El filósofo y escritor acaba de publicar Mis héroes, en el que homenajea a los artistas que lo conmueven. Hablamos con él de Houellebecq, Amélie Nothomb, Maria Elena Walsh, de por qué no habla más de política, de su relación con el periodismo, y más…

Por Alejo Vivaqcua
Fotos de Florencia Alborcen

Con la salida de su primer libro en 1987 Tomás Abraham iniciaba una carrera como escritor que lo  insertaría en la vida pública luego de estar durante años dedicado enteramente al ámbito académico. Pensadores bajos llegaría en una etapa de su vida en la que había alcanzado el reconocimiento como profesor universitario. Pero antes de eso habían sucedido muchas cosas. Después de pasar su adolescencia en la Buenos Aires de los primeros ´60, Abraham huyó del país cuando la dictadura de Onganía enfocó su aparato represivo en la vida universitaria. Recaló en París, una ciudad que en ese momento era un hervidero cultural y social y que tendría su punto cúlmine con las revueltas de mayo del ´68. Luego de graduarse en Filosofía y Sociología, viajó por el mundo hasta que a principios de los ´70 decidió volver al país.

Este año publicó por Galerna una serie de ensayos dedicados a los artistas a los que admira. Es, según cuenta, algo que tenía pendiente desde hacía rato. En Mis héroes habitan por igual escritores tan disímiles como Witold Gombrowicz, Franz Kafka o Ernesto Sábato, músicos como Bob Dylan, Maria Bethânia o el canadiense Glenn Gould, cineastas de la talla de John Cassavetes o Werner Herzog y pensadores como Jean-Paul Sartre y Tulio Halperín Donghi, entre muchísimos otros. La prosa de Abraham es amena y entretenida, y no hace falta conocer la obra de todos los que aquí se mencionan para entrar en el mundo de ellos y, por supuesto y más que nada, en el de quien los homenajea. Abraham recibe a ArteZeta en su estudio de Palermo. Las fotos de muchos de los héroes cubren las paredes. La primera pregunta parece inevitable.

AZ: ¿Por qué sale este libro, por qué en este momento de tu vida? Algunos son ensayos que salieron en el diario Perfil.

TA: Vino Gonzalo (NdR: Garcés, editor de Galerna) y me ofreció publicar algo. Algunos ensayos los saqué en mi blog (Pan Rayado) también. Escribo todo el tiempo y no publico en papel todo lo que escribo, entonces hace muchos años que vengo haciendo muchas cosas y con géneros de los más variados. Tenía ya pensado sacar un libro con estos mismos textos, aunque tenía otra configuración. En un primer momento quería que se llamara “Lo bello seco”, en homenaje a Gould. Después me di cuenta de cuántos escritos tenía de gente que realmente me importa mucho. La palabra “admiración” la tenía en mi mente hace bastante tiempo a raíz de una lectura que hice hace muchos años de Deleuze. Noté que quizás estos textos tuvieran algo que ver con eso, y después quise condensar esa idea de admiración con los referentes. Se me ocurrió que la palabra que merecían era “héroes”, no ídolos ni nada por el estilo.

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AZ: Editaste a principios de los ’90 la revista La Caja, que duró tres años. ¿Cómo recordás esa experiencia en un momento particular de la Argentina?

TA: Sí. Se editó del ´92 a ´95. La Caja fue una revista extraordinaria. Desde el punto de vista estético y literario.

AZ: Decís en el libro que le dabas mucha importancia a la fotografía…

TA: Era una revista en formato tabloide con fotografías blanco y negro en alto contraste.  (Busca unos ejemplares de la revista y los muestra)

AZ: En una está Zaffaroni…

TA: ¿Zaffaroni? (risas). Otras épocas. Ni recuerdo ya con la gente que me junté. Esa época fue muy linda. Llamé a Christian Ferrer, a quien le dediqué ‘Mis héroes’, y busqué otros escritores después. Las fotos las aporté yo, porque siempre fui un aficionado a la fotografía, desde joven. Quería hacer esta revista, que tuvo diez números. Salieron más o menos tres o cuatro por año. Y bueno, allí puse a mis héroes. Empecé con Cassavetes y Schulz en el primer número, después estuvo Billie Holiday, Peter Lorre, y así. Entonces allí fue que, como en este libro, incluí a mis admirados. Estaba Foucault como también Bob Dylan.

