Sí, y algo en sus shows en vivo anula la razón, como en una sesión de hipnotismo. El hilo de ese magnetismo se cortó repentinamente, nos quedamos con las ganas de un bis. Un Planeta es una promesa cumplida, con un futuro brillante.

Claudio: Para mí, la perla estaba en el príncipe, el último show de la noche. Antolín es un guerrero que lucha contra mis dragones con su espada hecha de canciones.  Se para ahí en el escenario y con su voz los ahuyenta, sangrando para que lo conozcas, como dice.

Lujan: Mentira que nadie es profeta en su tierra, Antolín se hizo esperar pero su arribo fue de lo más glorioso porque todos bien sabemos que cuando sube al escenario la noche se transforma en día, el frío en verano y el dolor en canciones buenas. Arrancó con “Presidente de tu clase”, para ir calentando motores. Y no dejó afuera de la lista esas canciones que nos hacen bien.

Claudio: Ninguna quedó afuera. Un hit emotivo tras otro, y que linda banda que armó: Reno en la batería, Mora de 107 Faunos en la guitarra y Franco Jaubet de Hojas Secas en el Bajo son los Excursionistas, la banda que da una potencia y un impacto  mayor a esas melodías, canciones como puñales y caricias al corazón abierto que esa misma noche él también se ocupó de sanar.

Lujan: Me llené de imágenes mentales para volver a ellas cuando la lombriz musical que vive en mis entrañas me lo pida. Cuando se me haga carne la necesidad de una vida en un lugar salvaje, voy a recordarlos cantando el “Retador del Peligro”, y cuando esté ganando en tu honor partidas que ya no recordás que jugábamos, voy a traer hasta mis ojos esta fotografía mental de Antolín y los suyos tocando “Prince of Persia”.

Ambos continúan hablando con devoción de Antolín, su corona de sentimientos y su reinado eterno. Caminan todo el trayecto hablando, cansados y extasiados de bailar y sentir. Ya en el micro, Lujan pega su cabeza a la ventanilla y se duerme casi de inmediato. Claudio se sonríe y piensa en lo último que le dijo su compañera antes de soñar: “Me llevo el secreto para la vida eterna y la felicidad verdadera: vino tinto trucho, para no morir.”