Analizamos 10 Songs, el nuevo disco de estudio de la banca escocesa después de cuatro años de silencio discográfico.  Aciertos y altibajos de los liderados por Fran Healey quienes ya se han ganado el título de “banda de culto”.  

Por Rodrigo López

Fotos: Ryan Johnson, gentileza BMG 

La historia de Travis no es una ni lineal ni perfecta sino, más bien, una en la que una serie de tropiezos iniciales se convirtieron en el mejor combustible a la hora de motorizar una de las carreras más exitosas del Siglo XXI. Hermanos e hijos del Brit-Pop liderado por Oasis y Blur, este desfachatado cuarteto escocés encontró la manera de liderar la llamada “segunda ola” de uno de los movimientos culturales más importantes de la historia musical moderna, sin por ello convertirse (de forma completa) en un mero e irrelevante eco de los logros de la generación anterior. A lo largo de sus nueve discos de estudio, los oriundos de Glasgow, Escocia, consiguieron mantenerse relevantes aunque sin alejarse demasiado de una marca registrada que los encuentra cómodos entre la potencia del indie rock y la tranquilidad de la balada pop tradicional. 

Si bien los primeros pasos de Travis fueron elogiados por su esencia rítmica, explorativa y electrizante, también es cierto que sus continuos choque con propias limitaciones relacionadas a la elección de un rumbo musical específico –aún con esos picos brillantes titulados The Invisible Band (2001) y 12 Memories (2003)– sumergieron a la banda en una extraña irregularidad de la que pudieron escapar parcialmente gracias al espíritu alternativo de Where You Stand (2013) y Everything At Once (2016). Es esta molesta puja entre lo clásico y alternativo lo que reina en 10 Songs (2020), un trabajo que va de mayor a menor y termina dejando más interrogantes que respuestas de cara al comienzo oficial de la tercera década de uno de los conjuntos más longevos de la música contemporánea.  

La sonrisa que se dibuja en los primeros segundos de “Waving At The Window” tiene una razón de ser absolutamente lógica: a bordo de una ráfaga elegante y veloz desde el teclado, Travis brilla como conjunto asentando todo lo que ya se conoce de ellos. Crudeza y potencia, Fran Healy, Andy Dunlop, Dougie Pain y Neil Primrose vuelven a regalar una de esas melodías que jamás envejecerá con el paso del tiempo. Navegando entre las olas de la calidez y de la nostalgia, los escoceses llevan la canción hacia niveles épicos con mucha facilidad. Claro que sus recursos no se terminan allí: descenso hacia el folk moderno, “The Only Thing” suma más belleza al panorama con un acertado arreglo de cuerdas y la compañía de Susanna Hoffs, quién le da a la pieza un toque más barroco con su soltura y prolijidad. 

Amagando con mantenerse en los terrenos de la tranquilidad, Healy y compañía proponen un giro radical de la mano de la oscuridad experimental de “Valentine”, siendo esta la primera incursión eléctrica del disco y suficiente como para prender fuego la habitación. El dolor y la melancolía viven en la voz de Fran Healy hace tiempo, pero este sorpresivo acercamiento al costado más complejo del rock alternativo consigue la atención definitiva de la sala, para luego desperdiciar la oportunidad de generar un estallido: “Butterflies” se sostiene con los retazos de lounge pop y jazz cortesía de la agilidad de Primrose, pero peca de repetitiva en lo referido al enamoramiento respecto de una atmósfera relajada y playera. 

La esencia lennonesca es notoria en la interpretación vocal de Healy en “A Million Hearts”, otro de los puntos altos de ’10 Songs’, siendo este tema lo más cercano al sonido que Travis pudo asentar en la segunda parte de su carrera. El vagón de la nostalgia y el desamor vuelve a ser empujado por los escoceses y las texturas pueden sentirse directamente en el corazón; esta canción duele y demuestra que, a veces, con menos se puede maximizar el resultado y que no hay nada más efectivo que mostrar todos los sentimientos sin miedo al dolor ni a la reprobación. Pero cuidado.

Western alla Travis, la vigorosa y voluminosa “A Ghost” es tracción a sangre y épica de estadios pura. Es  una demostración de todo lo que Travis siempre pudo llegar a ser y, al mismo tiempo, se erige como uno de sus muros más difíciles de superar hasta el día de la fecha. Nadie puede dudar de la capacidad seductora de esa combinación llena de chispa y emoción entre piano, batería y voz, pero cuando deja de ser una herramienta para innovar y pasa a ser una pesada ancla en el Brit-Pop originario, significa que las (nuevas y buenas) ideas pueden estar empezando a desvanecerse.

Lamentablemente, esta tendencia se consolida en dos baladas consecutivas (“All Fall Down” y “Kissing In The Wind”) que apenas si agregan algún cambio en su estructura y que se prueban innecesarias por repetición contemplativa en un álbum que de por sí posee una estructura baladística. De nuevo, hay que decir que la belleza existe, pero al costo de una monotonía que no se termina de romper en una épica de estadios más bien trillada como “Nina’s Song” y en un giro experimental interesante apoyado en todas las posibilidades de la voz como instrumento (“No Love Lost”) que vuelve a llamar la atención, pero sin por ello lograr escapar de una trampa que, a esta altura de las cosas, parece auto-impuesta o directamente inevitable. 

El regreso de Travis de la mano del esperado 10 Songs es tan bello como disparejo, algo que se inscribe a la perfección dentro de una historia con demasiados altibajos, siempre timoneados por un innegable talento individual y colectivo. Sus puntos más elevados e inspirados (“Valentine”, “A Million Hearts” y “A Ghost”) son un vívido retrato de cómo la banda ha podido sacar lo mejor de sus constantes e históricas luchas internas, sin por ello dejar de contrastar de forma chocante con siete canciones que oscilan con indecisión entre el apego a lo que nunca falla y la tranquilidad del fogón acústico. ¿Se puede hablar entonces de una estructura y/o coherencia sonora y estética en 10 Songs? Claro que sí. Sería un error considerarlo un mal trabajo. Pero es imposible ignorar el hecho de que Fran Healy y sus compañeros eligieron, una vez más, apoyarse en una contemplación pasiva de la propia belleza y prolijidad antes que adentrarse de lleno en los terrenos de la verdadera transformación. //∆z