AZ: Hablemos de Mis héroes. Uno de los primeros ensayos es el de María Elena Walsh, de quien remarcás, entre otras cosas, su romance con Buenos Aires. Eso es algo que recorre el libro, tu sentimiento hacia Buenos Aires. Hablás de cómo Francis Ford Coppola filmó la ciudad, también de plaza Las Heras. Vos decís que sos un filósofo local, que tenés tus preocupaciones enfocadas en Buenos Aires.

TA: En este libro está tanto Buenos Aires como está Polonia. Cuando hablo de Márai está Budapest. La geografía de mis admirados es universal. Glenn Gould en Canadá y su viaje a Rusia. O Herzog y su inmensidad en cualquier parte del mundo. Mis héroes son planetarios. Soy tan local como cualquiera, pero mi mente no es local. Me ocupo de la coyuntura política argentina, de la realidad mediática, de los sonidos argentinos desde hace muchísimos años. Es parte de mi trabajo intelectual. Somos todos locales, inevitablemente locales.

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AZ: De Walsh resaltás su amistad con Bernardo Neustadt. Decís que a pesar de no compartir sus ideas políticas le tenía mucho afecto. Remarcás que ella desafiaba a ciertos prejuicios de la progresía argentina. Esto es algo que a vos siempre te molestó, los prejuicios de eso que vos llamás la “pacatería cultural”.

TA: María Elena Walsh era inteligente. Además tenía una cierta dosis de conocimiento de las cosas como para no montarse a hacer leña del árbol caído y tener estos prejuicios que quedan bien. Ella era así, tenía esta relación amistosa con Neustadt como también fue al estreno que hizo Gerardo Sofovich de sus canciones. Estaba por encima de este puterío local. Yo me identifico con ella en ese sentido.

AZ: Le dedicás un artículo a los Seminarios de los jueves, el grupo con el que te juntabas hasta que terminaron en 2015. Hablás de amigos y colegas como Carlos Correas y Alfredo Tzveibel. ¿Cómo recordás esa experiencia ahora a la distancia?

TA: Ese fue mi sitio de docencia. Allí hice mi universidad. Primero empecé en 1984 con el Colegio Argentino de Filosofía (CAF) durante ocho años, donde había intelectuales. Estaba Alejandro Russovich, que era el continuador del pensamiento “gombrowizciano”, estaba Hebe Uhart, Carlos Correas, también Alicia Páez. Era gente de bastante creatividad intelectual. Esa fue mi primera universidad paralela a la oficial. Quería tener mi territorio propio porque sabía que en el otro no iba a pasar nada, a pesar de que en el otro me mantuve. Esto cerró en el ’92, donde ahí decidí hacer la revista y empezar a escribir todo el tiempo. Y después, en un momento dado, a pesar de tener la cátedra en la UBA, nace el Seminario de los jueves. Estuve veinte años. Es una idea que yo tuve de abrir el grupo de profesores de Filosofía que me acompañaban en la UBA a gente de cualquier lugar que viniera al azar, siempre y cuando cumpliera el protocolo, que era estudiar. Con el CAF  sacamos un solo libro, Foucault y la ética. Pero con el seminario sacamos seis, en donde se reunieron todos los oficios que te puedas ocurrir, todas las edades,  y con esta especie de consigna de “cualquiera puede estudiar filosofía si se pone”. Y allí trabajé mucho todos los jueves tratando de animar el debate, y bueno, hasta que el año pasado me retiré.

