En su tercera novela, publicada por Mardulce, el escritor porteño presenta a un personaje  que se mimetiza y se construye a partir de los rasgos ajenos.

Por Raúl A. Cuello

La novela —en su carácter de artefacto simbólico portador de sentido— se figuraba como una gran promesa literaria. No resultó serlo, sin embargo, porque los que seguimos a Leonardo Sabbatella (Buenos Aires, 1986) desde su primer libro (El modelo aéreo) sabemos de qué materia se constituyen sus ficciones: de un sinfín de temas diversos interconectados elegantemente entre sí.

La atmósfera del Sebald de Los anillos de Saturno parece querer imponerse cuando Pratz (el protagonista de Tipos móviles) sucumbe durante una caminata en la playa y se despierta más tarde en un hospital, contemplando el paisaje por la ventana. Aunque Pratz se desplaza de aquí para allá constantemente, la figuración del caminante, del flâneur solitario, aparece de manera sutil pero no se termina de imponer en lo que resta de la historia. Lo que resalta aquí son los saltos temporales del personaje entre su niñez y el presente. En ese ir y venir se van registrando las particularidades fisiológicas de Pratz, su historia familiar, su derrotero laboral y desavenencias personales; poco a poco Sabbatella va construyendo a su (anti)héroe. No obstante, los contornos del mismo son irregulares, como si quien estuviese intentando esbozar el retrato padeciera un agudo astigmatismo.

Hay una frase que Constantino Bértolo trae a colación en La cena de los notables,  una del maestro Leo Spitzer que dice “leer es haber leído”. Sabbatella parece conocer ‘a pie juntillas’ esta expresión: no solo Pratz, también el resto de los personajes secundarios se constituyen a partir de rasgos extraídos de lo literario, como ese compañerito de escuela de Pratz al que llaman “el quemado” y que porta consigo “pequeñas piedras en los bolsillos” como lo hace el Molloy de Beckett; trabaja, a su vez, con una microideología de los diversos dispositivos tecnológicos y su evolución en la modificación de las formas de la escritura homenajeando de alguna manera a Ultimas noticias de la escritura de Sergio Chejfec (de quien, además, se nutre en su búsqueda de una literatura que ralentiza las acciones). También hay en el libro guiños implícitos hacia las obras anteriores del autor y hacia algunas de sus aficiones, como la deportiva (e.g. el avión ‘azul y rojo’ que Pratz conserva de su niñez).

Hasta ahora poco o casi nada se ha dicho de la novela en sí y de la forma en la que su protagonista se desenvuelve. Casi sin coordenadas vamos conociendo las características de Pratz, alguien que parece constituirse solo a partir de rasgos ajenos: la caligrafía de los otros, cierta forma de vestir o de actuar que ensayan lo mimético, varias expresiones repetidas. Como el Zelig de Woody Allen, Pratz es, en cierta forma, muchos y nadie. Tantas caras suyas se van mostrando que uno termina preguntándose casi al final del libro si Pratz está compuesto de materia o de aire, si posee algo de sí o solo es un pálido reflejo de los otros; el narrador (en consonancia con lo que nos preguntamos) postula su propia teoría: “Como si su vida fuera un mecanismo de tipos móviles, Pratz ha escrito cada vez que pudo un nombre distinto, una forma de vida copiada y reproducida a su manera, tomando destinos prestados”. Sobre la constitución de un personaje —que Sabbatella dosifica a discreción— cabe la hipótesis que postula Abbas Kiarostami en Copia certificada (2011), a saber “es mejor una buena copia que un original”. La lectura de Tipos móviles permite darle un giro de sentido a la cuestión.

TIPOS MÓVILES

Tipos móviles, de Leonardo Sabbatella

Mardulce Editora (2017)

144 págs.