Por Rodrigo Ramos

Mi remera favorita hoy descansa en el fondo de un balde que quedó perdido por el patio de una casa a la que me acabo de mudar. Le faltan las mangas, como desde el primer día, en que se las corté, y se estiró casi dos talles en las humedades de los pogos de los últimos tres años del secundario.

Remera Rockera Rodrigo RamosLa pilcha como el DNI, el distintivo que te identifica con el gusto, las calenturas y la ideología. Llevarla como una bandera a recitales que no representaba y que te digan “qué raro vos ricotero acá”. Esa noche Monoto era vecino en un mingitorio de un bar de San Telmo, donde con un amigo habíamos caído a ver a Cuffa Roll y éramos diez en todo el boliche. Me contó de sus años de formación acompañando las canciones redondas y de los prejuicios. “Si te gusta Miranda! te puede gustar el Indio, ¡está todo bien!”. La guitarra de Lolo la estaba rompiendo y en ese pico de popularidad hubo relajo en el baño charlando un rato de esa remera, que blanca con un dibujo de Rocambole en gris y vivos rojos con el nombre de la banda pintado de celeste en la espalda, siempre robaba algún elogio. “Tiene batallas, no dejes de traerla” pidió Limón la noche de presentación de un disco en Arpeggios. Tenía un par más que usaba seguido, pero a él le gustaba esa.

Apta para el fútbol de la calle o para llevar a una chica del barrio a tomar un helado. Bajo amenaza de terminar en la basura (en casa no la podía usar) o manchada de sangre de alguna rosca de pendejo.

“Tratá de vestirte mejor” me dijo una vez un rector de facultad en la primera devolución después de la cursada. “No queda bien, la presencia es importante”. No le gustaba que curse con los jeans rotos y el garabato de la cara de Solari mirándolo desde el fondo del aula. Algo de razón tenía, pero era una declaración de guerra. “Sacate esa mierda!” era la nota que estaba pegada en una bolsa de Locuras donde llegaban tres modelos distintos de remeras ricoteras, regaladas por amigos que hicieron una vaca porque estaban rotos-las-bolas de verme siempre igual.

Y traté. En esos años le puse onda al reclamo del entorno para dejar de lado la impostura redonda, el gen ineludible que me obligaba a expresar que yo era tan ricotero como mis hermanos que tenían más misas encima que el más santo de los monaguillos. Pero no había caso.

Mi remera era afanarle Luzbelito al de la cama de al lado a los 9 en una vacación familiar y aprenderme los temas pasando tardes enteras adelante el equipo con la caja del disco en la mano. Mi remera fue un recurso de indumentaria cuando me invitaron a los pedos a un show de Rata Blanca y los metaleros blandos me miraban de reojo como si los estuviera invitando a los guantazos. Mi remera era el carné en el barrio propio y en los vecinos para ir a recorrer pooles y llegar avisando en silencio que en la maquinita de la música mando yo por un rato.

No fue souvenir de ningún recital ni perita en dulce. Apareció en casa un día. Y siempre vino conmigo.

Hace un par de años que no la uso. Cambie la tela por la tinta y lo que tenía para decir a través de los nombres de los shows que aparecen en ella, lo resumí en un par de tatuajes. Porque la ropa cambia y se gasta como uno. Hasta que te quemás en lo áspero de la tela o probás una nueva.

Y ya no uso remeras rockeras. Ahora son lisas en lo posible. No me gusta llevar el sello de ninguna marca ni hacer propia alguna leyenda random que no me pertenece. Ya bastante escracho tengo en la piel como para seguir sumando quilombo al combo.

Hoy mi remera es un recuerdo de hace diez años tirado en un balde. “¿Con ésta qué hacemos? ¿La tiramos?” me preguntó mi vieja cuando me ayudaba a limpiar el depto nuevo mientras terminaba de mudarme. “No, no la voy a tirar todavía. Para algo me puede servir.”//z

Rodrigo Ramos, tengo 27 años y no me gustan nada las descripciones propias en tercera persona. Hice un montón de cosas que no importan. Laburo en TV y extraño la radio. Tengo tres gatos y soy hincha de Boca. Aguante Boca.

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