AZ: Y en el mismo artículo, “El Kafka de Correas”, decís que “en los ´60 se creía que los libros podían cambiar al mundo, y los escritores eran maestros de juventud”. Pero también que “hoy, con los nuevos soportes (el cine, el rock, la televisión), leer ya no es lo mismo de antes”. ¿Es una mirada cínica y pesimista?

TA: La sensibilidad cambia. Los soportes materiales cambian nuestra sensibilidad y nuestra mente. El cine cambió a la gente. Las redes sociales también, como nos modificó el alfabeto y la imprenta. No somos receptores de las cosas del mismo modo. Ir al teatro hace cincuenta años no era lo mismo que ir al teatro ahora, porque era el único lugar donde había visibilidad. Entonces la gente iba al teatro y ya ir era un acontecimiento, no importaba si la obra era buena o mala. Eso es aparte. Porque era el lugar de la representación. Hoy el lugar de la representación no es el teatro, es parte.  Hoy en día la representación tiene forma de pantalla, y cada vez más chica, y manipulable de varios modos. Entonces eso que digo en el libro por un lado se refiere a las formas de la representación. Por otro lado creo que, efectivamente, como leía el otro día ya no me acuerdo dónde, porque leo tantas cosas que ya no me acuerdo quién lo dijo… estaba leyendo que alguien discutía sobre la literatura, pero que no es una crisis de la literatura, decía uno, sino una crisis de los lectores. María Elena Walsh decía “no hay interlectores”. No interlocutores, interlectores. Ya no hay gente que lee libros. Podés comprar un libro sobre lo que dijo este o el otro, sobre un secuestro, sobre el peronismo, libros de coyuntura y actualidad, pero lo otro es muy limitado, y entonces se lee de otro modo. En la época en la que yo era adolescente el escritor y el novelista eran formadores de juventudes, así como podés decir que los filósofos eran formadores de juventudes de la Alemania de Marx.

AZ: Hablás de Sábato en ese sentido…

TA: Era también formador de juventudes. Yo tenía dieciséis años e iba corriendo atrás suyo. Hoy en día un pibe de dieciséis va a ver a La Renga.

AZ: De lo que escribiste sobre Sábato en el libro queda la sensación de que es una especie de reivindicación, porque Sábato, se sabe, es criticado en general. Por ejemplo, en la facultad. Está mal visto, es una mala palabra.

TA: Sí. Yo fui testigo de toda la basura que le tiraron. Gente que  no le llega ni a… fanáticos. Gente que anda buscando  la miseria. Que porque se reunió con Videla, o porque era antiperonista, o porque odian a la CONADEP, porque la quieren basurear para enaltecer la ESMA de Kirchner. Yo simplemente quise recordar en el libro lo que significó Sábato en los ´60 para los jóvenes, para la literatura, para Abelardo Castillo. Quise recordar qué fue Sobre héroes y tumbas, qué nos pasaba cuando leíamos eso. No sé qué me pasaría ahora, pero qué nos pasaba antes, o qué nos pasaba con Rayuela. Fueron libros fundamentales para una juventud.

