Entre la biografía, la entrevista y el ensayo el periodista entrecruza los géneros y toma riesgos narrativos para contar, a través de la historia del último disco de Invisible, el universo compositivo de Luis Alberto Spinetta.

Por Matías Roveta

Tigres en la lluvia (Vademécum, 2017) no es una simple biografía de rock: acá hay datos acumulados, es cierto, pero también hay ensayo, crítica y literatura. El principal mérito de Graziano es cómo logra conjugar tres miradas complementarias para analizar uno de los mejores discos del rock argentino. Está el oficio periodístico y la investigación rigurosa que le permite, por ejemplo, escribir él mismo una crónica brillante de un show de Invisible en el Luna Park en agosto de 1976, apoyándose en artículos de la época; está el costado de escritor, a partir del cual el autor da rienda suelta a su gran prosa y -a la hora de introducir un dato o anécdota- construir escenas que le deben bastante a la ficción: para narrar el encuentro entre Luis Alberto Spinetta y Jorge Luis Borges, ni más ni menos, Graziano describe el departamento del escritor (“antiguo, discreto, precioso”), recrea el clima en el cual se desarrolló el encuentro (“Borges estaba sentado en su postura icónica: las manos apoyadas sobre el bastón, el mentón apuntando hacia los ventanales, la mirada disuelta en sus pensamientos”) y hasta usa guiones de diálogo. Y, por supuesto, está la mirada de crítico musical: El jardín de los presentes –dice el autor- forma parte de “la involuntaria trilogía urbana de Luis Alberto Spinetta”, “un collar de tres piedras (que completan Almendra, de 1969, y Bajo Belgrano, de 1983) donde Spinetta, en medio de un largo proceso de investigaciones formales, parecía condescender a la mera canción. A la melodía cantábile y la viñeta para pintar la aldea: la plaza y las palomas, la radio AM, el club de barrio, las estampitas, los exilios, el vino sacramental y los visos del amor maduro, los animales domésticos, la tristeza, la cárcel y cada día ganado y perdido en la Buenos Aires ominosa de 1976”.

Este concepto se desarrolla a lo largo del libro con argumentos precisos. El debut Invisible (1974) introdujo las bases para pensar en una nueva idea de trío rockero (“una dinámica diferente para el status quo del trío”, explica Graziano). “El formato de trío necesita el fuego del descontrol y el volumen. Invisible desafiaba esa naturaleza de los tríos: si hasta entonces tenían que sonar como diez, nosotros sonábamos como diez, pero también como tres, como cuatro, como uno, como seis, como siete”, explica Pomo, responsable de contruir la base rítmica virtuosa junto a Machi. En efecto, Invisible no se parecía ni a Cream ni a The Jimi Hendrix Experience o Manal, pero tampoco a contemporáneos como Pappo’s Blues o Color Humano: en ese primer disco, claro, estaba el hard rock de base blusera (“Suspensión”), pero también había cadencias jazzeras (“Jugo de lúcuma”), guitarras acústicas y armonías complejas junto con pasajes instrumentales que marcan el paso de la psicodelia al rock progresivo (“El diluvio y la pasajera”). Durazno sangrando (1975) ofrecía una hermosa balada electroacústica que da nombre a la obra, pero sobre todo piezas musicales extensas, como “Encadenado al ánima” o “En una lejana playa del animus”, que tenían letras conceptuales inspiradas en la lectura de la obra taoísta El secreto de la flor de oro.

Ante ese panorama, Spinetta decidió volver a un formato más cancionero y escribir textos cargados de poesía urbana: el monstruo de tres cabezas (Spinetta-Machi-Pomo) se vio reforzado por la incorporación de Tomás Gubistch (que brilla con su solo de guitarra santanesco en “Alarma entre los ángeles”), y la banda incorporó reminiscencias tangueras para reforzar el anclaje porteño del disco (la nostalgia nocturna de la balada jazzera “Los libros de la buena memoria”) y regaló un himno como “El anillo del Capitán Beto”, repleto de guiños emotivos que hablan de Buenos Aires: colectivos, de nuevo el tango, el mate, el café y el fútbol. Otro punto alto es la memorable “Perdonado (Niño condenado)”, atravesada por guitarras apabullantes y de corte progresivo, y uno de los mejores solos que Spinetta registró en un estudio; la letra está inspirada, según le contó el propio cantante a Eduardo Berti en el libro Crónica e iluminaciones, en una perra llamada Amapola que vivía con él en la casa de sus padres en la calle Arribeños, de Belgrano: “Sentí que era casi un ser humano, pero que ciertos designios la habían condenado a ser un can. Allí nació la idea de un niño condenado a ser perro por el diablo de febrero, pero a la vez perdonado de la angustia existencial de ser un humano o un niño que pide limosna bajo la lluvia”.

Invisible grabó El jardín de los presentes entre mayo y julio de 1976, en el marco del contexto más siniestro que vivió el país. Spinetta se encargó de aclarar en más de una oportunidad que “Las golondrinas de la Plaza de Mayo” no era un homenaje a las Madres de Plaza de Mayo (aún “no habían dado su vuelta inagural alrededor de la Pirámide”, explica Graziano), sino que se trataba de un grito libertario: “(Esa canción) es independiente del golpe y del momento político. Lo que pasa es que siempre hay un grito de libertad en alguna de mis letras, así como hay una permanente crítica al abuso del poder”, le dijo el Flaco a Berti en Crónica e iluminaciones. ¿Cómo canalizó Spinetta, entonces, su dolor ante tanta oscuridad? “Se capeaba el temporal creando” -dice Miguel Grinberg-. En cierta medida, el lema de Confucio estuvo vigente espontáneamente: ‘En vez de maldecir la oscuridad, enciendo una vela’”. “El jardín de los presentes era esa vela”, amplía Graziano. “A la sombra de la historia, sus canciones de tres minutos son salmos. Estampitas para poner en la mesa de luz, junto a las fotos de los afectos”.

invisibleTigres en la lluvia: la aventura de Invisible en el El jardín de los presentes, de Martín E. Graziano

Vademécum, 2017

188 páginas.