Juanito el Cantor y Rosal  se presentaron en el Parador Konex y llenaron de música la noche del viernes.

Por Luján Gambina
Fotos de Nadia Guzmán

Se está dando la transición sagrada, transformación del día en noche, y el cielo ostenta su mejor vestido. De celeste a negro, y en el medio la paleta infinita que mutando de rosado a violeta sorprende a los incautos. Esta vez, la meteorología nos regala una tregua del calor pegajoso que se aferra al asfalto de la Gran Ciudad en época estival, y flamean felices las polleras y los flequillos, por fin una jornada colmada de una brisa fresca.

Pasaditas las 20.30hs del viernes se abren las puertas, y enseguida se percibe la esencia peculiar que destila el Konex en temporada alta, los carteles al costado del escenario rezan “El verano se vive en el Konex” y en el frente hay instaladas unas reposeras multicolores, que invitan a estirarse y relajar.

El show de Juanito el Cantor y La Nube Mágica arranca atrás de la pantalla: Juanito presentando “El Sueño de las Ballenas” desde Quisiera sentirme así todo el tiempo. Termina la proyección y sube a escena esa Nube Mágica que es pura creatividad y talento, doce músicos copando el escenario, cada uno encarnando un personaje singular.

Arrancan con una canción de transición buscando que el público, prolija y cómodamente sentado, empiece por meter los pies en el agitado río que traen Juanito y los suyos. La banda va interpretando su repertorio, y el río musical va creciendo hasta empaparlo todo con su magia. Se van sucediendo temas que alternan entre la intensidad más vigorosa y la intimidad más serena e introspectiva, creando una atmósfera de éxodo hacia un universo de espejismos.

Vuelven al disco primogénito con “Amarillo” y el coro nos delita con una coreo cuando llega “Formas”. La despedida asoma como un manto de serenidad pero termina en fiesta, meta baile, sintetizador y confeti. El público, en trance, pide bis arrolladoramente y la banda cierra con“Navegando”. Se escucha el aplauso sostenido para esta hueste demoledora, que colmó de utopías y fantasmas el patio del lugar.

Pasa apenas un rato, se reorganiza el escenario, se reacomoda el público y es el turno de Rosal. “Interruptor”, “25 de Enero” y “Educación Sentimental” son el puntapié inicial. La voz de María Ezquiaga florece, moviéndose entre la dulzura y la suavidad de un pétalo y la fuerza de una espina, como lo hace desde siempre esta sirena de cabello azabache y ojos de noche. La batería marca un ritmo certero y las cuerdas no pierden jamás la excelencia en su ejecución. Hay bases que los acompañan, es la versión más eléctrica de Rosal.

El repertorio, escogido pertinentemente, se pasea por sus cuatro discos, yendo y viniendo en la medida justa, creando ese clima de intimidad, sensibilidad y sensualidad que es marca registrada de la banda desde su inicio. Se llenan los oídos de flores, las melodías son hipnóticas y con el correr de las canciones se construyen puentes sonoros por los cuales los espectadores transitamos, rindiéndonos a los sentidos.

Rosal tiene dos invitados en esta oportunidad: Darío Jalfin acompaña en “Canción Para El Que Llora y No Depende De Mí”, y Jimena Lopez Chaplin sube para interpretar un tema inédito, aunque colmado de girl power.

La luna, como un animal plateado, ilumina el patio de Konex, mientras Rosal da un show a cielo abierto ideal para esta noche de verano, que regala caricias de viento fresco que eriza la piel y contenta el alma. Escucho con atención “Ánima”, y mientras María pide ven a mí sin desesperar, pienso que es justamente así como se vuelve siempre a la música de Rosal.

El final trae “Rosas Encarnadas”, y me queda rebotando en la cabeza la premisa: romper la quietud, volver a respirar. Y es de eso de lo que se trató esta noche, un quiebre en la mansedumbre del espíritu, para colmarlo de sonidos, que se hacen sentidos, y nos ponen a vibrar.