AZ: En ese momento también estaba Las venas abiertas de América Latina

TA: No, bueno.  Eso lo dejo de lado porque me parece medio un panfleto…

AZ: Pero que hoy en día también es bastante criticado, digo…

TA: Ah, sí, pero realmente tuvo tanta gloria ese libro, y tantas ediciones, tantos editores vivieron de eso que hasta hoy en día lo reivindicaría a Galeano, porque lo han usado y abusado. Pero esto era literatura lo que te digo, eran los nuestros, como los del boom. Los nuestros eran esos, Sábato y Cortázar. No Borges. Borges iba por otro carril. Y realmente era masivo. Tenemos que tomar en cuenta que las librerías de la calle Corrientes eran lugares de culto. De adolescente me fui a vivir a Paris, e iba a una librería del llamado Barrio Latino y no podía entrar de la cantidad de gente que había. La librería de (François) Maspero, donde estaba la literatura de izquierda, donde estaba Sartre, Régis Debray, la de moda de la izquierda francesa. No podía entrar por la cantidad de gente que había alrededor de las mesas. Había una fuerte impronta literaria en una época en la que Sobre héroes y tumbas fue un eje. El personaje de Alejandra… Quise hablar de eso en el libro y de la nobleza del escritor. Siempre me pareció un hombre noble, más allá de las calidades literarias, porque, por ejemplo, me permito una broma con él. El artículo se llama “Apagón, el exterminador”, y no “Abbadón”. A él se le cortó la leche en un momento dado. Lo llevé a la facultad y fue poca gente, al revés que con Borges. Y el hombre seguía hablando de que la ciencia mecaniza al hombre y que la literatura pega en el estómago…un romanticismo medio de café.

AZ: Abelardo Castillo decía que nunca le creyó esa imagen de maldito. Que Sábato era un hombre que amaba la tristeza pero que los iba a sobrevivir a todos en edad.

TA: De hecho vivió muchos años, y, sobre la imagen de maldito, Abelardo Castillo también lo desafiaba a ver quién la tenía.

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AZ: Hablando de Michel Houellebecq, en el libro analizás Sumisión. Decís que tiene una gran idea de lo que pasa en Europa, al menos en esta novela. ¿Vos lo ves a él como un novelista de ideas -a la manera de, por ejemplo, Thomas Mann, a quien también nombrás en el libro- o lo ves más como un hombre que sabe captar el espíritu de una época determinada?

TA: Sí, más bien lo último. Capta el espíritu, es un muy buen observador. Husmea bien lo que está pasando. Es un muy buen observador de la actualidad. Es decir, él puede estar al tanto de las últimas novedades del marketing y sobre eso hacer una novela. Imaginate vos que con esta idea… por qué, sin ser un sofisticado literario en cuanto a estilo, porque no te pega con el estilo sino que él va y hace una crónica y demás…¿por qué pega tanto? Porque lo que dice es probable. Mirá lo que pasó en Londres con el alcalde musulmán. Él lanza en la novela una presidencia musulmana y es verosímil. Porque si hubiera sido una cosa inverosímil nadie le daba pelota. Él extrema las tendencias de su presente. No está pasando hoy, pero podría llegar a pasar de acuerdo a lo que ocurre ahora. Es un muy buen observador en ese sentido. Tanto de los turismos sexuales como de las cuestiones políticas, del rol del dinero o del snobismo en el ambiente en la cultura…

AZ: Y se relaciona con lo que decís de la inteligencia de los escritores. Hacés la diferencia entre la erudición de Thomas Mann y la inteligencia y belleza afectiva de Amélie Nothomb. ¿Qué te gusta de ella?

TA: Hablo de su inteligencia y de su modo de mirar. La inteligencia no es hacer rápido un cálculo, necesariamente, o jugar muy bien al ajedrez, que también puede ser. Por ejemplo, volviendo a lo anterior, me interesó el libro que hicieron juntos Bernard-Henri Lévy con Houellebecq porque es un filósofo y un novelista, y eso se huele. Henri Lévy es un tipo inteligente, es un buen pensador, pero le importa la verdad. Y a Houellebecq le importa un huevo la verdad. Él no tiene ningún problema en hacer trampa, en ser astuto, en contradecirse, decir que es ciclotímico. Hay cosas que no sabe y no le importan. A Henri Lévy le importa todo porque, claro, él busca el sentido de todo. A mí siempre me gusta confrontar pensamientos, tensiones y esas cosas. Y con respecto a Amélie Nothomb, de ella me gusta su prosa, el modo en que lee, su mirada tan sintética y tan concisa, y el libro que más me impresionó de ella es Estupor y temblores, que me parece una obra maestra del budismo terrenal.

AZ: Ella dice que por ese libro en Japón le hicieron la cruz. Dice que eso le molesta porque no quiso ofender a los japoneses…

TA: Hizo muy bien en ofenderlos.  Era hora de que alguien lo hiciera. El budismo empresarial, ¿no?, está en esa novela. Ahora que tenemos un presidente budista (risas). Ella habla muy bien del budismo empresarial.

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AZ: Volviendo a Houellebecq, es inevitable preguntarte por la situación en Francia. No sólo por los atentados sino por estas protestas de “Nuit Debout” que están realizando los jóvenes en las plazas francesas contra la reforma laboral. ¿Cómo ves la situación general en Europa?

TA: Es una situación global con las nuevas generaciones. No tienen lugar. Está instalada una crisis estructural en el sistema. La productividad y los avances tecnológicos del sistema no incluyen a la gente. La expulsa, porque la máquina expulsa. Hay un grupo muy restringido de especialistas que tiene acceso a ese conocimiento, a ese manejo, y hay cada vez más gente que está un poco más afuera. Y esto se convierte en una sociedad muy elitista. Es una cuestión en la que los jóvenes no entran y a los viejos se los raja. Hay cada vez más problemas con lo que se llama asistencias sociales. El aspecto de integración tiene que ver con los franceses mismos, no con los franceses musulmanes ni con nada, sino con los hijos de la burguesía. No tienen lugar.

AZ: Hablando de Francia, en el ensayo dedicado a Antonio Berni remarcás que él se pudo haber quedado en París pero que decidió volver a la Argentina. Como que necesitaba ser reconocido afuera para validar su carrera. ¿Es un poco tu historia esa, la de haber vuelto?

TA: Yo viví unos años en Francia y después recorrí un poco el mundo. Y volver fue todo un tema. Yo me fui a Francia y me fui hasta Japón viajando y recorriendo. Me instalé poco tiempo en Japón. No tenía adónde ir. Entonces al final volví y creo que encontré mi lugar.

AZ: El año pasado publicaste una novela, La dificultad, en tu primera incursión en la ficción. ¿Cómo creés que fue recibida?

TA: Vos sabés que el tema de la recepción de los libros que uno escribe es algo muy raro. Creo que fue muy bien recibida porque recibí algunos comentarios de gente que me importa. No es una cuestión de omnipotencia, pero es la sensación que tengo cuando escribo sobre lo que de verdad me importa…es decir, yo creo que es una novela extraordinaria. Y después se dirá, no sé. Pero hubo algo de buena recepción de alguna gente que escribe, que en general no he recibido nunca de esos. Muchos libros míos ni siquiera fueron comentados.

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AZ: ¿Creés que en los medios te buscan más por tus opiniones políticas, para tener un título picante, que para hablar de tu trabajo?

TA: Sí, porque me convertí en algo mediático. Eso interesa. Interesa porque soy un “respetado analista político”, entonces me llaman por eso. Sobre la Argentina, porque acá nos interesa sólo lo que pasa en el país. Y la política es sólo lo que dijo, no sé, Marcos Peña o lo que dijo Aníbal Fernández o el pedo que se tiró la Carrió. Entonces van por ese lado. Puedo escribir un libro sobre… Me acuerdo una vez que la periodista seria y formada Mónica Gutiérrez me llamó cuando yo había escrito un libro que se llama El último oficio de Nietzche. Entonces cuando escribo un libro, y me llaman, generalmente voy. Ahora ya no tanto porque no quiero hablar de política. Pero antes iba. Entonces voy, y era para hablar del libro. Y ella dijo “Bueno, Tomás Abraham acaba de publicar un libro sobre Nietzche. Tomás, ¿qué opinás sobre lo que pasó entre Coppola y Maradona?”. Eso fue todo. Entonces yo qué le voy a decir. Ya estaba ahí. Y como yo opino sobre todo, y era lo que le interesaba…Es muy raro que alguien me llame por un libro que tiene que ver con literatura o con filosofía. Y, en los programas culturales que se ocupan de eso, no leen el libro. Entonces vienen y siempre te dicen lo mismo. Hay algunos que son directamente caricaturescos como Osvaldo Quiroga, que nunca lee nada. Lo que le gusta es que lo alaben a él y vayan al programa, y siempre te dice “lo acabo de recibir”. Entonces colecciona libros y no tiene la más puta idea de qué se tratan. Es muy raro encontrarse con un periodista que te entreviste habiendo leído lo que vos hiciste.

AZ: Sobre La dificultad, ¿era una deuda personal lo de escribir ficción?

TA: Yo no escribo por deudas. A mí me gusta escribir. Tengo un efecto literario en mis ensayos. Eso significa que hay un juego. No hago monografías. Lo que pasa es que la parte de ficción no es lo mio. Pero en un momento me pareció que había algo, que tenía una obsesión personal. Una especie de nudo, un callo en mi vida, algo sobre lo que quería hablar. Y que no era teórico, era existencial. Y que eso necesitaba de una forma para ser escrito.  No quería escribir sobre filosofía o política. Yo quería escribir algo que me involucrara personalmente. Y encontré la forma creando personajes y tratando de desplegar ese nudo en una historia, para tratar de contarlo y saber de qué se trataba todo.

AZ: ¿Te gustó el proceso?

TA: Fue fantástico. Porque no tuve que estudiar nada. No tuve que leer a nadie. Simplemente tuve que viajar hacia un lugar que hace mucho tiempo no había visitado.

(Suena el teléfono. Atiende. “Ah sí, hola, qué tal”. Agrega: “No hablo de política, perdón, me lo tengo prohibido. Chau”. Cuando corta, cuenta: “Era la productora de un programa de radio. Siempre llaman”).

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AZ: Tenés una rutina para escribir, sos bastante metódico, ¿no?

TA: En realidad soy matinal, entonces empiezo temprano.

AZ: ¿Estás al tanto de la nueva literatura argentina?

TA: No. No tengo tiempo. Porque tengo que estudiar. Yo no leo, estudio. Es todo utilitario. Es un oficio. Tengo que producir algo, entonces no tengo tiempo para leer. Todos estos libros que ves acá en mi escritorio sirven para luego volcarlos en un libro. Siempre estoy preparando un nuevo libro. Para mí el ocio es la tele y la radio. Y, dentro de la tele, las series y el fútbol. Vélez, la Selección, el Bayern Munich, el Tottenham, Tigre contra Dock Sud, lo que venga. Veo muchas series. Ahora vi en Netflix una que se llama Horace and Pete. Me toca ver la segunda temporada de Happy Valley. Bueno, Mad Men es extraordinaria. The Killing también. Después vi en estos días una francesa que se llama Marseille, con Gerard Depardieu. Va, no es gran cosa pero va. Ése es mi ocio. No es la literatura. Porque, imaginate, después de leer y escribir todo el tiempo lo único que me faltaría es seguir leyendo.

AZ: ¿Y relées mucho o volvés a ver muchas películas? Decís en el libro que volviste a ver la filmografía de Fellini.

TA: Casi no releo. Ahora estoy leyendo a Sartre después de veinticinco años. Para un libro. Pero el cine es distinto, porque me olvido de las películas. A Manhattan la vi un montón de veces, porque me relajo y no retengo. De Fellini te puedo ver de nuevo Entrevista, por ejemplo, pero porque me gusta, es un placer.

AZ: Por último, ¿seguís parando en el bar Varela Varelita, al que también iba Héctor Libertella?

TA: ¿Pero cómo voy a ir ahí? ¿Qué soy, un viejo sin dientes? Habré ido alguna vez. No, yo visito los bares de esta zona. Hace veintitrés años que me mudé a este barrio. Yo voy a Mama Racha, a Bartok, a esos bares. Soy un hombre de Palermo Soho (risas).//∆z